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martes, 5 de febrero de 2013

Capitulo 45.

¡Holaaa!(: Ya ando mucho mejor, gracias a las lindas que me dijeron que me recuperara♥ Bueno tengo que decirles que el capitulo del Jueves estara ¡INCREIBLE! pero asi de que ¡DEMACIADO! asi que ni se les ocurra perderse el capitulo del jueves eh, aviso desde ahora para que no hagan compromisos jaja u.u
ChicaDeBrasil: Linda perdon acabo de ver los comentarios u.u si tienes alguna duda dime y yo te respondere, lo prometo(: Y me siento feliz de saber que hay alguien de Brasil leyendo la adaptacion! Algun dia ire alla*-* besos! -y pon tu nombre para poder identificar tu comentario mas rapido jaja u.u-
¡Hasta mañana princesas!
¡Les mando besitos de amor!
Twitter: @LlaveDeCristal



La encantó que Peter se sintiera tan cómodo en compañía de sus amigas. Se sentó en la mesa y las ayudó a planificar el velatorio, si bien su aportación fue: «Cerveza y palomitas. ¿Qué más necesitáis para un velatorio?», lo cual demostraba que no tenía la menor idea de la combinación de mujeres y comida.

Cuando Rochi y Cande se hubieron marchado, salieron al exterior para trasladar el coche del padre de Lali de su garaje al de Peter. Mientras la ayudaba a retirar la cubierta de lona y dejar al descubierto aquel coche parecido a una bala de plata, Sam le dijo:

— ¿Tienes ahí las llaves?

Lali se las sacó del bolsillo de los vaqueros y las zarandeó delante de su cara.

— ¿Quieres conducir?

— ¿Estás intentando hacerme la pelota, para compensarme por lo que dijiste antes de llorar y suplicar?

—No, pensaba compensarte por eso más tarde.

Él mostró una ancha sonrisa y le arrebató las llaves de la mano.

—Madre mía —dijo suspirando al tiempo que se descalzaba y pasaba una larga pierna por encima de la puerta, luego la otra, y se deslizaba en el asiento del conductor. El pequeño coche se adaptaba a él como un guante. Acarició el volante con las manos.

— ¿Cómo dijiste que lo adquirió tu padre?

—Lo compró allá por 1964, pero es que contaba con una ventaja. Ya sabes: «Fabricado por Shelby, con un motor Ford». Mi padre formaba parte del equipo de producción que fabricaba el motor. Se enamoró del coche. Mi madre se enfadó con él por haberse gastado tanto dinero en un coche justo cuando acababan de tener una hija, Ana , y lo que necesitaban era comprarse una casa más espaciosa. Se fabricaron sólo mil unidades. Mil once, para ser exactos. Por eso mi padre posee uno de los Cobra originales, y vale más de lo que le pagaron por la casa.

Peter miró atrás y vio el Viper estacionado en el camino de entrada.

—Tu padre no es el único que se gasta una fortuna en coches.

—De tal palo, tal astilla. Además, yo me compré el Viper de segunda mano, de modo que no desembolsé los sesenta y nueve mil dólares que costaba. Durante tres años tuve que subsistir a base de hamburguesas y 
latas de atún para poder pagarlo.

Peter se estremeció.

—Pero ya está pagado, ¿no?

—Limpio de polvo y paja. No habría podido permitirme comprar esta casa si aún estuviera pagando el coche. De todas formas, la culpa de que me lo comprara la tiene mi padre.

— ¿Cómo es eso?

Lali señaló el Cobra.

— ¿Qué crees que utilizó para enseñarme a conducir?

Peter puso cara de horror.

— ¿Permitió que lo condujera una novata?

—Así fue como nos enseñó a conducir a todos. Decía que si éramos capaces de hacernos con el Cobra, seríamos capaces de manejar cualquier cosa. Pero Ana y Patricio no sentían tanta pasión por él, estaban más cómodos en el Lincoln de mi madre. Algunas personas prefieren la comodidad por encima de la velocidad, supongo. —Su expresión indicaba que no lo entendía, pero que lo aceptaba de todos modos.

—Dios santo. —Peter de hecho había palidecido al pensar en tres principiantes sin supervisión al volante de aquel coche.

—A mi padre no le gusta nada mi Viper —le confió Lali, y después sonrió—. En parte se debe a que no es un Ford, pero lo que ocurre en realidad es que odia que el Viper le gane en velocidad punta. El Cobra posee una aceleración más rápida, pero en cualquier distancia yo puedo rebasarlo.

— ¿Pero es que habéis echado carreras? —exclamó Peter. Tenía toda la pinta de estar a punto de apearse de un salto del coche.

—Sólo para ver qué eran capaces de hacer los caballos —lo tranquilizó ella—. Y no fue por las calles. 
Fuimos a una pista de pruebas.

Peter cerró los ojos.

