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miércoles, 2 de enero de 2013

Capitulo 15.

¡Hola Hola, Feliz 2013! Un nuevo año, un nuevo capitulo en nuestras vidas.
Chicas, se acerca Laliter no desesperen cuando menos se lo esperen llegara el capitulo, no se preocupen. Ademas tengo que decir que trato de hacer los capitulos mas largos para que asi llegemos a la parte de la accion y romance mas rapido, porque ademas de publicar la adaptacion tambien leo y se lo que se siente la desesperancion  que nunca llege el beso, pero llegara esten tranquilas, ¡falta poco!
Gabi: ¡Hola Linda! Habia explicado que no hiba a poder subir hasta hoy por las fiestas de fin de año, pero aqui estoy, ¡gracias por preocuparte! Feliz año para ti♥
Les mando besitos de amor!
Twitter: @MiLlaveDeCristal




—Oh—musitó Lali para sí mientras conducía con el piloto automático, lo cual en el tráfico de Detroit era más que arriesgado.

« ¿Oh?» ¿Qué clase de respuesta inteligente era aquélla? ¿Por qué no le había dicho algo como: «Ni lo sueñe, amigo» o quizá: «Dios santo, ¿es que se ha helado el infierno y yo no me he enterado?» ¿Por qué no pudo decir cualquier otra cosa que no fuera «oh», por todos los santos? Hasta durmiendo era capaz de hacerlo mejor.

No lo había dicho en tono indiferente, como si le estuvieran pidiendo información y la respuesta no fuera muy interesante. No, aquella maldita sílaba le había salido tan débil que ni siquiera había quedado registrada en el paridómetro. Ahora él pensaría que lo único que tenía que hacer era darse un paseíto hasta la casa de ella y la vecinita caería rendida a sus pies.

Lo peor de todo era que tal vez tuviera razón.

No, no, no, no, no. A ella no le iban las aventuras casuales, y tampoco se le daban bien las serias, de modo que aquello daba por finiquitado el tema de los romances. Por nada del mundo iba a tener un escarceo con el vecino de al lado, al que sólo un día antes — ¿o había sido dos días antes?— consideraba un «tipejo».

Ni siquiera le gustaba. Bueno, no mucho. Desde luego admiraba la manera en que había reducido y puesto boca abajo a aquel borracho. Había ocasiones en las que la fuerza bruta era la única respuesta satisfactoria; se sintió enormemente satisfecha al ver a aquel borracho aplastado contra el suelo y manejado con tanta facilidad como si fuera un niño pequeño.

Aferró con fuerza el volante en un intento de controlar la respiración. Conectó el aire acondicionado y ajustó las salidas de ventilación para que el aire le diera en la cara. Sentía los pezones tensos, y sabía que si los mirara se los encontraría erguidos como soldaditos.

Está bien. Aquí el problema radicaba en un caso grave de excitación sexual. El hecho estaba allí, y ella tenía que afrontarlo, lo cual quería decir que tendría que comportarse como una adulta sensata e inteligente y conseguirse unas píldoras anticonceptivas lo antes posible. En cualquier momento iba a venirle la regla, lo cual era una suerte; podría comprar las píldoras y empezar a tomarlas casi de inmediato. Pero no iba a decírselo a él. Las píldoras eran sólo una precaución, por si acaso sus hormonas se imponían sobre su materia gris. Jamás le había sucedido nada tan tonto, pero es que jamás se había prácticamente derretido de aquella manera al ver la parte sobresaliente de un hombre.

Hoy debía ser un día más bien tranquilo, pensó. De las ochocientas cuarenta y tres personas que trabajaban en Hammerstead, existía la posibilidad de que varias de las que la conocían a ella y a sus amigas hubieran visto el informativo y adivinaran sus identidades. Alguien preguntaría directamente a Dawna, ésta revelaría el resto de la información, y la noticia se extendería como un reguero de pólvora por todo el edificio, a la velocidad del correo electrónico. Pero mientras dicha información permaneciera dentro de Hammerstead, Rochi tendría al menos una oportunidad de impedir que se enterara Pablo. Éste no guardaba mucha relación con los compañeros de trabajo de su mujer, excepto su asistencia obligatoria a la fiesta de Navidad de la empresa, en la que solía vérselo aburrido.

