Chicas, se acerca Laliter no desesperen cuando menos se lo esperen llegara el capitulo, no se preocupen. Ademas tengo que decir que trato de hacer los capitulos mas largos para que asi llegemos a la parte de la accion y romance mas rapido, porque ademas de publicar la adaptacion tambien leo y se lo que se siente
Gabi: ¡Hola Linda! Habia explicado que no hiba a poder subir hasta hoy por las fiestas de fin de año, pero aqui estoy, ¡gracias por preocuparte! Feliz año para ti♥
Les mando besitos de amor!
Twitter: @MiLlaveDeCristal
—Oh—musitó Lali para sí mientras conducía con el piloto
automático, lo cual en el tráfico de Detroit era más que arriesgado.
« ¿Oh?» ¿Qué clase de respuesta inteligente era aquélla?
¿Por qué no le había dicho algo como: «Ni lo sueñe, amigo» o quizá: «Dios
santo, ¿es que se ha helado el infierno y yo no me he enterado?» ¿Por qué no
pudo decir cualquier otra cosa que no fuera «oh», por todos los santos? Hasta
durmiendo era capaz de hacerlo mejor.
No lo había dicho en tono indiferente, como si le estuvieran
pidiendo información y la respuesta no fuera muy interesante. No, aquella
maldita sílaba le había salido tan débil que ni siquiera había quedado registrada
en el paridómetro. Ahora él pensaría que lo único que tenía que hacer era darse
un paseíto hasta la casa de ella y la vecinita caería rendida a sus pies.
Lo peor de todo era que tal vez tuviera razón.
No, no, no, no, no. A ella no le iban las aventuras
casuales, y tampoco se le daban bien las serias, de modo que aquello daba por
finiquitado el tema de los romances. Por nada del mundo iba a tener un escarceo
con el vecino de al lado, al que sólo un día antes — ¿o había sido dos días
antes?— consideraba un «tipejo».
Ni siquiera le gustaba. Bueno, no mucho. Desde luego
admiraba la manera en que había reducido y puesto boca abajo a aquel borracho.
Había ocasiones en las que la fuerza bruta era la única respuesta satisfactoria;
se sintió enormemente satisfecha al ver a aquel borracho aplastado contra el
suelo y manejado con tanta facilidad como si fuera un niño pequeño.
Aferró con fuerza el volante en un intento de controlar la
respiración. Conectó el aire acondicionado y ajustó las salidas de ventilación
para que el aire le diera en la cara. Sentía los pezones tensos, y sabía que si
los mirara se los encontraría erguidos como soldaditos.
Está bien. Aquí el problema radicaba en un caso grave de
excitación sexual. El hecho estaba allí, y ella tenía que afrontarlo, lo cual
quería decir que tendría que comportarse como una adulta sensata e inteligente
y conseguirse unas píldoras anticonceptivas lo antes posible. En cualquier
momento iba a venirle la regla, lo cual era una suerte; podría comprar las
píldoras y empezar a tomarlas casi de inmediato. Pero no iba a decírselo a él.
Las píldoras eran sólo una precaución, por si acaso sus hormonas se imponían sobre
su materia gris. Jamás le había sucedido nada tan tonto, pero es que jamás se
había prácticamente derretido de aquella manera al ver la parte sobresaliente
de un hombre.
Hoy debía ser un día más bien tranquilo, pensó. De las
ochocientas cuarenta y tres personas que trabajaban en Hammerstead, existía la
posibilidad de que varias de las que la conocían a ella y a sus amigas hubieran
visto el informativo y adivinaran sus identidades. Alguien preguntaría
directamente a Dawna, ésta revelaría el resto de la información, y la noticia
se extendería como un reguero de pólvora por todo el edificio, a la velocidad
del correo electrónico. Pero mientras dicha información permaneciera dentro de
Hammerstead, Rochi tendría al menos una oportunidad de impedir que se enterara
Pablo. Éste no guardaba mucha relación con los compañeros de trabajo de su
mujer, excepto su asistencia obligatoria a la fiesta de Navidad de la empresa,
en la que solía vérselo aburrido.
