¡Les mando besitos de amor!
Twitter: @LlaveDeCristal
El tiempo se detuvo de nuevo. Peter debía de haberle soltado
las muñecas, porque Lali sintió sus propios brazos enrollarse alrededor del
cuello de él. Notó su boca caliente y hambrienta, que la besaba de una forma en
que ningún hombre debería besar y seguir andando libre por ahí. Su aroma,
cálido y almizclado como el sexo, le llenó los pulmones y le penetró la piel.
Peter puso una mano enorme en sus nalgas y la levantó del suelo para alinear
totalmente los cuerpos de ambos, ingle con ingle.
La falda larga suponía un obstáculo, pues le impedía rodear
a Peter con las piernas. Lali se arqueó frustrada, casi dispuesta a echarse a
llorar.
—No podemos —susurró cuando él separó la boca una fracción
de centímetro.
—Podemos hacer otras cosas —murmuró él al tiempo que se
sentaba con ella sobre el regazo, inclinada hacia atrás contra el brazo con que
la sujetaba. Deslizó hábilmente la mano por dentro del amplio escote del
jersey.
Lali cerró los ojos paladeando el placer que le provocaba
aquella palma áspera rozando el pezón. Peter dejó escapar un largo suspiro.
Entonces pareció que los dos contenían la respiración mientras la mano de él se
curvaba sobre un seno, aprendiendo su tamaño y su suavidad, la textura de su
piel.
Peter retiró la mano en silencio y le sacó el jersey por la
cabeza; acto seguido le desabrochó con mano diestra el sujetador, se lo quitó y
lo dejó caer al suelo.
Lali quedó semidesnuda sobre sus rodillas, respirando cada
vez de forma más rápida y superficial, observando cómo la miraba él. Conocía
sus pechos, pero ¿cómo serían desde el punto de vista de un hombre? No eran
grandes, pero sí altos y firmes. Tenía los pezones pequeños y de color marrón
rosáceo, de una suavidad aterciopelada y delicados en comparación con la áspera
yema del dedo que utilizó él para tocar levemente uno de ellos haciendo que la
aréola sobresaliera aún más.
El placer inundó el cuerpo de Lali haciéndola apretar las
piernas con fuerza para contenerlo.
Peter la elevó un poco, arqueándola todavía más contra su
brazo, y bajó la cabeza hacia sus senos. Se movió suavemente, sin ninguna
prisa. Lali estaba sorprendida por las precauciones que estaba tomando ahora, después
de sus besos rapaces. Peter rozó con la cara la parte inferior de los senos,
besando las curvas, lamiendo suavemente los pezones hasta que éstos estuvieron
enrojecidos y tan tensos que ya no era posible que lo estuvieran más. Cuando
por fin empezó a succionarla ejerciendo una presión firme y lenta, Lali estaba
tan a punto que era como si él la hubiera tocado con un cable eléctrico. No
podía controlar su cuerpo, no podía evitar arquearse violentamente en sus
brazos; el corazón le retumbaba en el pecho, y tenía el pulso tan acelerado que
empezaba a marearse.
Se sentía impotente; habría hecho prácticamente cualquier
cosa que Peter deseara.
Cuando éste se
detuvo, fue por su propia fuerza de voluntad, no por la de ella. Lo notó
temblar, notó su cuerpo fuerte y poderoso estremecerse contra ella como si
tuviera frío, aunque su piel estaba muy caliente al tacto. Peter la sentó
erguida y apoyó su frente contra la de ella con los ojos fuertemente cerrados y
las manos acariciando sus caderas y su espalda desnuda.
—Si entro dentro de ti —dijo en tono tenso— duraré, digamos,
dos segundos. Si acaso.
Lali estaba loca.
Tenía que estarlo, porque dos segundos de Peter le parecían mejores que ninguna
otra cosa que pudiera imaginar en aquel momento. Lo miró fijamente con los ojos
vidriosos y la boca hinchada y madura. Deseaba aquellos dos segundos. Los
deseaba dolorosamente.
Él le miró los pechos y emitió un ruido a medio camino entre
un gemido y un gruñido. Musitando un juramento, se inclinó y recogió el jersey
del suelo y lo apretó contra el pecho de Lali.
—Tal vez deberías volver a ponerte esto.
—Tal vez debería —repitió Lali, en un tono de voz que a ella
misma le sonó turbio. Los brazos no parecían funcionarle; continuaban enroscados
alrededor del cuello de Peter.
—O te pones el jersey, o vamos al dormitorio.
Aquello no era una gran amenaza, pensó Lali, teniendo en
cuenta que todas las células de su cuerpo gritaban: «¡Sí! ¡Sí! ¡Sí!». Mientras
pudiera impedir que lo pronunciara su boca, lograría ser dueña de sí misma,
pero estaba empezando a albergar serias dudas sobre si iba a poder mantenerse a
distancia de Peter siquiera un par de días, y mucho menos un par de semanas,
tal como habían pensado. La idea de torturarlo ya no le resultaba ni con mucho
tan divertida como le había parecido antes, porque ahora sabía que también iba
a torturarse a sí misma.
Peter le introdujo
las manos en el jersey y se lo pasó por la cabeza hasta colocarlo en su sitio
de un tirón. La prenda estaba del revés, pero ¿qué más daba?
—Estás intentando acabar conmigo —la acusó él—. Voy a
hacerte pagar también.
— ¿Cómo? —preguntó ella con interés, inclinándose hacia él.
Lo mismo que les sucedía a sus brazos le sucedía también a su columna, que se
negaba a sostenerla derecha.