Pero nada más llegar a la altura de la entrada de Hammerstead, vio que sus esperanzas de tener una jornada tranquila habían sido en exceso optimistas. A un lado había aparcadas tres camionetas de informativos de televisión. Tres hombres de aspecto desaliñado armados con Minicams estaban filmando cada uno a una de las tres personas, un hombre y dos mujeres, que se encontraban frente a la valla con Hammerstead al fondo. Los tres reporteros estaban lo bastante separados entre sí como para no entrar en sus respectivos campos visuales, y hablaban con gran entusiasmo a sus micrófonos.

A Lali se le encogió el estómago. Pero aún tenía esperanzas; todavía no había abierto la Bolsa.

— ¿Qué ocurre? —fueron las primeras palabras que oyó al entrar en el edificio. Frente a sí vio dos hombres bajando por el pasillo—. ¿Qué ocurre con los reporteros de televisión? ¿Es que alguien ha comprado la empresa, o hemos cerrado, o algo así?

— ¿Has visto las noticias de esta mañana?

—No he tenido tiempo.

—Por lo visto, algunas de las mujeres que trabajan aquí han elaborado su propia definición del hombre perfecto. Todas las cadenas de televisión lo están tratando como una historia de interés humano, supongo.

— ¿Y cuál es su definición del hombre perfecto? ¿Alguien que siempre baja la tapa del inodoro?

Oh, pensó Lali. Se habían olvidado de aquella condición.

—No, según he oído, es el típico Boy Scout; fiel, sincero y que ayuda a las viejecitas a cruzar la calle, tonterías de ésas.

—Ah, pero eso puedo hacerlo perfectamente —dijo el primer hombre en tono de descubrimiento.

— ¿Y entonces por qué no lo haces?

—No he dicho que quiera hacerlo.

Ambos rieron juntos. Lali se divirtió con una maravillosa fantasía en la que los lanzaba a los dos de un puntapié de cabeza contra la puerta de enfrente, pero se contentó con preguntarles:

— ¿Estáis diciendo que los dos sois infieles? ¡Pues vaya ganga que sois!

Ambos se dieron la vuelta como si se sorprendieran de verla allí, pero tenían que haber oído abrirse la puerta y los pasos de alguien que caminaba detrás de ellos, de modo que no se tragó aquella fingida inocencia. Conocía sus caras pero no sus nombres; eran directivos intermedios, de veintimuchos o treinta y pocos años, muy encopetados con sus camisas azules de seda francesas y sus conservadoras corbatas.

—Perdona —dijo el primero de ellos con falsa contrición—. No te habíamos visto.

—Claro —replicó Lali poniendo los ojos en blanco. Pero enseguida se reprendió a sí misma; no tenía ninguna necesidad de participar en aquel tipo de conversaciones. Que aquella particular guerra entre sexos se librara sin ella; cuanta menos atención atrajeran ella y sus otras tres amigas, mejor para ellas.

En silencio, Lali y los dos hombres se dirigieron hacia los ascensores. Hoy no había ningún cartelito puesto, lo cual echó en falta.

En la oficina la esperaba Eugenia, con aspecto de sentirse tensa.

—Supongo que habrás visto las noticias —le dijo a Lali.

Lali afirmó con la cabeza.

—He llamado a Rochi y le he dado un toque de advertencia.

—No puedo decirte cuánto siento que haya ocurrido todo esto —dijo Eugenia bajando la voz al ver que entraba alguien por la puerta abierta.

—Ya lo sé —contestó Lali con un suspiro. 

No tenía sentido seguir fastidiando a Eugenia; lo hecho, hecho estaba. Y aquello no era el fin del mundo, ni siquiera para Rochi si Pablo se enterara de todo y se pusiera tan agresivo como para terminar divorciándose de su mujer, es que el matrimonio no era muy fuerte.

—Dawna les dio mi nombre —prosiguió Eugenia—. El teléfono me ha vuelto loca toda la mañana. Todas las cadenas quieren entrevistas, y también el News. —Hizo una pausa—. ¿Has visto el artículo esta mañana?

Lali se había olvidado por completo del periódico; el espectáculo porno que había presenciado en la casa de al lado le supuso una importante distracción. Negó con la cabeza.

