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lunes, 28 de enero de 2013

Capitulo 37.

¡Holaaa! ¡Buenas! Espero que esten muy bien con este inicio de semana, tratemos de empesar con onda esta semana, mucha felicidad lalala♥ yyyy, la novela cada vez se pone mas buena(: ¡NO SE PIERDAN EL CAPITULO DE MAÑANA! ¡Advierto ! ¡Bienvenida a la lectora nueva! Gracias por leer linda, no te arrepentiras de esta novela n.n ¡Hasta mañana preciosuras!
¡Les mando besitos de amor!
Twitter: @LlaveDeCristal


Lali se sorprendió a sí misma escrutando a cada hombre con que se cruzaba en el trabajo ese día, preguntándose si sería el asesino. Que uno de ellos pudiera ser un asesino era algo casi imposible de creer. Todos parecían muy normales, o al menos tan normales como cualquier grupo grande de hombres que trabajasen en la industria de la informática. Había algunos de ellos a los que conocía y que le gustaban, otros a los que conocía y que no le gustaban, pero a ninguno lo veía como un asesino. A muchos tipos, en particular los de las dos primeras plantas, los conocía de vista pero no por el nombre. ¿Conocería Eugenia a alguno de ellos lo bastante bien como para dejarlo entrar en su casa?

Lali intentó reflexionar sobre qué haría ella si una persona conocida llamase a su puerta por la noche, quizá diciendo que tenía un problema con el coche. Hasta la fecha, probablemente le habría abierto la puerta sin dudar, con el único deseo de mostrarse servicial. El asesino, aunque resultara ser un desconocido, le había robado para siempre aquella confianza, aquella sensación interior de seguridad. Le había gustado creer que era consciente e inteligente, que no corría riesgos, pero ¿cuántas veces había abierto la puerta sin preguntar quién estaba al otro lado? Ahora se estremeció al pensar en ello.

La puerta de su casa ni siquiera tenía mirilla. Veía quién llamaba a la puerta sólo si se subía al sofá, retiraba la cortina y luego se inclinaba mucho hacia la derecha. Y la mitad superior de la puerta de la cocina sólo constaba de nueve cristales pequeños, fáciles de hacer pedazos; después, lo único que tendría que hacer cualquier intruso sería introducir la mano y abrir la cerradura. No poseía ningún sistema de alarma, ningún medio para protegerse, ¡nada! Lo mejor que podía hacer si alguien entraba en la casa mientras ella estuviera dentro era escapar por la ventana, suponiendo que lograra abrirla.

Tenía mucho trabajo que hacer, pensó, antes de poder sentirse de nuevo a salvo en su casa.

Se quedó media hora más de lo habitual en el trabajo, poniéndose un poco al día con el montón de papeles que se habían acumulado durante su ausencia. Cuando atravesaba la zona de aparcamiento reparó en que sólo quedaba un puñado de coches, y por primera vez se dio cuenta de lo vulnerable que era al salir tarde de trabajar, así, sola. Las tres amigas, Cande, Rochi y ella, deberían hacer coincidir sus entradas y salidas con el grueso del personal para aprovechar la ventaja que ofrecía la multitud. Lali ni siquiera les había dicho que pensaba salir un poco más tarde.

Ahora tenía muchas cosas que considerar, había peligro en cosas que antes nunca había necesitado tener en cuenta.

— ¡Lali!

Mientras cruzaba el aparcamiento, el sonido de su nombre la devolvió a la realidad, y comprendió que alguien la había llamado por lo menos un par de veces, tal vez más. Se dio la vuelta y se sorprendió a medias de ver a Leah Street correr hacia ella.

—Lo siento —se excusó, aunque se preguntaba qué querría Leah—. Iba pensando y no te he oído la primera vez. ¿Ocurre algo?

Leah se detuvo agitando sus gráciles manos y con una expresión de incomodidad en el rostro.

—Es que... simplemente quería decirte que lamento mucho lo de Eugenia. ¿Cuándo es el funeral?

—Aún no lo sé. —No tenía ganas de ponerse a explicar de nuevo lo de la autopsia—. La hermana de Euge se está encargando de los preparativos.

Leah asintió nerviosamente.

—Comunícamelo, por favor. Me gustaría asistir.

—Sí, naturalmente.

Leah parecía querer decir algo más, o tal vez no sabía qué más decir; cualquiera de las dos cosas resultaba incómoda. Por fin, tras un movimiento brusco de cabeza, dio media vuelta y se dirigió a paso rápido hacia su coche. La amplia falda le revoloteaba alrededor de las piernas. El atuendo que llevaba aquel día era especialmente desafortunado, un estampado en color lavanda que no le favorecía nada y con un leve volante fruncido en el escote. Tenía toda la pinta de ser un producto de saldo, aunque Leah ganaba un buen sueldo 

—Lali sabía exactamente cuánto— y probablemente compraba en buenos grandes almacenes. Simplemente carecía de criterio para vestir.

—Por otra parte —murmuró Lali para sí mientras abría el Viper—, yo carezco de criterio para las personas. 

—Su criterio debía de encontrase gravemente dañado, porque las dos personas de las que jamás habría esperado comprensión ni sensibilidad, el señor deWynter y Leah Street, eran las dos que se habían tomado la molestia de decirle que sentían lo que le había sucedido a Eugenia.

Obedeciendo las instrucciones de Peter, fue hasta una tienda de electrónica y compró un aparato identificador de llamadas, solicitó un servicio de telefonía móvil, realizó todo el papeleo necesario y después se dedicó a escoger un teléfono. Aquel proceso la absorbió por entero; ¿quería uno de aquellos pequeños aparatos con tapa o mejor uno sin tapa? Se decidió por el que no tenía tapa, pues imaginó que si estuviera huyendo de un asesino enloquecido para salvar su vida, no querría tener que entretenerse en levantar la tapa antes de marcar.

