Noe: ¡Hola linda! Me alegro que te este gustando la adaptacion, la verdad no te arrepentiras de leerla, esta increible(: y tengo que decirte que si tienes una idea de quien es "Corin" te lo guardes para ti, jajaja, para que sea sorpresa para los demas, aunque tengo que decirte que es muy sorprendete al final, ¡te juro! Asi que piensa mejor eh(;
Me ire un rato a twitter y despues a leer, ¡wuju!
¡Les mando besitos de amor!
Twitter: @LlaveDeCristal
Lali se fue a casa mascullando para sí todo el rato, aunque
se acordó de detenerse en la clínica a hacer acopio de píldoras anticonceptivas
para tres meses. La alta dirección había decidido que explotar la situación
para conseguir toda la publicidad que pudieran era sin duda beneficioso, y a
partir de ahí todo se había acelerado. En nombre de las demás, aceptó acudir a
una entrevista en Buenos días, América, aunque no alcanzaba a comprender por
qué estaba interesado un programa informativo matinal cuando era obvio que no
podía entrar en los detalles más jugosos de la lista. Tal vez fuera un ejemplo
del deseo de aquella cadena de imponerse a otras cadenas. Entendía que
sintieran interés publicaciones como Cosmopolitan o incluso alguna de las
revistas para hombres. Pero ¿qué podía publicar People, aparte de una visión
personal de las cuatro amigas y del impacto que la lista había provocado en sus
vidas?
Era evidente que el sexo vendía hasta cuando no se podía
hablar de él.
Las cuatro debían acudir a la filial de la ABC en Detroit a
la supuestamente razonable hora de las cuatro de la madrugada, y la entrevista
sería grabada. Tenían que venir ya vestidas, peinadas y maquilladas. Un
corresponsal de la ABC, que no sería Diana ni Charlie, iba a desplazarse hasta
Detroit en avión para realizar la entrevista, en lugar de dejarlas sentarse en
un plato vacío con minúsculos auriculares en las orejas, hablándole al aire,
mientras les formulaba las preguntas alguien situado en Nueva York. Contar con
una persona real y en directo haciendo la entrevista era evidentemente un gran
honor. Lali intentó sentirse honrada, pero lo que sintió fue cansancio ante la
idea de tener que levantarse a las dos de la mañana para vestirse, peinarse y
maquillarse.
No vio ningún Pontiac marrón en el camino de entrada
contiguo, ni ninguna señal de vida en el interior de la casa.
Desastre.
Bubú traía pedazos de relleno de los almohadones prendidos a
los bigotes cuando la saludó. Lali ni siquiera se tomó la molestia de echar un
vistazo a la sala de estar. Lo único que podía hacer a aquellas alturas para
proteger lo que quedaba de su sofá era cerrar la puerta para que el gato no
pudiera entrar en la habitación, pero en ese caso trasladaría su frustración a
algún otro mueble. El sofá ya había que mandarlo a arreglar; pues que se
desahogase con él.
Una sensación súbita y sospechosa, y una visita al cuarto de
baño le indicaron que le había llegado el período, puntualmente. Dejó escapar
un suspiro de alivio. Estaba a salvo de su inexplicable debilidad por Peter en
los últimos días. A lo mejor debería también dejar de depilarse las piernas; de
ninguna manera iba a embarcarse en una aventura amorosa con las piernas
cubiertas de vello. Deseaba mantener a Peter a distancia por lo menos un par de
semanas más, sólo para frustrarlo. Le gustaba la idea de que Peter se sintiese
frustrado.
Al entrar en la cocina miró por la ventana. Seguía sin verse
el Pontiac, aunque supuso que quizá Peter estuviera conduciendo su todoterreno,
como había hecho el día anterior. Las cortinas de la cocina estaban echadas.
Resultaba difícil frustrar a un hombre que no estaba allí.
En aquel momento entró un coche y se detuvo detrás del
Viper. Se apearon dos personas, un hombre y una mujer. El hombre llevaba una
cámara alrededor del cuello y cargaba con una serie de bolsas. La mujer llevaba
un bolso grande e iba vestida con una chaqueta blazer a pesar del calor.
No merecía la pena intentar esquivar a más periodistas, pero
no pensaba permitirles que entrasen en su cuarto de estar sembrado de relleno
de sofá. Fue hasta la puerta de la cocina, la abrió y salió al porche.
