¡Les mando besitos de amor!
Twitter: @LlaveDeCristal
Fue extraordinariamente educado. Lali se preguntó por qué nunca era tan educado cuando hablaba con ella. Naturalmente, el tono que había empleado era más una orden que un ruego, pero aun así...
— ¿Qué puedo hacer por ustedes?
—Deseamos entrevistar a Mariana Esposito acerca de la Lista
—dijo una voz extraña.
—Yo no conozco a Mariana Esposito —mintió Peter.
—Vive aquí. Según los datos que nos constan, adquirió esta
casa hace unas semanas.
—Se equivocan. Soy yo quien compró esta casa hace unas
semanas. Mierda, deben de haber cometido un error al registrar la escritura.
Tendré que subsanar ese problema.
— ¿No vive aquí Mariana Esposito?
—Ya le he dicho que no conozco a Mariana Esposito. Ahora, si
no les importa, tengo que continuar lavando el coche.
—Pero...
—Tal vez debiera presentarme —dijo Sam en un tono
repentinamente suave—. Soy el detective Lanzani, y esto es una propiedad
privada. Están aquí sin permiso. ¿Hace falta que sigamos con esta conversación?
Era evidente que no. Lali permaneció inmóvil mientras oía
varios motores arrancar y alejarse. Fue un milagro que los reporteros no la
hubieran oído a ella y a Peter hablar en el interior del garaje; debían de
estar hablando entre ellos. La verdad era que Peter y ella estaban tan enfrascados
en la conversación que no oyeron llegar a los periodistas.
Aguardó a que Peter viniese a abrir la puerta del garaje.
Pero no lo hizo. Oyó un chapoteo de agua y alguien que silbaba sin entonar.
Aquel tipejo estaba lavando su coche.
—Más vale que lo hagas como Dios manda —dijo apretando los
dientes—. Si dejas que se seque el jabón, te arrancaré la piel a tiras.
Aguardó impotente, sin atreverse a chillar ni golpear la
puerta por si todavía quedaba por allí algún reportero. Si alguno de ellos
tenía medio cerebro, se habría imaginado que aunque Peter hubiera podido
encajar dentro del Viper, de ninguna manera se habría gastado tanto dinero en
comprarse un coche que tendría que conducir con las rodillas levantadas a la
altura de las orejas. Los Viper no estaban pensados para tipos altos con pinta
de jugador de defensa de fútbol. A él le iba mejor un todoterreno. Pensó en el
Chevy rojo con tracción en las cuatro ruedas y empezó a hacer pucheros. Ella
estuvo a punto de comprarse uno, antes de enamorarse del Viper.
No llevaba puesto el reloj, pero calculaba que había
transcurrido más de una hora, más bien una hora y media, hasta que Peter abrió
la puerta. El crepúsculo estaba cediendo paso a la noche y ya tenía la camiseta
seca; todo ese tiempo había esperado con impaciencia a ser liberada.
—Te lo has tomado con mucha calma —masculló al salir del
garaje.
—Bienvenida —replicó Peter—. He terminado de lavar tu coche,
y luego le he dado cera y le he sacado brillo.
—Gracias. ¿Lo has hecho correctamente?
Corrió a ver el coche, pero no había luz suficiente para
distinguir posibles churretones.
Peter no se ofendió por su falta de fe, sino que dijo:
— ¿Quieres hablarme de los reporteros?
—No. Quiero olvidarme de todo eso.
—No creo que puedas. Regresarán en cuanto comprueben los datos
y descubran que yo soy el dueño de la casa de al lado, lo cual ocurrirá a
primera hora de la mañana.
—Para entonces ya estaré trabajando.
—Lali —le dijo él, y esa vez empleó su tono de policía.
Ella suspiró y se sentó en los peldaños del porche.
—Es por esa estúpida lista.
Peter se acomodó junto a ella y estiró sus largas piernas.
— ¿Qué estúpida lista?
—La del hombre perfecto.
Aquello atrajo su atención.
— ¿Esa lista? ¿La que ha salido en el periódico?
Lali asintió.
— ¿La escribiste tú?