A continuación tenía que decidirse por un color. Descartó de inmediato el negro por estar demasiado visto. ¿Amarillo neón? Resultaría difícil de perder. El azul era bonito; no se veían muchos móviles azules. Por otro lado, no había nada como el rojo.

Una vez que hubo elegido el teléfono rojo, tuvo que esperar a que se lo programasen. Para cuando salió de la tienda de electrónica ya casi se había puesto el sol de finales de verano, se observaban algunas nubes que venían del sudoeste y estaba muerta de hambre.

Como soplaba un viento frío que traía aquellas nubes, promesa de lluvia, y todavía le quedaban dos paradas más antes de irse a casa, se compró una hamburguesa y un refresco, y los engulló mientras conducía. La hamburguesa no era muy buena, pero era comida, y aquello era lo único que requería su estómago.

La parada siguiente fue en una empresa que instalaba sistemas de seguridad. Allí respondió a varias preguntas, escogió el sistema que deseaba y firmó un abultado cheque. Le instalarían el sistema en una semana a partir del próximo sábado.

— ¡Pero eso son diez días! —exclamó Lali frunciendo el ceño.

El corpulento dependiente consultó un libro de entrega de pedidos.

—Lo siento, pero es lo antes que podemos servírselo.

Lali pasó hábilmente una mano por encima del mostrador y recuperó su cheque, que estaba delante del dependiente.

—Ya volveré a llamar para ver si otra persona puede servírmelo antes. Siento haberlo hecho perder el tiempo.

—Espere, espere —dijo él apresuradamente—. ¿Se trata de una emergencia? Si hay una persona que está teniendo problemas, la situamos a la cabecera de la lista. Debería haberlo dicho.

—Se trata de una emergencia —dijo Lali con firmeza.

—Muy bien, deje que vea qué puedo hacer. —Estudió de nuevo el libro de pedidos, se rascó la cabeza, dio unos golpecitos con el lápiz sobre el papel y dijo—: Puedo decir que se lo instalen este sábado, ya que se trata de una emergencia.

Con cuidado de no mostrar triunfo alguno en la expresión de la cara, Lali le devolvió el cheque.

—Gracias —dijo muy en serio.

La siguiente parada fue en un comercio de materiales de construcción. Aquel era un lugar gigantesco en el que había hasta el menor detalle de lo que uno puede necesitar para construir una casa, excepto el dinero. 
Adquirió una mirilla para la puerta principal cuyas instrucciones decían claramente: «fácil de instalar», y una puerta nueva para la cocina que no fuera la mitad de cristal, además de dos cerrojos nuevos. Después de encargar que le entregasen la puerta el sábado y de pagar un extra por dicho privilegio, lanzó un suspiro y emprendió el camino a casa.

La lluvia comenzó a repiquetear sobre el parabrisas justo cuando enfilaba su calle. Se había hecho de noche, y la oscuridad era más intensa aún debido a que el cielo estaba encapotado. Al oeste vio la breve descarga de un relámpago que iluminó las nubes y oyó el retumbar de un trueno.

La casa estaba a oscuras. Habitualmente llegaba a casa mucho antes de oscurecer, por eso no dejaba ninguna luz encendida. En circunstancias normales no se preocuparía por entrar en una casa oscura, pero esta vez sintió un escalofrío que le subía por la espalda. Estaba inquieta, más consciente de su vulnerabilidad.

Permaneció unos instantes sentada dentro del coche, reacia a apagar el motor y entrar en la casa. En el camino de entrada de Peter no había ningún vehículo aparcado, pero estaba encendida la luz de la cocina; tal vez estuviera en casa. Ojalá dejara el todoterreno en el camino de entrada en vez de guardarlo en el garaje, para indicar así cuándo estaba en casa y cuándo no.

Justo cuando apagaba los faros y el motor, captó un movimiento a su izquierda. El corazón se le subió de un salto a la garganta y entonces se dio cuenta de que era Peter, que bajaba de la entrada principal.

Sintió que la inundaba una sensación de alivio. Cogió el bolso y las bolsas de plástico de las compras y salió del coche.

— ¿Dónde demonios has estado? —gritó Peter irguiéndose sobre ella mientras Lali cerraba la portezuela 
del Viper.

No esperaba que empezase vociferando. Sobresaltada, se le cayó una de las bolsas.

— ¡Maldita sea! —exclamó al tiempo que se agachaba para recogerla—. ¿Es que siempre tienes que asustarme?

—Alguien tiene que asustarte. —Peter la agarró por los brazos y la izó hasta ponerla a su altura. Iba sin camisa, y Lali se encontró de cara contra sus músculos pectorales—. Son las ocho, es posible que haya por ahí un asesino rondándote, ¿y no te molestas siquiera en llamar para que alguien sepa dónde estás? ¡Te mereces más que un simple susto!

Lali estaba cansada y nerviosa, la lluvia iba arreciando por minutos, y no estaba de humor para que nadie le gritase. Levantó la cabeza para mirar furiosa a Peter, con el agua chorreando por la cara.

— ¡Tú mismo me dijiste que me comprase un identificador de llamadas y un teléfono móvil, así que si llego tarde ha sido idea tuya!

— ¿Has tardado tres jodidas horas en hacer lo que una persona normal hace en media hora?

¿Estaba diciéndole que ella no era normal? Muy enfadada, Lali apoyó ambas manos en el pecho desnudo de 
Peter y lo empujó lo más fuerte que pudo.

— ¿Desde cuándo tengo que darte explicaciones?

Él se tambaleó quizás un centímetro.

— ¡Hace como una semana! —contestó furioso, y la besó. 

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