¡Les mando besitos de amor!
Twitter: @LlaveDeCristal
— ¿Es Lali? ¿Lali Esposito?
Era una voz de mujer, vagamente familiar. Aliviada, dijo:
—Sí, soy yo.
—Soy Agustina... Agustina Suarez, la hermana de Eugenia.
Experimentó una punzada de dolor. Por esa razón le resultaba
familiar la voz, porque le recordaba a la de Eugenia. La voz de Agustina no
tenía aquella aspereza de fumadora, pero el tono básico era el mismo. Lali agarró el teléfono con más fuerza.
—Eugenia hablaba mucho de ti —dijo al tiempo que parpadeaba
para contener las lágrimas, que siempre estaban prestas a desbordarse desde el
lunes, cuando Peter le comunicó la muerte de Eugenia.
—Yo iba a decirte lo mismo —contestó Agustina, logrando
esbozar una risa triste—. Siempre estaba llamándome para contarme alguna
observación tuya que le había hecho gracia. También hablaba mucho de Candela.
Dios, todo esto no parece real, ¿verdad?
—No —susurró Lali.
Tras unos segundos de ahogado silencio, Agustina recuperó el
control y dijo:
—Bueno, el forense me ha entregado el cadáver, y voy a
encargarme de los preparativos para el funeral. Nuestros padres están
enterrados en Taylor, y supongo que a Eugenia le gustaría estar cerca de ellos,
¿no te parece a ti?
—Sí, claro. —Su voz no se parecía a la de Eugenia, pensó
Lali; sonaba demasiado enronquecida por las lágrimas.
—He solicitado un servicio en el cementerio el sábado a las
once. —Agustina le dio el nombre de la funeraria e instrucciones sobre cómo
llegar al cementerio. Taylor se encontraba al sur de Detroit y justo al oeste
del aeropuerto de Metro. Lali no conocía aquella zona, pero se le daba muy bien
seguir instrucciones y pararse a preguntar cualquier dirección.
Intentó pensar en algo que decir para aliviar el dolor de
Agustina, pero ¿cómo iba a hacerlo, cuando ni siquiera podía aliviar el suyo?
Entonces se le ocurrió lo que tenían que hacer ella, Candela
y Rochi. A Eugenia la encantaría.
—Vamos a montar un velatorio —dijo impulsivamente—. ¿Te
gustaría venir?
— ¿Un velatorio? —Agustina parecía perpleja—. ¿Un velatorio
al estilo irlandés?
—Más o menos, aunque no seamos irlandesas. Nos sentaremos
alrededor y nos tomaremos una o dos
cervezas en honor de Eugenia, y contaremos
toda clase de historias acerca de ella.
Agustina rió, esta vez de verdad.
—Ella estaría encantada con algo así. Me gustaría mucho
asistir. ¿Cuándo va a ser?
Como todavía no había hablado de ello con Candela y Rochi,
Lali no estaba segura de la hora a la que comenzaría el velatorio, pero tendría
que ser el viernes por la noche.
—Mañana por la noche —dijo—. Ya volveré a llamarte para
decirte el lugar y la hora, a no ser que tú opines que la funeraria nos dejaría
celebrar el velatorio allí, junto a Eugenia.
—Me parece que no —respondió Agustina, en un tono que
recordaba tanto a Eugenia que a Lali se le formó un nudo en la garganta de
nuevo.
Después de tomar nota del número de Agustina, Lali fue a
casa de Peter a recoger la bolsa que contenía el identificador de llamadas y el
teléfono móvil, el cual ni siquiera había encendido todavía.
Se sentó a la mesa y leyó las instrucciones detenidamente.
Entonces frunció el entrecejo, arrugó el papel en una bola y lo tiró a la
basura.
—-No puede ser tan complicado —musitó—. Sólo hay que colocar
este artilugio entre la línea y el teléfono. ¿De qué otra forma va a funcionar?
Visto con lógica, resultaba bastante sencillo. Desenchufó el
teléfono de la toma de la pared, sacó el cable que venía con el aparato y
conectó éste a la toma, y luego el teléfono al identificador. Perfecto. A continuación
fue a casa de Peter y marcó su número para ver si funcionaba la instalación.
Funcionaba. Cuando pulsó el botón de visualización apareció
el nombre de Peter en el pequeño visor, con su número debajo. Cielos, las
ciencias avanzan que es una barbaridad.
Tenía una lista de llamadas por hacer, y la primera era a
Ana.
—Necesito que te hagas cargo de Bubú hasta que vuelvan de
vacaciones papá y mamá.
— ¿Por qué? —preguntó Ana en tono beligerante, obviamente
herida en sus sentimientos.
—Porque anoche me destrozaron la casa y temo que Bubú
resulte perjudicado.
— ¿Cómo? —Ana prácticamente chilló—. ¿Que alguien te ha
entrado en la casa? ¿Y dónde estabas tú? ¿Qué ha ocurrido?
—Estaba con Peter —contestó Lali, y lo dejó tal cual—. Y la
casa ha quedado bastante destrozada.