—No exactamente. Yo soy una de las cuatro amigas que
confeccionaron la lista. Todo este revuelo es accidental. Se suponía que nadie
iba a ver la lista, pero se filtró en el boletín de la empresa y ahora está
incluso en Internet, y a partir de ahí se ha ido formando una bola de nieve.
—Cruzó los brazos sobre las rodillas levantadas y apoyó la cabeza en ellos—. Es
un verdadero lío. No debe de haber ninguna otra noticia interesante, para que
hayan prestado tanta atención a la lista. He rezado para que se produjera un
desastre en la Bolsa.
—Muérdete la lengua.
—Sólo una caída temporal.
—No lo entiendo —dijo Peter al cabo de un minuto—. ¿Qué
tiene de interesante esa lista? «Fiel, agradable, con un trabajo.» Vaya cosa.
—Hay más de lo que se ha publicado en el periódico —dijo
Lali con pesadumbre.
— ¿Más? ¿Cómo qué?
—Ya sabes. Más.
Peter reflexionó un momento, y luego dijo con cautela:
— ¿Más físico?
—Más físico —asintió Lali.
Otra pausa.
— ¿Cuánto más?
—No quiero hablar de ello.
—Pues lo miraré en Internet.
—Muy bien. Hazlo. Yo no quiero hablar de ello.
La enorme mano de Peter se apoyó en su nuca y apretó.
—No puede ser tan malo.
—Sí puede. Rochi podría terminar divorciándose por culpa de
esto. Ana y Patricio están furiosos conmigo porque los estoy dejando en mal
lugar.
—Tenía entendido que estaban furiosos por lo del gato y el
coche.
—Y así es. Se están sirviendo del gato y del coche como
pretexto para enfadarse todavía más por la lista.
—Me da la sensación de que son un problema.
—Pero son familia, y yo los quiero. —Hundió los hombros—.
Voy por tu dinero.
— ¿Qué dinero?
—Por las palabrotas.
— ¿Vas a pagarme?
—Es lo único honrado que puedo hacer. Pero ahora que conoces
la nueva regla sobre provocarme para que diga groserías, ésta es la única vez
que te pago cuando es culpa tuya. Setenta y cinco centavos, ¿no?
Dos antes, y
otro cuando viste a los reporteros.
—Me parece bien.
Lali fue al interior de la casa y sacó setenta y cinco
centavos. Se le habían acabado las monedas de cuarto de dólar, de modo que
tendría que pagarle en monedas más pequeñas. Cuando volvió, Peter aún estaba
sentado en los escalones, pero se levantó para guardarse el dinero en el
bolsillo.
— ¿Vas a invitarme a entrar, tal vez a cenar?
Lali soltó un
resoplido.
—Venga ya.
—Eso es justo lo que había imaginado. Está bien, entonces,
¿quieres salir a tomar algo?
Lali lo pensó un momento. El hecho de aceptar tenía sus pros
y sus contras. La ventaja más clara era que no tendría que cenar sola, si es
que tuviera ganas de tomarse la molestia de preparar algo, lo cual no era el
caso. El mayor inconveniente radicaba en el hecho de pasar más tiempo con él.
Pasar tiempo con Peter podía ser peligroso. Lo único que la había salvado antes
era que no se estaban en un lugar privado.
Si se estaba a solas con él dentro de su todoterreno, nadie
sabía lo que podía ocurrir. Por otra parte, le gustaría subirse a aquel
todoterreno...
—No te estoy pidiendo que resuelvas cuál es el sentido de la
vida —dijo él irritado—. ¿Quieres tomar una hamburguesa o no?
—Si voy, no puedes tocarme —lo advirtió Lali.
Él levantó ambas manos.
—Lo juro. Ya te dije que no puedes pagarme con nada el hecho
de que yo me acerque a ese óvulo tuyo devorador de esperma. Y bien, ¿cuándo vas
a empezar a tomar la píldora?
— ¿Quién ha dicho que vaya a hacerlo?
—Yo soy el que dice que deberías tomarla.
—Tú no te acerques a mí, y no tendrás que preocuparte por
ello. —Por nada del mundo iba a decirle que ya tenía pensado empezar a tomar la
píldora. Se había olvidado de llamar a la clínica, pero lo haría a primera hora
de la mañana.
Peter sonrió abiertamente.