—Tú y tu padre os parecéis mucho, ¿no? —le preguntó en tono de horror, como si acabara de descubrir que eran portadores de la fiebre tifoidea.

—Sí, te gustará.

—Estoy que no puedo esperar.

-.-

Cuando Cande llegó a su apartamento, se sobresaltó al ver a Victorio D’Alessandro sentado en el suelo, junto a la puerta. Se incorporó al verla, y Cande se detuvo en seco, invadida por un miedo irracional. Victorio era grande y musculoso. Por espacio de un instante de terror pensó que él... pero era imposible. El asesino era un hombre blanco y rubio. Tragó saliva, sintiéndose débil por el pánico y el alivio, lo uno seguido muy cerca de lo otro.

— ¿Qué estás haciendo aquí? —le preguntó en tono brusco por la reacción, y enseguida se fijó en la sorpresa que se dibujaba en los ojos de él ante aquella fría bienvenida.

—Hace algún tiempo que no te veo —ronroneó Victorio con aquella voz aterciopelada que hacía que las mujeres se apiñaran en torno a él, si bien los millones que había ganado jugando al fútbol tampoco estaban nada mal. Solía llevar alrededor un pequeño séquito de fans; adoraba su fama y las luces de los focos, y les sacaba el máximo partido a ambas cosas.

—Estas dos últimas semanas han sido una locura —repuso Candela—. Primero fue la Lista, luego lo de Euge... —Se interrumpió con un nudo en la garganta. Aún le costaba creer que Eugenia ya no estuviera. No; sí que lo creía. Es que sencillamente no lo había aceptado.

—Ya, lo siento mucho. Erais muy amigas, ¿verdad?

En realidad, Victorio no sabía gran cosa acerca de ella, se dijo Candela. La relación entre ambos, tal como era, siempre había estado centrada en él.

—Era mi mejor amiga —contestó Candela con la vista enturbiada por las lágrimas—. Mira, Victorio, no estoy de humor para...

—Vamos, no es eso para lo que he venido aquí —dijo él frunciendo el ceño e introduciendo las manos en los bolsillos de sus pantalones de seda confeccionados a medida—. Si lo único que quisiera fuera sexo, podría obtenerlo de... —Se detuvo, pues evidentemente se dio cuenta de que aquello no era precisamente lo más sensato que decir—. Te he echado de menos —dijo en tono desvalido, incómodo. No era muy típico de Victorio decir cosas así a una mujer.

Candela lo dejó a un lado y abrió la cerradura de la puerta.

—Ya —repuso secamente.

Tenía gracia la cosa; por espacio de casi un año, desde el momento en que conoció a Victorio, había soñado que él le dijera algo así, algo que indicara que ella era, del modo que fuera, especial para él. Y ahora que por fin se lo había dicho, no tenía la intención de ceder ni un milímetro. A lo mejor era que ya había dado todo lo que estaba en su mano, que había hecho todo lo posible.

Victorio cambió el peso de un pie al otro. Candela advirtió que no sabía qué decir. Siempre había sido demasiado guapo, demasiado dotado, y ahora era demasiado rico; siempre lo habían perseguido las chicas. Había sido deseado, idolatrado y consentido desde los  primeros años en el instituto, cuando se hizo evidente su capacidad para correr. Esto constituía un territorio nuevo para Victorio D’Alessandro.

— ¿Te gustaría entrar? —le ofreció Candela por fin.

—Sí, claro.

Recorrió con la mirada el pequeño apartamento, como si lo estuviera viendo por primera vez. Se acercó a la librería para examinar los libros y las fotografías familiares.

— ¿Es tu padre? —preguntó tomando una foto de un oficial de la Marina de semblante serio y apuesto.

—Sí, justo antes de jubilarse.

—Así que tú eres una niña del ejército.

—Una niña de la Marina —corrigió Candela, ocultando una mueca al ver que él no había reconocido el uniforme.

Victorio de nuevo pareció sentirse incómodo.

—No sé nada de lo militar. Lo único que he hecho ha sido jugar al fútbol. Supongo que tú habrás viajado por todo el mundo, ¿no?

—Parte de él.

—Ya veo que eres muy madura. —Volvió a dejar la fotografía en su sitio, perfectamente alineada como la tenía ella—. Entiendes de vinos, y cosas así.

Candela experimentó una punzada de sorpresa. Victorio sonaba un poquito inseguro, una emoción que jamás habría asociado con él. Era siempre arrogante y engreído, como si creyera que era lógico recibir toda la atención que recibía. Vivía en una mansión, pensó Candela, y se sentía intimidado porque ella había viajado un poco y porque había estado presente en un montón de cenas formales.

— ¿Te apetece beber algo? —ofreció—. No tengo nada más fuerte que cerveza. También hay zumos y leche.

—Con una cerveza está bien, gracias —contestó Victorio aliviado.

Tal vez había temido que ella le ofreciera una selección de vinos blancos.