— ¡Gracias a Dios que no estabas tú dentro! —Entonces calló
por un instante, y Lali oyó cómo trabajaba la mente de su hermana. Ana no era
corta de entendederas—. Aguarda un minuto. La casa ya ha sido arrasada y a Bubú
no le ha pasado nada, ¿no es así?
—No, pero temo que le pase.
— ¿Es que esperas que vuelvan y te destrocen la casa otra vez? —Ana estaba chillando de nuevo—.
Es por eso de la Lista, ¿verdad? ¡Tienes a un montón de locos que andan detrás
de ti!
—Sólo uno, creo —replicó Lali, y se le quebró la voz.
—Oh, Dios mío. ¿Crees que el que ha entrado en tu casa es el
hombre que mató a Eugenia? Es eso lo que piensas, ¿no? Lali, por Dios santo,
¿qué vamos a hacer? Tienes que marcharte de ahí. Ven a quedarte conmigo, o en
un hotel, ¡lo que sea!
—Gracias por la oferta, pero Peter se te ha adelantado, y
con él me siento segura. Tiene una pistola. Una muy grande.
—Ya lo sé, la vi. —Ana calló durante unos instantes—. Estoy
asustada.
—Yo también —reconoció Lali—. Pero Peter está trabajando en
este caso, y tiene un par de pistas. Ah, a propósito, vamos a casarnos.
Ana empezó a chillar otra vez. Lali se separó el teléfono
del oído. Cuando se restauró el silencio, volvió a acercarse el auricular y
dijo:
—La fecha prevista es el día siguiente al regreso de papá y
mamá.
— ¡Pero para eso faltan sólo tres semanas! ¡No nos da tiempo
a prepararlo todo! ¿Y la iglesia? ¿Y el banquete? Y sobre todo tu vestido.
—Ni iglesia, ni banquete —repuso Lali en tono firme—. Y ya
me buscaré un vestido. No necesito hacerme uno a medida, valdrá con uno de
serie. De todas formas tengo que salir de compras, porque ese cabrón me ha
destrozado casi toda la ropa.
Más chillidos. Aguardó hasta que Ana se calmara de nuevo.
—Oye, voy a darte mi número de móvil—le dijo—. Tú vas a ser
la primera persona que lo tenga.
—Con que sí, ¿eh? —Ana parecía cansada de tanto chillar—. ¿Y
Peter?
—Ni siquiera él lo tiene.
—Vaya, es todo un honor. Se te ha olvidado dárselo, ¿verdad?
—Así es.
—Vale, voy por un bolígrafo. —Se oyeron ruidos de
movimiento—. No encuentro ninguno. —Más ruidos—. Vale, dispara.
— ¿Has encontrado el bolígrafo?
—No, pero tengo una lata de, refresco. Escribiré el número
con el líquido sobre el mostrador, y ya buscaré un bolígrafo para copiarlo en
otra parte.
Lali le recitó el número y escuchó el ruido acuoso que hacía
su hermana al anotarlo.
— ¿Estás en casa o en el trabajo?
—En casa.
—Ahora mismo voy a recoger a Bubú.
—Gracias —contestó Lali, aliviada de haberse quitado de
encima aquella preocupación.
Seguidamente llamó a Cande y a Rochi al trabajo y realizó la
maniobra de conferencia a tres. Ellas también armaron mucha bulla preocupándose
por su estado, y Lali percibió que sabían que aquello les podía haber ocurrido
igualmente a ellas. Tal como esperaba, las encantó la idea de celebrar un
velatorio para Eugenia. Cande inmediatamente se ofreció voluntaria a hacerlo en
su apartamento, y se fijó una hora. Ella también les proporcionó su número de
móvil.
—Tengo una cosa que contaros a las dos —dijo Rochi en tono
grave—. Pero no mientras esté aquí.
—Pásate por mi casa cuando salgas de trabajar —le dijo
Lali—. Cande, ¿puedes tú?
—Claro. Ha vuelto a llamarme Victorio, pero no estoy de
humor para salir con él, después de que Eugenia... —Se interrumpió y tragó
saliva de modo audible.
—No deberías salir con él, de todas maneras —replicó Lali—.
Acuérdate de lo que dijo Peter: sólo la familia. Eso significa que nada de
citas con hombres.
—Pero Victorio no es... —Cande se interrumpió de nuevo—.
Esto es horrible. No puedo tener la seguridad, ¿verdad? No puedo correr el
riesgo.
—No, no puedes —dijo Rochi—. Ninguna de nosotras puede.
Apenas había colgado Lali el teléfono cuando éste volvió a
sonar. En el pequeño visor aparecieron el nombre y el número de Ana. Levantó el
auricular y dijo:
—Dime, Ana.
—Ya veo que por fin te has instalado un identificador de
llamadas —dijo Ana—. Escucha, creo que deberíamos llamar a mamá y papá.
—Si quieres comunicarles que voy a casarme, bien, aunque
preferiría decírselo yo misma. Pero ni se te ocurra siquiera decirles que
vengan a casa por culpa de ese loco.
— ¡Ese loco es un asesino, y anda detrás de ti! ¿No te
parece que les gustaría estar aquí?
