¡Les mando besitos de amor!
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No llevó mucho tiempo dar con Nicolás Riera, alias «Bruck».
Sólo hicieron falta unas cuantas preguntas para llegar hasta su bar favorito,
lo cual permitió llegar a los nombres de algunos de sus amigos, lo cual
permitió llegar a la afirmación de:
—Sí, Bruck, él y esa noviecita suya, ¿no? Se pelearon por
algo, y me han dicho que se va a pegar con Víctor.
— ¿Cómo se apellida ese Víctor? —preguntó el detective Roger
Bernsen muy amablemente, pero aun así le salió un tono que sonó más bien a
amenaza, porque el detective Bernsen era un tipo de unos ciento diez kilos embutidos
en un cuerpo de uno noventa y siete, con un cuello de cincuenta centímetros,
una voz de rana y una expresión que decía que no le faltaba ni un tanto así
para montar en cólera. No podía hacer nada respecto de su voz, el peso no le
importaba lo más mínimo, y la expresión la aprovechaba. El conjunto total
resultaba muy intimidatorio.
—Er... Ables. Víctor Ables.
— ¿Tiene idea de dónde vive Víctor?
—En la ciudad, amigo.
De modo que el detective de Sterling Heights se puso en
contacto con el departamento de policía de Detroit y se detuvo a Nicolás
«Bruck» Riera para interrogarlo.
El señor Riera estaba de muy mal humor cuando el detective
Bernsen se sentó a hablar con él. Traía los ojos inyectados en sangre y olía a
alcohol rancio, de modo que su mal humor quizá pudiera atribuirse a las uvas de
la ira.
—Señor Riera —dijo el detective en un tono educado que de
todas formas hizo encogerse al señor Riera—, ¿cuándo fue la última vez que vio
a Eugenia Suarez?
El señor Riera levantó la cabeza bruscamente, un movimiento
del que pareció arrepentirse. Cuando pudo hablar, dijo en tono hosco:
—El jueves por la noche.
— ¿El jueves? ¿Está seguro de eso?
—Sí, ¿por qué? ¿Ha dicho Eugenia que yo le hubiera robado
algo? Estaba allí cuando yo me marché, y si dice que me he llevado algo que es
suyo, miente.
El detective Bernsen no reaccionó. En vez de eso dijo:
— ¿Dónde ha estado usted desde el jueves por la noche?
—En la cárcel —respondió el señor Riera, todavía más
malhumorado que antes.
El detective Bernsen se reclinó en su asiento, única evidencia externa de su perplejidad.
— ¿En qué cárcel?
—En la de Detroit.
— ¿Cuándo lo detuvieron?
—El jueves por la noche.
— ¿Y cuándo lo soltaron?
—Ayer por la tarde.
— ¿Así que ha pasado tres días como invitado de la ciudad de
Detroit?
El señor Riera mostró una sonrisa torcida.
—Como invitado, sí.
— ¿De qué lo acusaron?
—De conducir borracho, y dijeron que me resistí.
Todo aquello podía comprobarse fácilmente. El detective
Bernsen le ofreció un café, pero se sorprendió de que el señor Riera lo
rechazara. Lo dejó a solas y salió de la sala para telefonear al departamento
de policía de Detroit.
Los hechos eran tal y como los había descrito el señor Riera.
Desde las 23:34 de la noche del jueves hasta las 3:41 de la tarde del domingo,
el señor Riera había estado en la cárcel.
Como coartada, era difícil de rebatir.
La señorita Suarez había sido vista con vida por última vez
cuando ella y sus tres amigas salieron de Ernie's el viernes por la noche. Dado
el estado del cadáver y el avance del rigor mortis, combinado con la temperatura
que había en el interior de aquella casa climatizada, la señorita Suarez había
sido asesinada en algún momento de la noche del viernes o la mañana del sábado.
Sin embargo, el señor Riera no había sido el asesino.
Aquel sencillo hecho le planteó al detective un rompecabezas
más difícil de lo que había supuesto al principio. Si no lo había hecho el
señor Riera, entonces ¿quién? Hasta el momento no habían descubierto ninguna
otra relación romántica, ningún amante frustrado y enfurecido por el hecho de
que ella se hubiera negado a dejar al señor Riera. Como la víctima y el señor
Riera habían roto en efecto su relación el jueves por la noche, aquella teoría
no iba a ninguna parte.
Pero la agresión había sido muy personal, caracterizada por
la rabia, el ensañamiento y el intento de borrar la identidad de la víctima.
Las heridas de arma blanca eran postmortem; la mataron los golpes de martillo,
pero el asesino aún estaba furioso y recurrió al cuchillo. Las heridas habían
sangrado muy poco, lo cual indicaba que el corazón ya no le latía cuando las
recibió. La agresión sexual también había sido postmortem.
Eugenia Suarez conocía a su asesino, probablemente lo dejó
entrar en la casa, ya que no había señales de haber forzado la entrada. Con el
señor Riera descartado, el detective regresaba a la casilla de salida.
Tendría que repetir los pasos de la víctima del viernes por
la noche, pensó. Comenzar por Ernie's. ¿Adónde habría ido a continuación?