—Pasen —dijo con voz cansada—. ¿Les apetece un café? Estaba
a punto de preparar una cafetera.
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Corin contempló el rostro reflejado en el espejo. A veces
desaparecía durante semanas o meses, pero allí estaba, en el reflejo, como si
nunca se hubiera ido. Hoy no había podido ir a trabajar, pues temía lo que
podría pasar si las viera en carne y hueso. Aquellas cuatro putas. ¿Cómo se
atrevían a reírse de él, de insultarlo con su Lista? ¿Quién se creían que eran?
Ellas no pensaban que él fuera perfecto, pero él sabía la verdad.
Al fin y al cabo, lo había entrenado su madre.
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Pablo estaba en casa cuando llegó Rochi. Por un instante se
le contrajo el estómago en una náusea, pero no se permitió titubear. Ahora
mandaba el respeto por sí misma.
Abrió la puerta del garaje y entró en la casa por el zaguán,
como siempre. Dicho cuarto daba a la cocina, su hermosa cocina, con sus
armarios y accesorios de color blanco y sus relucientes cacharros de cobre
colgando de una barra por encima de la isleta central. Su cocina estaba sacada
de un libro de decoración, y era su pieza favorita de la casa, no porque le
gustase cocinar, sino porque la encantaba el ambiente que tenía. Había un
pequeño invernadero lleno de hierbas, helechos y flores pequeñas que llenaban
el aire de perfume y frescor. En aquel espacio había introducido dos sillones,
una mesa, además de un escabel súper acolchado para descansar los pies y las
piernas. El invernadero era en su mayor parte de cristal glaseado, lo cual
dejaba entrar luz abundante pero reflejaba el calor y el frío. La encantaba acurrucarse
allí con un buen libro y un té caliente,
sobre todo en invierno, cuando fuera el suelo estaba cubierto por una
manta de nieve pero dentro se estaba cómodo y calentito, rodeado por su jardín
perpetuo.
Pablo no estaba en la cocina. Rochi dejó el bolso y las
llaves en el sitio acostumbrado sobre la isleta, se quitó los zapatos y puso a
calentar un hervidor con agua para hacer té.
No lo llamó ni fue a buscarlo. Supuso que se encontraría en
su guarida, viendo la televisión y alimentando su rencor. Si deseaba hablar con
ella, que saliese de su cueva.
Se puso un pantalón corto y un top ceñido. Aún tenía un buen
cuerpo, aunque más musculoso de lo que a ella le gustaba, resultado de años de
formar parte de un equipo de fútbol femenino. Hubiera preferido tener la
constitución esbelta de Cande, o las curvas delicadas de Lali, pero en conjunto
estaba satisfecha consigo misma. No obstante, al igual que la mayoría de las
mujeres casadas, había perdido la costumbre de vestir prendas entalladas y por
lo general usaba ropa holgada de algodón en invierno y camisetas flojas en verano.
Tal vez hubiera llegado el momento de empezar a sacar el máximo partido a su
imagen, tal como hacía cuando Pablo y ella eran novios.
No estaba acostumbrada a que Pablo estuviera en casa a la
hora de cenar. Para esa última comida del día solía encargar algo a domicilio o
bien tomarse algún plato preparado para el microondas. Supuso que Pablo no
comería nada aunque ella cocinase algo (mira, eso le indicaría si a él le
entraba el hambre, ¿no?). Regresó a la cocina y sacó uno de los congelados. Era
bajo en grasa y en calorías, así que podría darse el capricho de tomarse un
helado después.
Pablo emergió de su guarida mientras ella estaba apurando
los últimos restos del helado. Se quedó allí de pie, mirándola, como si
esperara que ella se precipitara a pedirle disculpas para así empezar a soltar la
diatriba que tenía ensayada.
Pero Rochi no le hizo el favor. En vez de eso le dijo:
—Debes de estar enfermo, ya que no estás trabajando.
Pablo apretó los labios. Todavía era un hombre guapo, pensó
Rochi desapasionadamente. Era esbelto y de piel morena, y el cabello le había
clareado sólo un poco en comparación con cuando tenía dieciocho años. Siempre
iba bien vestido, con colores oscuros y trajes de seda, además de llevar
calzado deportivo caro y de piel.
—Tenemos que hablar —dijo en tono grave.