—Aún no he leído el periódico.

—De hecho es bastante gracioso. Se encuentra en la sección en que siempre meten recetas de cocina y cosas así, de modo que tal vez no lo haya leído mucha gente. ¿Vas a hablar con ellos? Quiero decir, con los reporteros.

Eugenia negó con un gesto.

—De eso, nada. Si se tratara sólo de mí, sí, me divertiría un poco. ¿Qué más me da que Bruck deje los calzoncillos hechos un revoltijo? Pero estando implicadas vosotras, la cosa es diferente.

—Rochi es la única que está preocupada de verdad. Ayer reflexioné sobre ello, y llegué a la conclusión de que yo no tengo nada que perder si sale a la luz mi nombre, de manera que no te preocupes por mí. Cande tampoco parecía preocupada. Pero Rochi... —Lali sacudió la cabeza en un gesto negativo—. Eso es un problema.

—Vaya por Dios. Yo, personalmente, no creo que supusiera una pérdida importante que rompiera con Pablo, pero yo no soy Rochi, y probablemente ella piensa lo mismo de Bruck. —Eugenia sonrió ampliamente—. Mierda, la mayor parte del tiempo, hasta yo pienso lo mismo de él.

En aquello estaban de acuerdo, pensó Lali.

En aquel momento entró en la oficina Gina Landretti, que también estaba en nómina. A juzgar por cómo se le iluminaron los ojos al ver a Eugenia y a Lali hablando, la cosa se había extendido.

— ¡Anda! —dijo con una gran sonrisa dibujada en la cara—. ¡Pero si sois vosotras! Quiero decir, las cuatro amigas. Debería haberlo imaginado cuando leí el nombre de Euge, pero es ahora cuando he caído en la cuenta. Las otras dos son esa chica tan guapa del departamento de ventas y la otra de recursos humanos, ¿verdad? Os he visto almorzar juntas.

No merecía la pena negarlo. Lali y Euge se miraron entre sí, y Lali se encogió de hombros.

— ¡Esto es genial! —exclamó Gina entusiasmada—. Ayer le enseñé el boletín a mi marido, y se puso furioso de verdad cuando llegó al número ocho de la lista, como si él no se volviera nunca a mirar a las mujeres de tetas grandes, ¿sabéis? Tuve que echarme a reír. Todavía sigue sin hablarme. —No parecía muy preocupada.

—Sólo nos estábamos divirtiendo un poco —dijo Lali—. Esto se ha ido de las manos.

—Oh, yo creo que no. A mí me parece estupendo. Se lo he contado a mi hermana de Nueva York, y me ha dicho que quiere una copia del artículo entero, no sólo el fragmento que ha salido esta mañana en el periódico.

— ¿Tu hermana? —Lali notó cómo le venía de nuevo aquella sensación en el estómago—. ¿Esa hermana tuya que trabaja para una de las cadenas?

—Para CA. Forma parte de la plantilla de Buenos días, América.

Eugenia también empezó a alarmarse.

—Er... Sólo tendría un interés personal, ¿no?

—Le pareció muy gracioso. Pero no me sorprendería que recibierais una llamada del programa. Mencionó que la Lista daría pie para una historia estupenda. —Gina se fue hacia su mesa, contenta de haber puesto su granito de arena en darles publicidad.

Lali sacó un dólar del bolso y se lo dio a Euge, y a continuación soltó cuatro palabras bien groseras.

—Vaya. —Euge parecía impresionada—. Nunca te había oído decir nada así.

—Lo reservo para las emergencias.

En aquel instante sonó el teléfono, y Lali se lo quedó mirando, Dado que aún no eran las ocho, aquella llamada no podía ser de trabajo. Si contestaba, no podía ser más que alguna mala noticia. Al tercer timbre Eugenia descolgó.

—Nóminas —dijo en tono enérgico—. Ah, Rochi, soy Eugenia. Estábamos hablando... Oh, maldita sea. Cuánto lo siento, cariño —dijo, conforme iba cambiando el tono por otro de preocupación.

Lali le arrebató el auricular.

— ¿Qué ha ocurrido? —exigió.

—Estoy al descubierto —respondió Rochi con desazón—. Acabo de leer los mensajes de mi correo de voz, y hay siete llamadas de reporteros. Seguro que vosotras tendréis esas mismas llamadas.