Pero nada más llegar a la altura de la entrada de
Hammerstead, vio que sus esperanzas de tener una jornada tranquila habían sido
en exceso optimistas. A un lado había aparcadas tres camionetas de informativos
de televisión. Tres hombres de aspecto desaliñado armados con Minicams estaban
filmando cada uno a una de las tres personas, un hombre y dos mujeres, que se
encontraban frente a la valla con Hammerstead al fondo. Los tres reporteros
estaban lo bastante separados entre sí como para no entrar en sus respectivos
campos visuales, y hablaban con gran entusiasmo a sus micrófonos.
A Lali se le encogió el estómago. Pero aún tenía esperanzas;
todavía no había abierto la Bolsa.
— ¿Qué ocurre? —fueron las primeras palabras que oyó al
entrar en el edificio. Frente a sí vio dos hombres bajando por el pasillo—.
¿Qué ocurre con los reporteros de televisión? ¿Es que alguien ha comprado la
empresa, o hemos cerrado, o algo así?
— ¿Has visto las noticias de esta mañana?
—No he tenido tiempo.
—Por lo visto, algunas de las mujeres que trabajan aquí han
elaborado su propia definición del hombre perfecto. Todas las cadenas de
televisión lo están tratando como una historia de interés humano, supongo.
— ¿Y cuál es su definición del hombre perfecto? ¿Alguien que
siempre baja la tapa del inodoro?
Oh, pensó Lali. Se habían olvidado de aquella condición.
—No, según he oído, es el típico Boy Scout; fiel, sincero y
que ayuda a las viejecitas a cruzar la calle, tonterías de ésas.
—Ah, pero eso puedo hacerlo perfectamente —dijo el primer
hombre en tono de descubrimiento.
— ¿Y entonces por qué no lo haces?
—No he dicho que quiera hacerlo.
Ambos rieron juntos. Lali se divirtió con una maravillosa
fantasía en la que los lanzaba a los dos de un puntapié de cabeza contra la
puerta de enfrente, pero se contentó con preguntarles:
— ¿Estáis diciendo que los dos sois infieles? ¡Pues vaya
ganga que sois!
Ambos se dieron la vuelta como si se sorprendieran de verla
allí, pero tenían que haber oído abrirse la puerta y los pasos de alguien que
caminaba detrás de ellos, de modo que no se tragó aquella fingida inocencia.
Conocía sus caras pero no sus nombres; eran directivos intermedios, de
veintimuchos o treinta y pocos años, muy encopetados con sus camisas azules de
seda francesas y sus conservadoras corbatas.
—Perdona —dijo el primero de ellos con falsa contrición—. No
te habíamos visto.
—Claro —replicó Lali poniendo los ojos en blanco. Pero
enseguida se reprendió a sí misma; no tenía ninguna necesidad de participar en
aquel tipo de conversaciones. Que aquella particular guerra entre sexos se
librara sin ella; cuanta menos atención atrajeran ella y sus otras tres amigas,
mejor para ellas.
En silencio, Lali y los dos hombres se dirigieron hacia los
ascensores. Hoy no había ningún cartelito puesto, lo cual echó en falta.
En la oficina la esperaba Eugenia, con aspecto de sentirse
tensa.
—Supongo que habrás visto las noticias —le dijo a Lali.
Lali afirmó con la cabeza.
—He llamado a Rochi y le he dado un toque de advertencia.
—No puedo decirte cuánto siento que haya ocurrido todo esto
—dijo Eugenia bajando la voz al ver que entraba alguien por la puerta abierta.
—Ya lo sé —contestó Lali con un suspiro.
No tenía sentido
seguir fastidiando a Eugenia; lo hecho, hecho estaba. Y aquello no era el fin del
mundo, ni siquiera para Rochi si Pablo se enterara de todo y se pusiera tan
agresivo como para terminar divorciándose de su mujer, es que el matrimonio no
era muy fuerte.
—Dawna les dio mi nombre —prosiguió Eugenia—. El teléfono me
ha vuelto loca toda la mañana. Todas las cadenas quieren entrevistas, y también
el News. —Hizo una pausa—. ¿Has visto el artículo esta mañana?
Lali se había olvidado por completo del periódico; el
espectáculo porno que había presenciado en la casa de al lado le supuso una
importante distracción. Negó con la cabeza.
—Aún no he leído el periódico.
—De hecho es bastante gracioso. Se encuentra en la sección en
que siempre meten recetas de cocina y cosas así, de modo que tal vez no lo haya
leído mucha gente. ¿Vas a hablar con ellos? Quiero decir, con los reporteros.