¿Habría entrado en uno o dos bares, quizás habría ligado con algún hombre y se
lo habría llevado a casa?
Con la frente arrugada en un gesto pensativo, volvió al
señor Riera, que estaba retrepado en la silla con los ojos cerrados y se irguió
cuando el detective Bernsen entró en la sala.
—Gracias por su colaboración —dijo educadamente el detective
Bernsen—. Daré orden de que lo lleven a alguna parte, si lo necesita.
— ¿Ya está? ¿Eso es todo lo que quería preguntarme? ¿De qué
va todo esto?
El detective Bernsen vaciló. Si había algo que odiase hacer
era ser el portador de la noticia de una muerte. Se acordaba de un capellán del
ejército que en 1968 se presentó a su puerta y avisó a su madre de que su
marido no iba a regresar vivo de Vietnam. Aquel doloroso recuerdo se le había
quedado grabado a fuego en el cerebro.
Pero al señor Riera se le habían causado ciertas molestias
en aquel asunto y merecía una explicación.
—La señorita Suarez sufrió una agresión en su casa...
— ¿Eugenia? —El señor Riera se enderezó en la silla, alerta
de pronto, y cambió totalmente de actitud—. ¿Está herida? ¿Se encuentra bien?
El detective Bernsen vaciló de nuevo, atrapado por una de
aquellas incómodas intuiciones de las emociones humanas.
—Lo siento —dijo en el tono más suave posible, pues sabía
que aquella noticia iba a ser más devastadora de lo que había supuesto en un
principio—. La señorita Suarez no sobrevivió a la agresión.
— ¿Que no sobrevivió? ¿Quiere decir que... que está muerta?
—Lo siento —repitió el detective.
Bruck Riera permaneció estupefacto durante unos instantes, y
entonces se fue derrumbando lentamente. Escondió su rostro sin afeitar entre
las manos y empezó a sollozar.
-.-
Su hermana Ana Laura llegó a la puerta de la casa antes de
las siete de la mañana del día siguiente.
—Quería pillarte antes de que te fueras a trabajar —dijo
enérgicamente cuando Lali le abrió la puerta de la cocina.
—Hoy no voy a ir a trabajar. —Con gesto automático, Lali
sacó otra taza del armario, la llenó de café y se la pasó a Ana. ¿Y ahora qué?
No se sentía con fuerzas para enfrentarse al enfado de su hermana.
Ana depositó la taza sobre la mesa y rodeó a Lali con los
brazos estrechándola con fuerza.
—No sabía lo de Eugenia hasta que oí las noticias, y he
venido enseguida. ¿Estás bien?
Las lágrimas volvieron a escocerle en los ojos a Lali,
cuando ella creía que no podía llorar más. Debería haberse quedado ya sin
lágrimas.
—Estoy bien —contestó.
No había dormido gran cosa, no había comido gran cosa, y se
sentía como si le funcionasen sólo la mitad de los cilindros, pero seguía
adelante. A pesar de lo mucho que le dolía la muerte de Euge, sabía que superaría
aquel mal trago. El viejo dicho de que la vida sigue era un viejo dicho
precisamente porque era cierto.
Ana se apartó un poco para observarla y examinó su cara desprovista
de color y sus ojos hinchados y demacrados.
—Te he traído un pepino —dijo—. Siéntate.
¿Un pepino?
— ¿Por qué? —preguntó Lali con gesto cansado—. ¿Qué vas a
hacer con él?
—Ponerte un par de rodajas en los ojos, tonta —respondió Ana
exasperada. A menudo se exasperaba al hablar con Lali—. Reducirá la hinchazón.
—Tengo compresas especiales para eso.
—Es mejor el pepino. Siéntate.
Como estaba tan cansada, Lali se sentó. Observó cómo Ana sacaba
un enorme pepino de su bolso y lo lavaba. Seguidamente dijo:
— ¿Dónde tienes los cuchillos?
—No lo sé. En uno de los cajones.
— ¿No sabes dónde tienes los cuchillos?
—Por favor. Todavía no llevo ni un mes viviendo aquí.
¿Cuánto tardaste tú en desembalarlo todo cuando os mudasteis Al y tú?
—Bueno, vamos a ver, nos mudamos hace ocho años, así que...
ocho años. —El humor chispeó en los ojos de Ana mientras comenzaba a abrir y
cerrar metódicamente los cajones de los armarios.
En eso se oyó un fuerte golpe en la puerta de la cocina;
acto seguido ésta se abrió antes de que Lali pudiera levantarse y entró Peter.
no es peter el loco asesino ah? me muero si es el! me gusta la nove es totalmente diferente a todas! mass!
ResponderEliminara que a ido peter a la casa de seguro le contaria que nico no la mato bss noe
ResponderEliminarjjaja juraba que el niño masoqista del que ablaban primero era peter de grande y el iva a ser un asesino o por el estilo y resulto ser un policia jajaj
ResponderEliminarCreo que és una de las mejores noves que lei!!!!!!
ResponderEliminarMaaaaaaaasss!!!
ResponderEliminarMaratoooon
ResponderEliminarPeter todo un seductor...me encanta
ResponderEliminarCreo q solo lali sobrevivera....peter la va a proteger no?
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