Lali volvió la vista hacia la luz de mensajes. Estaba parpadeando como si tuviera un tic nervioso.

—Tal vez si Euge y yo hablásemos con ellos, os dejarían fuera a Cande y a ti —sugirió—. Lo único que quieren es un artículo, ¿no es así? Necesitan una cara para acompañarlo, luego el asunto quedará terminado y pasarán a otra cosa.

—Pero tienen todos nuestros nombres.

—Eso no quiere decir que necesiten cuatro entrevistas. Seguramente se contentarán con cualquier comentario.

Eugenia, que había seguido la conversación escuchando sólo lo que decía Lali, dijo:

—Yo misma puedo encargarme de las entrevistas, si te parece que puede valer.

Rochi oyó la oferta de Euge.

—Supongo que merece la pena intentarlo. Pero no pienso huir. Si los medios no quedan satisfechos después de hablar contigo y con Euge, o sólo con Euge, nos sentaremos las cuatro juntas y nos dejaremos entrevistar, y lo que tenga que pasar pasará. Me niego a sentirme culpable y preocupada por habernos divertido un poco y haber hecho una lista de nada.

—De acuerdo —dijo Euge cuando Lali colgó el auricular—. Voy a llamar a Cande para informarla de esto, y después devolveré la llamada a esos reporteros y a citarlos para almorzar. Aguantaré el chaparrón y le quitaré importancia a la cosa lo más que pueda. —Cruzó los dedos—. Puede que esto funcione.

A lo largo del transcurso de la mañana, la gente no cesó de asomar la cabeza por la puerta y hacerle comentarios jocosos; por lo menos los hicieron las mujeres. Lali recibió también un par de ofertas para tomar medidas, tal como esperaba, de dos hombres y unas cuantas observaciones sarcásticas de algunos otros. Leah Street la miró horrorizada y permaneció alejada de ella, lo cual le vino divinamente a Lali, aunque esperaba encontrarse en cualquier momento sobre la mesa de su despacho un cartel que dijera: «Puta de Babilonia». Leah estaba teniendo más problemas con aquel asunto que Rochi, y eso ya era decir mucho.

Todos los mensajes del correo de voz procedían de reporteros; los borró y no devolvió ninguna de las llamadas. Euge debía de estar muy ocupada en su campaña de limpieza, porque más allá de las nueve no hubo ninguna llamada más. Los tiburones rondaban ahora a Euge. Sólo por si acaso seguía habiendo moros en la costa, Lali se acobardó y de nuevo sacó su almuerzo de las máquinas expendedoras de la sala de café. Si aquella maniobra de despiste no tenía éxito y era sólo la calma que precede a la tempestad, su intención era la de sacarle el máximo partido.

Al final resultó que no hubo mucha calma, ya que la sala de café estaba repleta de gente que ese día se había traído el almuerzo de casa, incluida Leah Street, que estaba sentada sola a una mesa, apartada de la multitud.
El murmullo de la conversación se transformó en una mezcla de silbidos y aplausos cuando entró Lali. Los aplausos, cosa predecible, procedían sólo de las mujeres.
No hubo nada que pudiera hacer, excepto saludar con una reverencia tan pronunciada como le permitió su rodilla herida y sus doloridas costillas.

—Muchas gracias —dijo en su mejor imitación de Elvis.

Introdujo dinero en la máquina y escapó lo más rápidamente posible, procurando no hacer caso de los comentarios de « ¡Qué divertido era!» y «Sí, las mujeres enseguida os convertís en unas arpías si un hombre hace un comentario acerca de...».
La sala de café se convirtió rápidamente en un campo de batalla con las líneas defensivas como separación entre sexos.

—Maldición, maldición, maldición —musitó Lali para sí mientras regresaba al despacho llevando en la mano un refresco sin azúcar y unas galletas. ¿A quién debía pagar cuando juraba sólo para sus adentros?, se preguntó. ¿Debería poner el dinero en un fondo para pagar transgresiones futuras?

Hacía mucho tiempo que había terminado el almuerzo y ya eran casi las dos cuando llamó Eugenia. Su voz sonaba cansada.

—Se acabaron las entrevistas —dijo—. Vamos a ver si la cosa se calma ahora.