Eugenia negó con un gesto.
—De eso, nada. Si se tratara sólo de mí, sí, me divertiría
un poco. ¿Qué más me da que Bruck deje los calzoncillos hechos un revoltijo?
Pero estando implicadas vosotras, la cosa es diferente.
—Rochi es la única que está preocupada de verdad. Ayer
reflexioné sobre ello, y llegué a la conclusión de que yo no tengo nada que
perder si sale a la luz mi nombre, de manera que no te preocupes por mí. Cande
tampoco parecía preocupada. Pero Rochi... —Lali sacudió la cabeza en un gesto
negativo—. Eso es un problema.
—Vaya por Dios. Yo, personalmente, no creo que supusiera una
pérdida importante que rompiera con Pablo, pero yo no soy Rochi, y probablemente
ella piensa lo mismo de Bruck. —Eugenia sonrió ampliamente—. Mierda, la mayor
parte del tiempo, hasta yo pienso lo mismo de él.
En aquello estaban de acuerdo, pensó Lali.
En aquel momento entró en la oficina Gina Landretti, que
también estaba en nómina. A juzgar por cómo se le iluminaron los ojos al ver a
Eugenia y a Lali hablando, la cosa se había extendido.
— ¡Anda! —dijo con una gran sonrisa dibujada en la cara—.
¡Pero si sois vosotras! Quiero decir, las cuatro amigas. Debería haberlo
imaginado cuando leí el nombre de Euge, pero es ahora cuando he caído en la
cuenta. Las otras dos son esa chica tan guapa del departamento de ventas y la
otra de recursos humanos, ¿verdad? Os he visto almorzar juntas.
No merecía la pena negarlo. Lali y Euge se miraron entre sí,
y Lali se encogió de hombros.
— ¡Esto es genial! —exclamó Gina entusiasmada—. Ayer le
enseñé el boletín a mi marido, y se puso furioso de verdad cuando llegó al
número ocho de la lista, como si él no se volviera nunca a mirar a las mujeres
de tetas grandes, ¿sabéis? Tuve que echarme a reír. Todavía sigue sin hablarme.
—No parecía muy preocupada.
—Sólo nos estábamos divirtiendo un poco —dijo Lali—. Esto se
ha ido de las manos.
—Oh, yo creo que no. A mí me parece estupendo. Se lo he
contado a mi hermana de Nueva York, y me ha dicho que quiere una copia del
artículo entero, no sólo el fragmento que ha salido esta mañana en el
periódico.
— ¿Tu hermana? —Lali notó cómo le venía de nuevo aquella sensación
en el estómago—. ¿Esa hermana tuya que trabaja para una de las cadenas?
—Para CA. Forma parte de la plantilla de Buenos días,
América.
Eugenia también empezó a alarmarse.
—Er... Sólo tendría un interés personal, ¿no?
—Le pareció muy gracioso. Pero no me sorprendería que
recibierais una llamada del programa. Mencionó que la Lista daría pie para una
historia estupenda. —Gina se fue hacia su mesa, contenta de haber puesto su
granito de arena en darles publicidad.
Lali sacó un dólar del bolso y se lo dio a Euge, y a
continuación soltó cuatro palabras bien groseras.
—Vaya. —Euge parecía impresionada—. Nunca te había oído
decir nada así.
—Lo reservo para las emergencias.
En aquel instante sonó el teléfono, y Lali se lo quedó
mirando, Dado que aún no eran las ocho, aquella llamada no podía ser de
trabajo. Si contestaba, no podía ser más que alguna mala noticia. Al tercer
timbre Eugenia descolgó.
—Nóminas —dijo en tono enérgico—. Ah, Rochi, soy Eugenia.
Estábamos hablando... Oh, maldita sea. Cuánto lo siento, cariño —dijo, conforme
iba cambiando el tono por otro de preocupación.
Lali le arrebató el auricular.
— ¿Qué ha ocurrido? —exigió.
—Estoy al descubierto —respondió Rochi con desazón—. Acabo
de leer los mensajes de mi correo de voz, y hay siete llamadas de reporteros.
Seguro que vosotras tendréis esas mismas llamadas.
