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sábado, 2 de febrero de 2013

Capitulo 42.

¡Hola! ¡Ya porfin fin de semana! No saben lo que necesitaba esto, les juro): Gracias a las chicas que firmaron, que jamas me fallan, son grosas, encerio♥ No se que haria sin ustedes -ando sentimental-.
Sofi :3 : Linda perdon no habia visto tu comentario del capitulo 40 u.u ¡Me alegro que te guste la adaptacion! y ¡Bienvenida! Claro que me puedes decir asi, todos me dicen asi, no tengas problemas, besos♥
Bueno, mañana no creo que pueda subir chicas u.u lo siento, tengo asuntos familiares que tratar): pero el lunes les subo 2 capitulos, lo prometo(:
¡Les mando besitos de amor!
Twitter: @LlaveDeCristal


Corin no había podido dormir, pero no se sentía  cansado. La frustración lo obsesionaba. ¿Dónde estaba la mujer?

Se lo habría dicho, reflexionó. En ocasiones, durante la mayor parte del tiempo no la apreciaba en absoluto, pero otras veces podía resultarle agradable. Si ella se hubiera sentido bien, se lo habría comunicado.

No sabía qué pensar de ella. No se vestía como una puta igual que hacía Eugenia Suarez, pero los hombres la miraban de todos modos, incluso cuando llevaba pantalones. Y cuando resultaba agradable a él le gustaba, pero cuando hacía pedazos a la gente con aquella lengua le entraban ganas de golpearla una y otra vez, y seguir golpeándola sin cesar hasta que la cabeza se le quedase toda blanda y ya no pudiera hacerle nada nunca más... Pero ¿era ella, o Madre? Frunció el entrecejo tratando de acordarse. A veces las cosas se volvían muy confusas. Aquellas pastillas debían de estar afectándolo.

A Candela también la miraban los hombres. Candela siempre era amable con él, pero se maquillaba demasiado y Madre opinaba que siempre llevaba la falda demasiado corta. Las minifaldas provocaban pensamientos asquerosos en los hombres, decía Madre. Ninguna mujer decente usaba minifalda.

A lo mejor Candela simplemente fingía ser dulce. A lo mejor era malvada en realidad. A lo mejor era ella la que había dicho aquellas cosas, y se había reído de él, y había hecho que Madre le hiciera daño.

Cerró los ojos y pensó en el daño que le había hecho Madre, y lo invadió una sensación de placer. Se pasó la mano por delante del cuerpo, tal como no debía hacerlo, pero le gustaba tanto que a veces lo hacía de todos modos.

No. Aquello estaba mal. Y cuando Madre le hacía daño, sólo le estaba mostrando lo malo que era aquello. 
No debería disfrutar haciéndolo.

Pero la noche no había sido un total desperdicio. Ahora tenía una barra de labios nueva. Le quitó la tapa e hizo girar la base para que asomara aquel objeto vulgar. No era de un rojo vivo como la barra de Eugenia, sino más bien de un tono rosáceo, y no le gustaba tanto, qué va. Se pintó los labios, y tras mirar ceñudo su reflejo en el espejo se quitó la pintura asqueado.

Quizás alguna de las otras tuviera una barra de labios que le sentase mejor.

-.-

Laurence Strawn, director general de Hammerstead Technology, era un hombre de risa desbordante y dotado de un talento especial para ver las cosas en su conjunto. No se le daban bien los detalles, sin embargo no necesitaba esa cualidad en absoluto.

Aquella mañana había recibido una llamada de un detective de Warren de apellido Lanzani. El detective Lanzani se había mostrado muy persuasivo. No, no poseían ninguna orden para registrar los datos del personal de Hammerstead, y preferían llevar aquel asunto tan discretamente como fuera posible. Lo que solicitaba era un poco de cooperación para atrapar a un asesino antes de que éste pudiera matar de nuevo, y tenían la corazonada de que trabajaba en Hammerstead.

¿Por qué?, había preguntado el señor Strawn, y le contaron lo de la llamada telefónica al móvil de Rocío Igarzabal, cuyo número no podía saber que era el de ella a no ser que tuviera acceso a cierta información. Como estaban bastante seguros de que Eugenia Suarez conocía a su asesino y de que aquel mismo hombre era el que había llamado al móvil de Rocío, dedujeron que lo conocían las dos, que de hecho lo conocían las cuatro amigas. Aquello apuntaba bastante a la posibilidad de que él trabajara en Hammerstead con ellas.

La inmediata reacción del señor Strawn fue decir que no quería que aquello se filtrase a la prensa. Al fin y al cabo, él era el director general. Su segunda reacción, más meditada, fue que haría todo lo que estuviera en su mano para impedir que aquel maníaco matase a más empleados suyos.

— ¿Qué quieren que haga? —les dijo.

—Si es necesario, iremos a Hammerstead a examinar los archivos, pero preferiríamos no alertar a nadie respecto de qué estamos buscando. ¿Puede usted acceder a los archivos y enviármelos por correo electrónico?

—Los archivos se encuentran en un sistema aparte que no está en línea. Los copiaré en un CD para mi registro personal y después se los enviaré a usted. ¿Cuál es su dirección de correo electrónico? —A diferencia de muchos directores y presidentes de empresas, Laurence Strawn sabía manejarse con los ordenadores. Se había visto obligado a dominarlos sólo para entender qué estaban haciendo los pirados de las dos primeras plantas.

