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viernes, 11 de enero de 2013

Capitulo 23.

Aqui dejo el capitulo de hoy(: Mas tarde subo el otro ♥ ¡YA YA YA se acerca!
¡Les mando besitos de amor!
Twitter: @LlaveDeCristal



Lali ya había estado en un estudio de televisión, de modo que no se sorprendió al ver aquel espacio cavernoso, la oscuridad, los cables que cubrían todo el suelo. Un conjunto de cámaras y de focos se erguían como centinelas sobre el plato, mientras los monitores lo vigilaban todo. Había gente alrededor, vestida con vaqueros y zapatillas deportivas, además de una mujer ataviada con un elegante traje de color melocotón, que vino hacia ellas con una radiante sonrisa profesional en el rostro y la mano extendida.

—Hola, soy Julia Belotti, de GMA. Supongo que ustedes son las chicas de la Lista. —Rió de su propio chiste al tiempo que les iba estrechando sus manos—. Yo voy a hacerles la entrevista. ¿Pero no eran cuatro?

Lali se abstuvo de hacer la escenita de contar cabezas y decir: «No, me parece que somos sólo tres». Aquello era típico de una sabihonda, las cosas que solía reprimir.

—Rochi, llegará tarde —explicó Eugenia.

—Rocio Igarzabal, ¿no es así? —La señorita Belotti deseaba demostrar que había hecho sus deberes—. Sé que usted es Eugenia Suarez; he visto la entrevista local que se ha difundido—. Luego miró a Lali, estudiándola con la mirada—. Usted es...

—Lali Esposito.

—La cámara va a adorar su rostro —dijo Belotti, y a continuación se volvió a Cande con una sonrisa—. Usted debe de ser Candela Vetrano. Debo decir que si la señora Igarzabal es tan atractiva como ustedes, esto va a causar sensación. Ya saben cuánto interés ha despertado su Lista en Nueva York, ¿verdad?

—En realidad, no —contestó Cande—. Estamos sorprendidas por toda la atención que está recibiendo.

—Cuando estemos grabando, muéstrense seguras y digan algo a ese respecto —las instruyó Belotti, consultando su reloj. Un diminuto frunce de fastidio comenzó a arrugarle la frente; en aquel mismo momento se abrió la puerta y entró Rochi con el peinado y el maquillaje impecables y vestida de un color azul intenso que favorecía sus tonos cálidos.

—Siento llegar tarde —dijo, uniéndose al pequeño grupo. No dio ninguna excusa, sólo pidió disculpas, y Lali clavó la mirada en ella y advirtió la fatiga que se traslucía bajo el maquillaje. Todas ellas tenían buenas razones para parecer cansadas, teniendo en cuenta la hora, pero Rochi mostraba además signos de estrés.

— ¿Dónde está el lavabo de señoras? —preguntó Lali—. Quisiera retocarme los labios, si tenemos tiempo, y luego tomar un café si es que hay.

Belotti rió.

—En un estudio de televisión siempre hay café. El lavabo de señoras está por aquí. —Les indicó un pasillo.

Tan pronto como la puerta se cerró tras ellas, todas se volvieron a Rochi.

— ¿Te encuentras bien? —le preguntó Lali.

—Si os referís a Pablo, sí, estoy bien. Anoche lo mandé a dormir a un motel. Por supuesto, puede que 
llamase a su novia para que estuviera con él, pero eso es asunto suyo.

— ¡Una novia! —repitió Cande como un eco, con los ojos agrandados por la sorpresa.

—Hijo de puta —dijo Eugenia, dejando que Rochi decidiera si aquel apelativo iba dirigido a Pablo o era sólo una exclamación.

Lali dijo:

—Ahora no tiene razones que defender para criticarte por lo de la lista, ¿no?

Rochi rió.

—Ninguna, y él lo sabe. —Observó las caras de preocupación de sus amigas—. Tranquilas, estoy bien. Si quiere romper el matrimonio, prefiero saberlo ahora, antes de perder más tiempo tratando de aguantar así. 
Una vez decidido, ya he dejado de preocuparme.

— ¿Cuánto tiempo hace que mantiene una aventura? —inquirió Euge.

—Él jura que no la tiene, que no me ha sido infiel físicamente. Pero yo no me lo creo.

—Ya, claro —dijo Lali—. Yo también me creo que el sol sale por el oeste.

—Tal vez esté diciendo la verdad —intervino Cande.

—Es posible, pero no probable —dijo Eugenia con la voz de la experiencia—. Lo que admitan será siempre la punta del iceberg. Así es la naturaleza humana.

Rochi se observó el carmín de los labios.

—Yo no creo que haya mucha diferencia. Si está enamorado de otra persona, ¿qué importa si ha dormido con ella o no? En fin, olvidaos de él. Yo ya lo he hecho. Si existe alguna forma de arreglar esto, tendrá que encargarse él de hacerlo. Yo pienso explotar este asunto de la lista todo lo que pueda. Y si surge alguna oferta de hacer un libro, yo digo que la aceptemos. Bien podríamos sacar algún dinero a cambio de todas las molestias que estamos sufriendo.