Los reporteros ya no estaban acampados a la entrada cuando Lali salió de su trabajo. Se fue lo más rápido que pudo a casa a ver el informativo local y al llegar al camino de entrada detuvo el coche de golpe levantando un poco de gravilla. Se alegró de que Peter no estuviera en casa, pues de lo contrario habría salido para leerle la cartilla.

Bubú había atacado de nuevo el sofá. Lali no hizo caso de los trozos de relleno que había esparcidos por la moqueta y cogió el mando a distancia de la televisión, encendió el aparato y se sentó en el borde de su sillón. Aguardó hasta que terminó el informe sobre la marcha de la Bolsa —no había tenido lugar ningún desplome espectacular, maldita sea—, el parte meteorológico y los deportes.
Justo cuando empezaba a albergar la esperanza de que la entrevista de Euge no apareciera en las noticias, dijo el locutor en tono teatral:

—A continuación, la Lista. Cuatro mujeres revelan lo que desean encontrar en un hombre.

Dejó escapar un quejido y se hundió en el sillón. Bubú se le subió a las rodillas, la primera vez que hizo tal cosa desde que había ido a vivir con ella. Con gesto automático, Lali le rascó las orejas y él empezó a vibrar.
Finalizó la publicidad y se reanudó el informativo.

—Cuatro mujeres, Eugenia Suarez, Mariana Esposito, Roció Igarzabal y Candela Vetrano, han confeccionado una lista de cualidades que debería poseer el hombre perfecto. Las cuatro amigas trabajan en Hammerstead Technology, y la Lista, tal como se la conoce ya, fue el resultado de una reciente sesión creativa a la hora del almuerzo.

Falso, pensó Lali. Se habían encontrado en Ernie's, al salir de trabajar. O el reportero no había preguntado y había supuesto que habían comido juntas, o bien decir «a la hora del almuerzo» sonaba mejor que «reunidas en un bar después del trabajo». Puestos a pensarlo, probablemente lo del almuerzo resultaba mejor para Rochi, ya que a Pablo no le gustaban aquellas reuniones de los viernes después del trabajo.

Entonces apareció en pantalla el rostro de Eugenia. Estaba sonriente, relajada, y tras ser preguntada por la reportera echó la cabeza hacia atrás y rió con ganas.

— ¿Quién no quiere encontrar al hombre perfecto? —preguntó—. Por supuesto, cada mujer tendrá requisitos distintos, por eso lo que pusimos al hacer la lista no tiene por qué coincidir necesariamente con la opinión de otra persona.

De acuerdo, aquello era diplomático, pensó Lali. Perfectamente; nada polémico hasta el momento. Pero entonces Eugenia lo estropeó todo. La reportera, políticamente correcta hasta las uñas, hizo un comentario acerca de lo superficiales que eran los requisitos físicos que mencionaba la Lista. Eugenia arqueó las cejas y le brillaron los ojos maliciosamente. Al verla, Lali no pudo por menos de gemir, porque aquélla era una de las señales de advertencia de Eugenia antes de lanzarse al ataque.

— ¿Superficiales? —repitió Eugenia recalcando la palabra—. A mí me parecen sinceros. Yo opino que todas las mujeres sueñan con un hombre que tenga, digámoslo así, ciertas partes generosas, ¿no cree usted?

— ¡No seréis capaces de sacar eso al aire! —exclamó Lali al televisor, al tiempo que se ponía en pie de un salto y tiraba al suelo al pobre Bubú. El gato apenas tuvo tiempo de ponerse a salvo saltando, y se volvió para mirarla con cara de pocos amigos, pero Lali no le hizo caso—. ¡Éste es un horario familiar! ¿Cómo sois capaces de poner en el aire algo así?

Por los índices de audiencia, claro está. Como los informativos eran lo más visto, las cadenas de televisión de todo el país luchaban por conseguir espectadores. El sexo vende, y Eugenia acababa de vendérselo a ellos.

1 comentario:

  1. Jajajaja en lo que se transformó una pequeña charla y una lista inocente jajaja
    Pobre bubu :/ No se adapta, y una vez que busca cariño termina en el suelo jajaja
    Espero mas!
    Muy buena la nove
    Un beso Vale
    @amorxca

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