— ¿Y qué iban a poder hacer ellos? Además, no tengo la
intención de dejar que me atrape. Voy a instalar un sistema de alarma y vivir
en casa de Peter. Sólo conseguiríamos preocuparlos, y ya sabes cuántas ganas
tenía mamá de hacer este viaje.
—Deberían estar aquí —insistió Ana.
—No, no deberían. Deja que disfruten. ¿Crees que voy a
permitir que un loco se interponga entre mi boda y yo? Éste va a tener que
aguantar hasta el final, aunque tenga que atarlo y arrastrarlo hasta el altar.
O lo que sea —agregó al recordar que no iba a ser una boda por la iglesia.
—Estás intentando distraerme, pero no te funciona. Quiero
llamar a mamá y papá.
—Pues yo no, y el problema es mío, de modo que se hará lo
que yo diga.
—Voy a llamar a Patricio.
—A Patricio puedes decírselo, pero nadie, absolutamente
nadie, debe decírselo a mamá y papá. Promételo, Ana. Nadie de tu familia ni de
la familia de Patricio, ya sea amigo o enemigo, se lo contará a mamá y papá. Ni
les enviará una carta urgente. Ni un telegrama, correo electrónico ni otra
forma de comunicación, incluidos los mensajes dibujados en el cielo por una avioneta.
¿He cubierto todas las posibilidades?
—Me temo que sí —repuso Ana.
—Bien. Deja que disfruten de sus vacaciones. Te prometo que
tendré cuidado.
-.-
Peter recibió una llamada de Laurence Strawn a primera hora
de la mañana.
—Me estoy arriesgando a que me demanden por violar la
intimidad —dijo—. Pero una orden judicial llevaría tiempo y podría alertar a
ese tipo, así que al diablo con ella. Si esto le sirve de ayuda, merece un centenar
de demandas.
Decididamente, aquel hombre le gustaba.
—Examine su correo electrónico —prosiguió Strawn—. Le he
enviado un montón de información, y puede que tarde un buen rato en
descargarla.
—Ha sido muy rápido.
—La señora Igarzabal está muy motivada —repuso Strawn, y
luego colgó.
Peter se volvió hacia su ordenador y descargó el correo
electrónico. Cuando vio la cantidad de kilobytes de memoria RAM que ocupaba el
archivo adjunto, hizo una mueca de dolor.
—Espero tener memoria suficiente —murmuró. A continuación
tecleó el nombre del archivo adjunto y lo abrió.
Treinta minutos más tarde aún estaba descargando la
información. Tomó un poco de café, removió algunos papeles, llamó a Bernsen
para decirle que ya tenía en su poder los archivos del personal y tornó un poco
más de café. Bernsen venía de camino para hacerse con una copia, y Peter
esperaba que aquel maldito trasto hubiera terminado de descargar la información
antes de que él llegara.
Por fin se despejó la pantalla. Introdujo papel en la
impresora y le dio la orden de imprimir. Cuando la bandeja de papel quedó
vacía, volvió a llenarla. Maldición, estudiar todos aquellos archivos iba a
llevarle una eternidad, aun cuando Bernsen y él no tuvieran otros casos en que
trabajar y pudieran concentrarse en éste. Tenía toda la pinta de requerir una
noche entera leyendo.
La impresora se quedó sin tóner. Con otro juramento, Peter
interrumpió la tarea, cogió un cartucho de tóner, y estaba batallando con él
cuando uno de los empleados se apiadó de él y lo insertó en su sitio. La impresora
reanudó la labor de escupir páginas impresas.
Llegó Bernsen y ambos se sentaron juntos observando la
impresora.
—Estoy cansado sólo de mirarla —dijo Bernsen con la vista
fija en la montaña de papel. —Tú te ocupas de una mitad, y yo de la otra.
Examinaremos los nombres, a ver qué escupe la impresora.
—Menos mal que sólo tenemos que fijarnos en los de hombre.
—Ya, pero la industria de la informática es mayormente
masculina. La mayor parte de estos archivos pertenecen a hombres; no es una
distribución al cincuenta por ciento.
Bernsen lanzó un suspiro.
—Quería ver el partido de esta noche. —Hizo una pausa—. He
recibido el informe del forense sobre la señorita Suarez. No hay rastro de esperma.
En realidad, Peter no se sorprendió. En un gran número de
casos de abuso sexual no había presencia de esperma, ya fuera porque el
atacante usó un condón —algunos de hecho lo usaban— o porque no eyaculó. Habría
sido estupendo disponer del ADN para realizar una identificación positiva, sólo
por si acaso la necesitaban.
—Pero ha encontrado un cabello, que no pertenecía a la
señorita Suarez. Estoy impresionado de que lo descubriera, pues la señorita
Suarez era rubia, y también lo es ese tipo.
Una sonrisa astuta se extendió por el rostro de Peter. Un
cabello. Sólo un único cabello, pero les proporcionaría el ADN que necesitaban.
Poco a poco el caso iba tomando forma. Una sola huella de pisada, un solo
cabello: no era mucho para continuar, pero estaban haciendo progresos.
Mmmmaaasss
ResponderEliminarjajja me mato este tiene q durar jajaj bss buena semana noe
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