Sacó dos cervezas del frigorífico, quitó los tapones y le entregó una a Victorio. Él observó fascinado cómo 
Candela bebía un largo trago.

—Nunca te he visto tomar cerveza.

Ella se encogió de hombros.

—Es una especie de enfermedad endémica en una base militar. Me gusta.

Victorio se sentó e hizo rodar la botella helada entre las manos. Al cabo de unos instantes empleados en reunir valor, dijo:

—Cande... La razón por la que estoy aquí... —Se interrumpió e hizo rodar la botella otro poco más.

Candela se sentó enfrente de él y cruzó sus largas piernas. Victorio se fijó en la elegancia de aquella piel desnuda, justo lo que ella pretendía.

— ¿Sí?

Se aclaró la garganta.

—Cuando dejaste de venir a verme, yo... bueno, más bien me sorprendió. Creía que lo nuestro... o sea...

—Era sexo —dijo ella suavemente, decidida a ayudarlo a continuar. Al paso que llevaba, se haría de noche y aún estaría intentando expresar lo que quería decir, fuera lo que fuera.

—Eso es lo único que ha sido siempre para ti, y lo único que querías, por lo visto. Yo deseaba algo más, pero supongo que eso lo obtienes de todas tus otras novias.

Más incomodidad.

—Esto... er... ha sido algo más que sexo.

—Ya. Por eso tienes como unas tres chicas para cada día de la semana, una fiesta en cada ciudad que visitas. Victorio, no soy idiota. Me he dado cuenta de todo. Yo deseaba ser especial para ti, pero no lo soy.

—Sí lo eres —insistió él. Estudió de nuevo la botella de cerveza y un intenso rubor le inundó la cara—. Más especial de lo que crees —musitó—. No quiero perderte. ¿Qué tengo que hacer?

—Perder a todas las demás novias —replicó Candela enseguida—. Si no puedes serme fiel, no me interesas.

—Sí, ya lo sé. —Logró esbozar una débil sonrisa—. He leído la Lista. Algunas cosas están fuera de mi alcance.

Candela sonrió.

—Algunas cosas de la lista, realmente fueron una broma. Pero las primeras cinco condiciones no lo eran.

—Entonces, si... pierdo las otras novias, ¿volverás?

Candela reflexionó sobre aquel punto, lo pensó tanto que Victorio comenzó a sudar, incluso con el aire acondicionado que había en el apartamento. Candela ya lo había borrado en su mente, si bien en su corazón no estaba convencida del todo. Volver a dar la vuelta a las cosas iba a requerir cierto esfuerzo.

—Haré un nuevo intento —dijo finalmente, y él se hundió en el sofá con un suspiro de alivio. Ella alzó una esbelta mano—. Pero... si me eres infiel una sola vez, y para eso cuenta incluso el sobar a una chica en una fiesta como te he visto hacer, se acabó para siempre. No habrá más oportunidades, porque ya las has gastado todas.

—Lo juro —dijo él levantando la mano derecha—. Se terminó lo de andar follando por ahí.

—Haciendo el amor —dijo ella.

— ¿Cómo?

—Haciendo el amor por ahí.

—Eso es lo que he dicho. Es lo mismo.

—No, a tu lenguaje le vendría bien un poco de limpieza. Eso es lo que quiero decir.

—Nena, yo soy futbolista. Los futbolistas decimos groserías.

—Perfecto cuando estés en el campo, pero ahora no estás en el campo.

—Dios —se quejó Victorio, pero sin enfadarse—. Ya estás intentando cambiarme.

Candela se encogió de hombros en un gesto que decía «o lo tomas o lo dejas».

—Mi padre es capaz de ponerle a uno el vello de punta diciendo groserías, pero cuida mucho su lenguaje cuando está con mi madre, porque a ella no le gusta. A mí tampoco. Mi amiga Lali está intentando dejar de decir groserías y lo lleva bastante bien. Si ella puede conseguirlo, puede conseguirlo cualquiera.

—Está bien, está bien. Lo intentaré. —De pronto sonrió—. Oye, esto suena como doméstico, ¿no te parece? Domesticado. Tú me echas la reprimenda y yo prometo corregirme. Igual que una pareja.

Candela rompió a reír y se echó en sus brazos.

—Sí —dijo—, exactamente igual que una pareja.

7 comentarios:

  1. me emocionaste con el cap del jueves ni loca me lo pierdo bss noe

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  2. MAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAASSSS por favor ahora que volviiii jiji
    saludos gabi:)

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  3. Casi todo el cap con cande y vico :(( lastima jaja

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  4. Holaaa, soy la chica de Brasil :) me llamo Mariana! Y siiii, veni a conocer mi pais, te esperare jaja besos

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  5. y ese cambio asi tan repentino de vico???
    quiero mas
    beso

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  6. Más Más:)
    Y me alegro que estés bien.

    Tengo una novela si quieres,pásate.

    Besos<3

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