—Amén a eso —dijo Euge, y añadió—: Bruck se ha ido. Tenía heridos sus sentimientos.

Todas la miraron boquiabiertas, intentando imaginarse a Bruck con sentimientos.

—Si no vuelve —se quejó—, tendré que empezar a salir con hombres otra vez. Dios, me molesta sólo de pensarlo. Salir a bailar, dejar que me inviten a una copa... Es horrible.

Salieron riendo del lavabo de señoras. La señorita Belotti las estaba aguardando. Las condujo hasta la zona del café, donde alguien les había preparado unas tazas.

—Tenemos un plato pequeño ya listo para grabar cuando ustedes estén dispuestas —les dijo, una manera sutil de indicarles que se callaran y se sentaran—. El técnico de sonido necesita colocarles un micrófono y comprobarlo, y también hay que ajustar la iluminación. Si quieren acompañarme...

Dejaron los bolsos fuera de la vista y, con las tazas de café en la mano, se acomodaron en un plato decorado como si fuera una acogedora sala de estar, con un sofá y dos sillones, un par de helechos falsos y una discreta lámpara que no estaba encendida. Un tipo que parecía tener unos veinte años de edad empezó a colocarles unos diminutos micrófonos. La señorita Belotti se fijó el suyo a la solapa de la chaqueta.

Ninguna de las cuatro había sido lo bastante inteligente como para ponerse una chaqueta. El vestido dorado de Cande era correcto, al igual que el escote redondo que llevaba Rochi. Euge vestía un jersey sin mangas con cuello de tortuga, lo cual significaba que el único lugar donde podía colocar el micrófono era en la garganta. Tendría que tener mucho cuidado al mover la cabeza, pues el ruido que provocaría al hacerlo bloquearía todo lo demás. Entonces, el técnico de sonido observó el jersey de escote bajo y redondo de 
Lali y dijo:

—Vaya.

Lali sonrió y extendió la mano.

—Ya me lo pongo yo. ¿Lo quiere a un lado o justo en el medio?

El joven le devolvió la sonrisa.

—Me gustaría que se lo pusiera justo en el medio, gracias.

—Nada de coqueteos —lo amonestó ella al tiempo que se introducía el micrófono por debajo del jersey y lo sujetaba al escote, entre los senos—. Es demasiado temprano.

—Me portaré bien. —Con un guiño, el técnico le sujetó el cable al costado con un esparadrapo y regresó a su equipo—. Muy bien, necesito que hablen todas ustedes, de una en una, para comprobar el sonido.

Belotti inició una conversación fluida, preguntándoles si eran todas del área de Detroit. Cuando el sonido quedó debidamente comprobado y las cámaras estuvieron preparadas, Belotti miró al jefe de producción, que comenzó la cuenta atrás y señaló hacia ella, y pasó suavemente a los comentarios de cabecera sobre la famosa —«o infame, dependiendo del punto de vista de ustedes»— Lista que había recorrido el país entero y de la que se hablaba en todos los estados a la hora del desayuno. A continuación las fue presentando por turno, y dijo:

— ¿Alguna de ustedes cuenta con un hombre perfecto en su vida?

Todas rompieron a reír. ¡Si ella supiera!

Cande rozó la rodilla de Lali con la suya. Lali, que había captado la indirecta, dijo:

—Nadie es perfecto. En aquel momento bromeamos diciendo que la lista era auténtica ciencia ficción.

—Lo sea o no, la gente se la está tomando en serio.

—Eso es cosa de ellos —terció Euge—. Las cualidades que pusimos en la lista son las que nosotras creemos que debería tener el hombre perfecto. Es probable que otras cuatro mujeres distintas pusieran cualidades diferentes, o que las enumeraran en otro orden.

—Seguramente sabrán que hay grupos feministas que se sienten escandalizados por los requisitos físicos y sexuales de la Lista. Teniendo en cuenta que las mujeres llevan tanto tiempo luchando para que no se las juzgue por su apariencia ni por el tamaño de su busto, ellas opinan que ustedes han perjudicado su postura juzgando a los hombres por sus atributos físicos.

Cande elevó una ceja perfecta.

—Tenía entendido que parte del movimiento feminista consistía en dar a las mujeres la libertad de decir abiertamente lo que quieren. Nosotras pusimos en la Lista lo que queremos. Fuimos sinceras. —Aquella línea de interrogatorio era su predilecta. Ella opinaba que ser políticamente correcto era una abominación y nunca dudaba en decirlo.

—Además, en ningún momento creímos que la Lista fuera a hacerse pública —intervino Rochi—. Fue algo accidental.