Lali volvió la vista hacia la luz de mensajes. Estaba
parpadeando como si tuviera un tic nervioso.
—Tal vez si Euge y yo hablásemos con ellos, os dejarían
fuera a Cande y a ti —sugirió—. Lo único que quieren es un artículo, ¿no es
así? Necesitan una cara para acompañarlo, luego el asunto quedará terminado y
pasarán a otra cosa.
—Pero tienen todos nuestros nombres.
—Eso no quiere decir que necesiten cuatro entrevistas.
Seguramente se contentarán con cualquier comentario.
Eugenia, que había seguido la conversación escuchando sólo
lo que decía Lali, dijo:
—Yo misma puedo encargarme de las entrevistas, si te parece
que puede valer.
Rochi oyó la oferta de Euge.
—Supongo que merece la pena intentarlo. Pero no pienso huir.
Si los medios no quedan satisfechos después de hablar contigo y con Euge, o
sólo con Euge, nos sentaremos las cuatro juntas y nos dejaremos entrevistar, y
lo que tenga que pasar pasará. Me niego a sentirme culpable y preocupada por
habernos divertido un poco y haber hecho una lista de nada.
—De acuerdo —dijo Euge cuando Lali colgó el auricular—. Voy
a llamar a Cande para informarla de esto, y después devolveré la llamada a esos
reporteros y a citarlos para almorzar. Aguantaré el chaparrón y le quitaré
importancia a la cosa lo más que pueda. —Cruzó los dedos—. Puede que esto
funcione.
A lo largo del transcurso de la mañana, la gente no cesó de
asomar la cabeza por la puerta y hacerle comentarios jocosos; por lo menos los
hicieron las mujeres. Lali recibió también un par de ofertas para tomar
medidas, tal como esperaba, de dos hombres y unas cuantas observaciones
sarcásticas de algunos otros. Leah Street la miró horrorizada y permaneció
alejada de ella, lo cual le vino divinamente a Lali, aunque esperaba
encontrarse en cualquier momento sobre la mesa de su despacho un cartel que
dijera: «Puta de Babilonia». Leah estaba teniendo más problemas con aquel
asunto que Rochi, y eso ya era decir mucho.
Todos los mensajes del correo de voz procedían de
reporteros; los borró y no devolvió ninguna de las llamadas. Euge debía de
estar muy ocupada en su campaña de limpieza, porque más allá de las nueve no hubo
ninguna llamada más. Los tiburones rondaban ahora a Euge. Sólo por si acaso
seguía habiendo moros en la costa, Lali se acobardó y de nuevo sacó su almuerzo
de las máquinas expendedoras de la sala de café. Si aquella maniobra de
despiste no tenía éxito y era sólo la calma que precede a la tempestad, su
intención era la de sacarle el máximo partido.
Al final resultó que no hubo mucha calma, ya que la sala de
café estaba repleta de gente que ese día se había traído el almuerzo de casa,
incluida Leah Street, que estaba sentada sola a una mesa, apartada de la multitud.
El murmullo de la conversación se transformó en una mezcla
de silbidos y aplausos cuando entró Lali. Los aplausos, cosa predecible,
procedían sólo de las mujeres.
No hubo nada que pudiera hacer, excepto saludar con una reverencia
tan pronunciada como le permitió su rodilla herida y sus doloridas costillas.
—Muchas gracias —dijo en su mejor imitación de Elvis.
Introdujo dinero en la máquina y escapó lo más rápidamente
posible, procurando no hacer caso de los comentarios de « ¡Qué divertido era!»
y «Sí, las mujeres enseguida os convertís en unas arpías si un hombre hace un
comentario acerca de...».
La sala de café se convirtió rápidamente en un campo de
batalla con las líneas defensivas como separación entre sexos.
—Maldición, maldición, maldición —musitó Lali para sí
mientras regresaba al despacho llevando en la mano un refresco sin azúcar y
unas galletas. ¿A quién debía pagar cuando juraba sólo para sus adentros?, se
preguntó. ¿Debería poner el dinero en un fondo para pagar transgresiones
futuras?
Hacía mucho tiempo que había terminado el almuerzo y ya eran
casi las dos cuando llamó Eugenia. Su voz sonaba cansada.
—Se acabaron las entrevistas —dijo—. Vamos a ver si la cosa
se calma ahora.