Rochi alzó las cejas a modo de cortés interrogante, tal como
habría hecho Lali. Lali era capaz de conseguir más cosas con sólo levantar una
ceja que la mayoría de la gente con un mazo de hierro.
—No era necesario que dejaras de ir a trabajar para eso.
A juzgar por su expresión, Rochi percibió que aquélla no era
la reacción que esperaba Pablo. Se suponía que ella concedía mucha más
importancia a la relación entre ambos... y al estado de ánimo de él.
Bien, había que ser dura.
—Creo que no te das cuenta del grave daño que me has causado
en el trabajo —comenzó Pablo—. No sé si podré perdonarte alguna vez por haberme
convertido en el hazmerreír de todos. Pero voy a decirte una cosa: no existe la
menor posibilidad de que arreglemos esto mientras tú sigas andando por ahí con
esas tres putas a las que llamas amigas. No quiero que vuelvas a verlas, ¿me
oyes?
—Ah, de modo que es eso —contestó Rochi comprendiendo de
pronto—. Tú crees que puedes valerte de lo que está pasando para decirme a
quién puedo tener de amiga y a quién no. Muy bien. Vamos a ver... Si dejo de
ver a Euge, tú puedes dejar de ver a Jason. En cuanto a Cande... oh, ¿qué tal
Curt? Y Lali... Bueno, si yo dejo a Lali, tú vas a tener que dejar a Steve,
como poco; aunque, personalmente, Steve no me ha importado nunca, así que me
parece que deberías aportar algún otro extra para equilibrar la cuestión.
Pablo se la quedó mirando como si le hubieran crecido dos
cabezas. Él y Steve Rankin llevaban siendo amigos íntimos desde el instituto.
En verano iban a ver a los Tigers y en invierno a los Lions. Habían hecho
muchas cosas de las que forjaban la amistad masculina.
— ¡Estás loca! —exclamó.
— ¿Por pedirte que te olvides de tus amigos? Pues ya ves. Si
tengo que hacerlo yo, tú también.
— ¡Yo no soy el que está haciendo trizas nuestro matrimonio
con absurdas listas de a quién consideras tú el hombre perfecto! —chilló Pablo.
—No es «quién», sino «qué» —corrigió Rochi—. Ya sabes, cosas
como consideración, por ejemplo. Y fidelidad. —Al decir esto último observó
fijamente a Pablo, preguntándose de repente si el poco afecto que había
recibido de él en los dos últimos años no obedecería a una razón más básica que
un simple distanciamiento.
Él apartó la mirada.
Rochi hizo acopio de fuerzas para reprimir el dolor que
empezaba a acecharla. Lo metió en una cajita y lo escondió bien adentro para
poder continuar durante los próximos minutos, días y semanas.
— ¿Quién es ella? —preguntó en un tono tan natural como si
le estuviera preguntando si había recogido la ropa de la tintorería.
— ¿Quién es quién?
—La otra. La mujer con la que siempre me comparas en tu
mente.
Pablo se sonrojó y ocultó las manos en los bolsillos.
—Yo no te he sido infiel —murmuró—. Estás intentando cambiar
de tema...
—Aun cuando no me hayas sido infiel físicamente, lo cual no
sé si creerlo o no, hay alguien que te atrae, ¿no es así?
Pablo enrojeció aún más.
Rochi se acercó al armario y sacó una taza y una bolsita de
té. Puso la bolsita dentro de la taza y vertió agua hirviendo encima. Al cabo
de un minuto dijo:
—Creo que tienes que irte a un motel.
—Rochi...
Ella levantó una mano sin mirarlo.
—No pienso tomar ninguna decisión precipitada sobre
divorciarnos ni separarnos. Quiero decir que debes irte a un motel a pasar esta
noche, para que yo pueda pensar sin tenerte por aquí intentando dar vuelta a
las cosas y echarme a mí la culpa de todo.
— ¿Pero qué hay de esa maldita lista...?
Rochi agitó una mano.
—La lista no tiene importancia.
— ¡Y una mierda! Todos los compañeros del trabajo se burlan
de mí diciendo que a ti te gustan las pollas gigantes...