—Rocío Igarzabal trabaja en recursos humanos —añadió mientras copiaba la dirección electrónica del detective Lanzani, otro talento que poseía, el de hacer dos cosas al mismo tiempo—. Haré que se ocupe ella. Así sabremos que no hay filtraciones.

—Buena idea —dijo Peter.

Tras haber cumplido aquella tarea con sorprendente facilidad (pensó que le gustaba Laurence Strawn), volvió a concentrar su atención en la huella parcial de zapato que habían tomado los técnicos en el suelo del cuarto de baño de Lali, donde aquel cabrón había pisado los destrozos de maquillaje y había dejado una buena huella. Albergaba la esperanza de que dicha huella bastara para identificar la marca. Dejando aparte a O. J. Simpson, cuando atraparan a aquel tipo les sería de gran ayuda poder demostrar que tenía el mismo tipo de zapato que había dejado aquella huella, y del mismo tamaño. Mejor aún sería que tuviera todavía restos de maquillaje entre el dibujo de la suela.

Pasó la mayor parte de la mañana al teléfono. ¿Quién había dicho que el trabajo de un detective no era peligroso y emocionante?

La noche anterior había resultado un poco más peligrosa y emocionante de lo que a él le hubiera gustado, pensó con aire grave. No le gustaba jugar al « ¿qué habría pasado si... ?», pero en este caso no podía evitarlo. ¿Qué habría pasado si lo hubieran llamado para que fuera a la comisaría? ¿Qué habría pasado si Lali no hubiera llegado tarde, si él no hubiera estado preocupado, si no hubieran discutido? Podrían haberse despedido con un beso de buenas noches y Lali se habría ido sola a su casa. Teniendo en cuenta cómo había quedado destruida esta última, Peter se estremeció al pensar en lo que habría sucedido si ella hubiera estado allí dentro. Eugenia Suarez era más alta y más grande que Lali y sin embargo no había podido repeler a su atacante, de modo que las posibilidades de que Lali lo hiciera eran prácticamente nulas.

Se recostó en su silla y entrelazó los dedos por detrás de la cabeza, contemplando el techo y pensando. 
Había algo que se le escapaba, pero no conseguía saber qué era. De todos modos, no lo conseguía de momento; tarde o temprano daría con ello, porque no iba a poder dejar de preocuparse hasta hallar la respuesta. Su hermana Doro decía que él era un cruce entre un ave de presa y un terrier: una vez que le hincaba los dientes a algo, ya no lo soltaba. Por supuesto, Doro no lo decía como cumplido.

El hecho de pensar en su hermana Doro le recordó al resto de su familia y la noticia que tenía que comunicarles. Garabateó en su cuaderno: «Contar a mamá lo de Lali». Aquello iba a suponer una gran sorpresa para ellos, porque lo último que sabían de él era que no salía con nadie de forma habitual. Sonrió; diablos, y seguía sin salir. Se estaba saltando aquella parte, además de la etapa del compromiso, e iba a casarse directamente, lo cual era sin duda la mejor manera de cazar a Lali.

Pero lo de la familia tendría que esperar. En aquel preciso momento tenía dos prioridades: atrapar a un asesino y mantener a Lali a salvo. Aquellas dos tareas no le dejaban tiempo para nada más.

Lali se despertó en la cama de Peter un poco después de la una de la tarde, no muy descansada en realidad, pero con las pilas recargadas lo suficiente para sentirse dispuesta a hacer frente a la siguiente crisis. Después de ponerse unos vaqueros y una camiseta, fue a su casa a ver cómo iba la limpieza. Allí estaba la señora Kulavich, yendo de una habitación a otra para cerciorarse de que hacían bien el trabajo. Al parecer, las dos mujeres que estaban limpiando se tomaban con buen ánimo su supervisión.

En efecto, eran eficientes, pensó Lali. El dormitorio y el cuarto de baño ya estaban limpios; el colchón destrozado y el somier habían desaparecido, la ropa de cama hecha jirones había sido retirada y metida en unas bolsas de basura que descansaban junto al porche. Antes de acostarse, había llamado a su agente de seguros y se había enterado de que su seguro como dueña de la vivienda, que hasta hacía poco era un seguro de arrendataria, cubriría parte de los costes de reposición del equipamiento de la casa. Pero el seguro no cubría la ropa de ella.

—No hace ni una hora que ha estado aquí su agente de seguros —dijo la señora Kulavich—. Echó un vistazo y sacó algunas fotos, y pensaba ir a la comisaría a que le dieran una copia del informe. Dijo que no creía que hubiera ningún problema.

Gracias a Dios. Últimamente no andaba muy bien de dinero, y su cuenta bancaria estaba más bien marchita.

En aquel momento sonó el teléfono. Era uno de los objetos no femeninos que no habían quedado destrozados, así que Lali lo cogió. No había tenido la oportunidad de instalar el identificador de llamadas, y se le cayó el alma a los pies al pensar en estar contestando sin saber por adelantado quién llamaba.

Podía tratarse de Peter, no obstante, de modo que apretó el botón de comunicar y se llevó el auricular a la 
oreja.

—Diga.

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