—No se te está dando mal, nena, pero estamos al final del
noveno saque y yo voy ganando por diez a cero.
Lo único que te queda por hacer
es aceptar sin rechistar.
Si cualquier otro hombre le hubiera dicho eso, le habría
devuelto su ego deshecho en pedazos. Lo mejor que podía hacer en aquel momento
era entretenerlo.
— ¿Todavía estoy a tiempo de batear?
—Sí, pero van dos abajo y un recuento de tres-cero.
—Aún puedo hacer una carrera completa.
—No tienes muchas posibilidades.
Lali gruñó ante aquel gesto de desprecio por su resistencia.
—Eso ya lo veremos.
—Diablos. Estás convirtiendo esto en una competición, ¿no es
así?
—Eres tú el que ha empezado. Final del noveno y ganando por
diez a cero, qué capullo.
—Eso es otro cuarto de dólar.
—Capullo no es una grosería.
—Es un... —Se interrumpió a sí mismo y dejó escapar un fuerte
suspiro—. No importa. Me has desviado del tema. ¿Quieres ir a comer algo, sí o
no?
—Prefiero comida china antes que una hamburguesa.
Otro suspiro.
—Conforme. Iremos a un chino.
—Me gusta el sitio ese de Twelve Mile Road.
—De acuerdo —chilló Peter.
Lali le obsequió una sonrisa radiante.
—Voy a cambiarme.
—Yo también. Cinco minutos.
Lali se apresuró a entrar en la casa, muy consciente de que
él también se estaba dando prisa. No la creía capaz de cambiarse de ropa en
cinco minutos, ¿eh? Pues ahora vería.
Se desnudó completamente de camino al dormitorio. Bubú le
siguió los pasos maullando en tono lastimero. Hacía largo rato que había pasado
su hora de cenar. Se puso unas bragas secas, se ajustó un sujetador seco, se
puso por la cabeza un top de punto rojo y de manga corta, se enfundó unos
vaqueros blancos y se calzó unas sandalias. Luego corrió de vuelta a la cocina
y abrió una lata de comida para Bubú, la volcó en su plato, agarró el bolso y
salió por la puerta justo en el momento en que Peter saltaba del porche de su
cocina y se encaminaba hacia el garaje.
—Llegas tarde —dijo él.
—No es verdad. Además, tú sólo has tenido que cambiarte de
ropa. Yo me he cambiado de ropa y he dado de comer al gato.
Peter tenía un garaje con puerta moderna. Apretó el botón
del mando a distancia que llevaba en la mano y la hoja se deslizó hacia arriba
como una seda. Lali suspiró, asaltada por un caso grave de envidia de puerta de
garaje. A continuación, a la luz que se encendió automáticamente al abrirse la
puerta, vio el monstruo rojo y reluciente. Tubos de escape gemelos y cromados. Barra
antivuelco cromada. Unos neumáticos tan grandes que habría tenido que
introducirse de un brinco en el asiento si Peter no hubiera colocado también
unas barras cromadas para ayudar a los que no habían sido agraciados con la
misma longitud de pierna que él.
—Oh —jadeó Lali al tiempo que entrelazaba las manos—. Esto
es justamente lo que yo quería, hasta que vi el Viper.
—Asientos deslizantes —dijo Peter alzando una ceja—. Si eres
buena, cuando estés tomando la píldora y tengas esos óvulos controlados, te
permitiré que me seduzcas dentro del coche.
Lali logró no reaccionar. Gracias a Dios él no se dio cuenta
de lo tenue que era su autocontrol, si bien fue la
idea de seducirlo a él más
que el lugar lo que la revolucionó de nuevo.
— ¿No tienes nada que decir? —quiso saber Peter.
Lali negó con la cabeza.
—Maldición —dijo él al tiempo que le rodeaba la cintura con
ambas manos y la izaba sin esfuerzo al interior de la cabina—. Ahora sí estoy
preocupado.
mmamass me encanta
ResponderEliminarhola soy noelia me encantó tu nove de ahora en mas te voy a firmar los cap
ResponderEliminaruna cosa nada en algun momento de la nove habla un cap peter un dia de el ? ya que ahora vemos como son los dias de lali