—Y lo único que se te ocurre contestar es: sí, me habéis
hecho polvo —dijo Rochi en tono impaciente—. Así que la lista se ha vuelto un
tanto obscena. ¿Y qué? A mí me parece bastante graciosa, y es evidente que
mucha gente opina lo mismo. Mañana vamos a salir en Buenos días, América. La
revista People quiere hacernos una entrevista. Hemos decidido hablar con todo
el que nos lo pida, así todo este asunto terminará cuanto antes. Dentro de unos
días surgirá otra historia, pero hasta ese momento vamos a divertirnos mucho.
Pablo la miró fijamente, sacudiendo la cabeza en un gesto
negativo.
—No eres la mujer con quien me casé —dijo en grave tono
acusatorio.
—Pues perfecto, porque tú tampoco eres el hombre con quien
me casé yo.
Pablo dio media vuelta y salió de la cocina. Rochi bajó la
vista a la taza de té que tenía en la mano, luchando por contener las lágrimas.
Bueno, ahora las cosas estaban claras. Hacía mucho tiempo que debería haber
visto lo que estaba ocurriendo. A fin de cuentas, ¿quién sabía mejor que ella
cómo actuaba Pablo cuando estaba enamorado?
Cuando Eugenia llegó a casa Bruck no estaba dormido en el
sofá como de costumbre, aunque había visto su vieja camioneta en el camino de
entrada. Fue hasta el dormitorio y lo encontró metiendo ropa en un petate de
lona.
— ¿Vas a alguna parte? —le preguntó.
—Pues sí —respondió él en tono hosco.
Euge observó cómo hacía el equipaje. No tenía mal aspecto
con su estilo de bebedor de cerveza, cabello demasiado largo, sin afeitar,
rasgos ligeramente marcados y su atuendo habitual consistente en vaqueros
ceñidos, camiseta ceñida y botas desgastadas. Diez años más joven que ella,
siempre con problemas para conservar un empleo estable, ajeno a todo lo que no
fueran deportes... Desde luego, no era precisamente el partidazo del siglo.
Gracias a Dios, no estaba enamorada de él. Llevaba años sin enamorarse de
nadie. Lo único que quería era compañía y sexo. Bruck le proporcionaba sexo,
pero no le hacía mucha compañía que digamos.
Bruck cerró la cremallera del petate, lo agarró por las asas
y pasó de largo frente a Euge.
— ¿Vas a volver? —le preguntó ella—. ¿O he de enviarte el
resto de tus cosas al sitio adónde vas?
Él la miró con cara de pocos amigos.
— ¿Por qué preguntas? A lo mejor deberías buscarte a otro
más dotado que me sustituya a mí, ¿no crees? Alguien que tenga una polla de
veinticinco centímetros, tal como te gustan.
Eugenia puso los ojos en blanco.
—Oh, por favor —musitó—. Dios me libre del orgullo masculino
herido.
—No lo entenderías —repuso él, y para su sorpresa Euge
detectó una pizca de dolor en su voz áspera.
Eugenia se quedó estupefacta viendo cómo Bruck salía furioso
de la casa y se subía a su camioneta cerrando de un portazo. Levantó la grava
al salir del camino de entrada.
Estaba atónita. ¿Bruck, herido? ¿Quién lo hubiera pensado?
Bueno, podía regresar o no. Eugenia se encogió mentalmente
de hombros y abrió la caja que contenía el contestador nuevo. Lo conectó
hábilmente y, mientras grababa un mensaje de bienvenida, se preguntó cuántas
llamadas se habría perdido debido a que Bruck había arrojado el aparato contra
la pared. Aunque se hubiera tomado la molestia de contestar al teléfono, no
habría anotado ningún recado para ella, estando de semejante humor.
Si hubiera algo importante, ya volverían a llamar.
Apenas había terminado de pensar eso cuando sonó el
teléfono. Levantó el auricular.
—Diga.
— ¿Cuál de las cuatro eres tú? —susurró una voz fantasmal.
holis como una simple lista de cualidades puede hacer tanto lio jajajja espero el de mañana cada dia la nove te atrapa más noe
ResponderEliminarholaaaaaaas muajajaj a ver si sabes quien soy , te doy una pista , empiezo con L lalalalla no mentira , soy tu amore ♥ , no entiendo esto te digo es todo nuevo para mi esto del blog ayudaa!!! me encanta tus novelas<3 para cuando la accion eh eh eh ?
ResponderEliminarme podeis decir quien es corin ?? porqe me perdi en esa parte , esqe no le presto mucha importancia a los nombre de los otros
ResponderEliminarfijate el prólogo soy noe
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