Los reporteros ya no estaban acampados a la entrada cuando
Lali salió de su trabajo. Se fue lo más rápido
que pudo a casa a ver el informativo local y al llegar al camino de entrada
detuvo el coche de golpe levantando un poco de gravilla. Se alegró de que Peter
no estuviera en casa, pues de lo contrario habría salido para leerle la
cartilla.
Bubú había atacado de nuevo el sofá. Lali no hizo caso de
los trozos de relleno que había esparcidos por la moqueta y cogió el mando a
distancia de la televisión, encendió el aparato y se sentó en el borde de su
sillón. Aguardó hasta que terminó el informe sobre la marcha de la Bolsa —no
había tenido lugar ningún desplome espectacular, maldita sea—, el parte
meteorológico y los deportes.
Justo cuando empezaba a albergar la esperanza de que la
entrevista de Euge no apareciera en las noticias, dijo el locutor en tono
teatral:
—A continuación, la Lista. Cuatro mujeres revelan lo que
desean encontrar en un hombre.
Dejó escapar un quejido y se hundió en el sillón. Bubú se le
subió a las rodillas, la primera vez que hizo tal cosa desde que había ido a
vivir con ella. Con gesto automático, Lali le rascó las orejas y él empezó a
vibrar.
Finalizó la publicidad y se reanudó el informativo.
—Cuatro mujeres, Eugenia Suarez, Mariana Esposito, Roció
Igarzabal y Candela Vetrano, han confeccionado una lista de cualidades que
debería poseer el hombre perfecto. Las cuatro amigas trabajan en Hammerstead
Technology, y la Lista, tal como se la conoce ya, fue el resultado de una reciente
sesión creativa a la hora del almuerzo.
Falso, pensó Lali. Se habían encontrado en Ernie's, al salir
de trabajar. O el reportero no había preguntado y había supuesto que habían
comido juntas, o bien decir «a la hora del almuerzo» sonaba mejor que «reunidas
en un bar después del trabajo». Puestos a pensarlo, probablemente lo del
almuerzo resultaba mejor para Rochi, ya que a Pablo no le gustaban aquellas
reuniones de los viernes después del trabajo.
Entonces apareció en pantalla el rostro de Eugenia. Estaba
sonriente, relajada, y tras ser preguntada por la reportera echó la cabeza
hacia atrás y rió con ganas.
— ¿Quién no quiere encontrar al hombre perfecto? —preguntó—.
Por supuesto, cada mujer tendrá requisitos distintos, por eso lo que pusimos al
hacer la lista no tiene por qué coincidir necesariamente con la opinión de otra
persona.
De acuerdo, aquello era diplomático, pensó Lali.
Perfectamente; nada polémico hasta el momento. Pero entonces Eugenia lo
estropeó todo. La reportera, políticamente correcta hasta las uñas, hizo un comentario
acerca de lo superficiales que eran los requisitos físicos que mencionaba la
Lista. Eugenia arqueó las cejas y le brillaron los ojos maliciosamente. Al
verla, Lali no pudo por menos de gemir, porque aquélla era una de las señales
de advertencia de Eugenia antes de lanzarse al ataque.
— ¿Superficiales? —repitió Eugenia recalcando la palabra—. A
mí me parecen sinceros. Yo opino que todas las mujeres sueñan con un hombre que
tenga, digámoslo así, ciertas partes generosas, ¿no cree usted?
— ¡No seréis capaces de sacar eso al aire! —exclamó Lali al
televisor, al tiempo que se ponía en pie de un salto y tiraba al suelo al pobre
Bubú. El gato apenas tuvo tiempo de ponerse a salvo saltando, y se volvió para
mirarla con cara de pocos amigos, pero Lali no le hizo caso—. ¡Éste es un
horario familiar! ¿Cómo sois capaces de poner en el aire algo así?
Por los índices de audiencia, claro está. Como los
informativos eran lo más visto, las cadenas de televisión de todo el país
luchaban por conseguir espectadores. El sexo vende, y Eugenia acababa de vendérselo
a ellos.
Jajajaja en lo que se transformó una pequeña charla y una lista inocente jajaja
ResponderEliminarPobre bubu :/ No se adapta, y una vez que busca cariño termina en el suelo jajaja
Espero mas!
Muy buena la nove
Un beso Vale
@amorxca