—En lugar de esa media hora de empujar que dices que
quieres, voy a detenerme a los veintinueve minutos.
Ella soltó una risita.
— ¿No habías dicho que durarías dos segundos?
—Eso es la primera vez. La segunda prenderemos fuego a las
sábanas.
Le correspondía a ella, pensó Lali, bajarse de las rodillas
de Peter. Su erección era como una barra de hierro que presionara contra su
cadera, y el hecho de hablar de sexo no ayudaba precisamente. Si de verdad, de
verdad no quería irse a la cama con él en aquel momento, debería levantarse.
Pero es que de verdad, de verdad quería irse a la cama con él, y tan sólo una
pequeña porción de su cerebro seguía siendo precavida.
Sin embargo, aquella pequeña porción era muy insistente.
Lali había aprendido por las malas a no dar por sentado que a ella iba a sucederle
lo de «fueron felices y comieron perdices», y el mero hecho de que se desearan
sexualmente el uno al otro no quería decir que hubiera entre ellos otra cosa
que no fuera sexo.
Se aclaró la garganta.
—Debería levantarme, ¿verdad?
—Si has de moverte, hazlo despacio.
—Tan cerca estás, ¿eh?
—Puedes llamarme monte Etna.
— ¿Quién es Edna?
Peter rió, justo lo que ella pretendía, pero el sonido que
emitió fue tenso. Lali se bajó de sus rodillas con cautela. Peter hizo una
mueca de dolor y se puso de pie con
dificultad. La parte delantera de sus pantalones aparecía deformada, como el
palo de una tienda de campaña. Lali procuró no mirar.
—Háblame de tu familia —le dijo impulsivamente.
— ¿Qué? —Por lo visto, a Peter le costaba seguir el cambio
de tema.
—Tu familia. Háblame de ella.
— ¿Por qué?
—Para que dejes de pensar en... ya sabes. —Señaló el «ya
sabes» en cuestión—. Has dicho que tienes dos hermanas.
—Y cuatro hermanos.
Lali parpadeó.
—Siete. Vaya.
—Sí. Por desgracia, mi hermana mayor, Dorothy, fue la
tercera. Mis padres continuaron intentando tener otra hija para que ella no
fuera la única chica. Mientras intentaban darle una hermana a Doro tuvieron
otros tres chicos.
— ¿Y qué lugar ocupas tú?
—El segundo.
— ¿Sois una familia unida?
—Bastante unida. Vivimos todos en este estado, excepto
Angie, la pequeña. Ella está estudiando en la universidad en Chicago.
La digresión había funcionado; Peter parecía un poco más
relajado que un momento antes, si bien su mirada seguía mostrando una tendencia
a fijarse en los pechos sin sujetador de Lali. Para darle algo que hacer, ella
sirvió otro vaso de té helado y se lo tendió.
— ¿Te has casado alguna vez?
—Una, hace unos diez años.
— ¿Qué ocurrió?
—Eres un poco entrometida, ¿no? —replicó él—. No le gustaba
ser la mujer de un policía, y a mí no me gustaba ser el marido de un mal bicho.
Fin de la historia. Ella se marchó a la costa oeste en cuanto estuvieron
firmados los papeles. ¿Y tú?
—Eres un poco entrometido, ¿no? —contraatacó Lali, pero luego
dudó—. ¿Tú me consideras un mal bicho? —Dios sabía que no siempre se había
portado bien con Peter. Puestos a pensarlo, nunca se había portado bien con
Peter.
—No. Das bastante miedo, pero no eres un mal bicho.
—Bueno, gracias —murmuró Lali. Después, como lo justo era lo
justo, dijo—: No, nunca me he casado, pero he estado comprometida tres veces.
Peter se detuvo con el vaso a medio camino de la boca y la
miró atónito.
— ¿Tres veces?
Lali afirmó con la cabeza.
—Supongo que no se me da muy bien lo de hombre y mujer.
La mirada de Peter volvió a clavarse en sus pechos.
—Oh, no sé. Se te está dando bastante bien mantenerme
interesado a mí.
—A lo mejor eres un mutante. —Lali se alzó de hombros en un
gesto de impotencia—. Mi segundo prometido decidió que estaba enamorado de una
antigua novia, que yo creo que no era tan antigua, pero no sé lo que ocurrió
con los otros dos.
Peter soltó un resoplido.
—Probablemente tuvieron miedo.
— ¡Miedo! —Por alguna razón aquello le dolió, sólo un poco.
Sintió que le temblaba el labio inferior—. ¿Tan mala soy?
—Peor —respondió él jocosamente—. Eres el demonio con
ruedas. Tienes suerte de que a mí me gusten los motores revolucionados. Bueno,
si te pones de una vez la ropa del derecho, te llevaré a cenar. ¿Qué te parece
una hamburguesa?
—Prefiero la comida china —dijo Lali al tiempo que cruzaba
el breve pasillo que conducía a su dormitorio.
—Me lo imaginaba.
Dijo esto último en voz baja, pero Lali lo oyó de todos
modos, y sonrió mientras cerraba la puerta del dormitorio y se quitaba el
jersey rojo. Ya que a Peter le gustaban los motores revolucionados, iba a demostrarle
lo rápido que podía ir ella. El problema estribaba en que él tenía que
seguirla.
mmmmassssss
ResponderEliminarmas ya qiero leer el siguiente
ResponderEliminarholis lali no da tanto miedo capas a el le da miedo enamorarse de ella bss noe
ResponderEliminarnaaaaaaaaaaaa... ni pense q iban a terminar ahi
ResponderEliminaryo queria q sigan massssssssssss
quiero otro cap
beso