— ¿Habrían sido menos sinceras si hubieran sabido que la Lista iba a publicarse?

—No —contestó Lali, tajante—. Habríamos aumentado los requisitos. —Qué demonios; ¿por qué no divertirse un poco, tal como había sugerido Rochi?

—Han dicho que no tienen ningún hombre perfecto en sus vidas —dijo la señorita Belotti en tono suave—. ¿Tiene algún hombre?

Bueno, aquella cuña había sido deslizada con la habilidad de un experto, pensó Lali, preguntándose si la finalidad de aquella entrevista sería pintarlas a las cuatro como mujeres que no eran capaces de conservar a un hombre a su lado. Sonriendo levemente, tuvo que reconocer que, dadas las circunstancias de todas ellas, la intención era bastante acertada. Pero si la señorita Belotti buscaba un poco de polémica, ¿por qué no dársela?

—En realidad, no —contestó—. No hay muchos que den la talla.

Euge  y Rochi rompieron a reír. Cande se limitó a esbozar una sonrisa. Desde fuera del escenario llegaron risas que se apagaron rápidamente.

Belotti se volvió hacia Rochi.

—Tengo entendido que usted es la única del grupo que está casada, señora Igarzabal. ¿Qué opina su marido de la Lista?

—No gran cosa —admitió Rochi con regocijo—. Poco más de lo que me gusta a mí que él se vuelva a mirar embobado unas tetas grandes.

— ¿Así que esto es una especie de ojo por ojo?

—Tiene mucho que ver con el ojo, sí —respondió Eugenia gravemente. Menos mal que la entrevista iba a ser grabada y no en directo.

—Lo que pasa —dijo Cande— es que la mayoría de los requisitos son cualidades que debe tener todo el mundo. El número uno era la fidelidad, ¿recuerda? Si uno tiene una relación, ha de ser fiel. Y punto.

—He leído el artículo entero sobre la Lista, y, si son ustedes sinceras, reconocerán que la mayor parte de la conversación que tuvieron no trataba de la fidelidad ni de la fiabilidad. El debate más intenso correspondió a las características físicas de un hombre.

—Nos estábamos divirtiendo —dijo Lali con calma—. Y no estamos locas; claro que queremos hombres que nos resulten atractivos.

La señorita Belotti consultó sus notas.

—En el artículo no se las identifica por el nombre. Figuran como A, B, C y D. ¿Cuál de ustedes es la A?

—No tenemos la intención de divulgar ese dato —dijo Lali. A su lado, Eugenia se irguió ligeramente.

—La gente está muy interesada en saber quién dijo qué —comentó Euge—. Yo he recibido llamadas anónimas que me han preguntado cuál de las cuatro soy yo.

 —A mí me ha ocurrido lo mismo —terció Rochi —. Pero no vamos a decirlo. Nuestras opiniones no eran unánimes; podía haber una que sostuviera una opinión más radical que las demás acerca de un punto concreto. Deseamos proteger nuestra intimidad a ese respecto.

La señorita Belotti volvió una vez más a lo personal.

— ¿Está saliendo con alguien? —le preguntó a Cande.

—De manera exclusiva, no. —Trágate eso, Victorio.

La entrevistadora miró a Eugenia.

— ¿Y usted?

—En este momento, no. —Chúpate esa, Bruck.

—De modo que la señora Igarzabal es la única que tiene una relación. ¿Creen que eso pueda querer decir que tal vez sean ustedes demasiado exigentes en sus condiciones?

— ¿Y por qué hemos de bajar el listón? —preguntó Lali con ojos brillantes, y a partir de ahí la entrevista cayó en picado.

-.-.-.-.-

—Dios, me caigo de sueño —dijo Rochi con un bostezo cuando salieron del estudio, a las seis y media. La señorita Belotti tenía en su poder abundante material que publicar para la breve reseña que de hecho saldría en antena. Hubo un momento en el que abandonó sus notas y discutió apasionadamente el punto de vista feminista. Lali dudaba que ningún programa matinal de televisión pudiera utilizar ni una fracción de lo que se había dicho, pero el personal del estudio estaba fascinado.

Se utilizara lo que se utilizara, iba a emitirse el lunes siguiente. Quizás entonces se apagara todo el interés. Al fin y al cabo, ¿cuánto se podía continuar hablando de la Lista? La gente tenía su propia vida que vivir, y la Lista ya había rebasado sus quince minutos de popularidad.

—Esas llamadas telefónicas me tienen un poco preocupada —dijo Eugenia frunciendo el ceño al mirar el cielo brillante y sin nubes—. La gente es muy rara. Nunca sabe uno a quién está provocando.

Lali conocía a una persona a la cual esperaba provocar. Si se emitía por antena algo de lo que había dicho ella, Peter seguramente se lo tomaría como un reto personal. Y ciertamente, ella albergaba la esperanza de que así lo hiciera, porque aquello era precisamente lo que había pretendido.

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