¡Les mando besitos de amor!
Twitter: @LlaveDeCristal
Intentó valerse de aquella autoridad para infundir firmeza a
su tono de voz.
—No sé. A mí tampoco me gusta toda esta publicidad.
Preferiría que todo se olvidara poco a poco.
Gina la miró horrorizada.
— ¡No lo dirás en serio! ¿Es que no quieres ser rica y
famosa?
—Rica, no me importaría. Famosa, no. Y no veo cómo el hecho
de ir a Buenos días, América puede hacerme rica.
— ¡Podrías sacar un contrato para un libro! Uno de esos
anticipos multimillonarios, ya sabes, como esas mujeres que escribieron el
libro sobre las reglas.
— ¡Gina! —gritó casi Lali—. ¡Pon los pies en el suelo! ¿Cómo
puede la Lista convertirse en un libro, a no ser que se dediquen trescientas
páginas a hablar de la longitud del pene de un hombre?
— ¿Trescientas? —Gina adoptó una expresión dubitativa—. Yo
creo que sería suficiente con ciento cincuenta.
Lali buscó a su alrededor algo con que propinarse un
coscorrón en la cabeza.
—Por favor, por favor di que sí a Pam —rogó Gina juntando las
manos en la clásica actitud de súplica.
En un ramalazo de inspiración, Lali dijo:
—Tengo que hablar con las otras tres. Será el grupo entero,
o nada.
—Pero si has dicho que Rochi...
—Hablaré con las otras tres —repitió Lali.
Gina puso cara de descontento, pero era evidente que
reconoció parte de aquella misteriosa autoridad que creía que poseía Lali.
—Pensaba que ibas a volverte loca de alegría —murmuró.
—Pues no es así. Me gusta tener mi intimidad.
—Entonces, ¿por qué publicaste la Lista en el boletín?
—No fui yo. Eugenia se emborrachó y se lo contó todo a Dawna
como se llame.
—Oh. —Gina puso aún mayor cara de descontento, como si se diera
cuenta de que Lali estaba todavía menos emocionada por toda aquella situación
de lo que ella había supuesto.
—Toda mi familia está furiosa conmigo por esto —se quejó
Lali.
A pesar de su desilusión, Gina era una mujer agradable. Se
sentó sobre el borde de la mesa de Lali y cambió su expresión por otra de
solidaridad.
— ¿Por qué? ¿Qué tiene que ver con ellos?
—Exactamente lo que yo pienso. Mi hermana dice que la he
avergonzado y que ya no va a poder entrar en la iglesia con la cabeza alta, y
mi sobrina de catorce años ha conseguido la transcripción completa en Internet,
de modo que Ana también está enfadada por ese motivo. Mi hermano está furioso
porque lo he avergonzado delante de los hombres de su trabajo...
—No veo cómo, a no ser que hayan hecho comparaciones unos
con otros en los lavabos y él no haya dado la talla —comentó Gina, tras lo cual
soltó una risita.
—No quiero pensar en eso —dijo Lali, y a continuación rió
también. Se miraron la una a la otra y rompieron a reír a carcajadas hasta que
se les saltaron las lágrimas y el rímel se les corrió. Aún riendo, se fueron al
lavabo de señoras a reparar los daños.
A las nueve en punto llamaron a Lali al despacho de su
inmediato supervisor.
Se llamaba Ashford M. deWynter. Cada vez que oía pronunciar
aquel apellido, creía estar soñando con Manderley. Deseaba ansiosamente
preguntar si la M significaba «Max», pero le daba miedo averiguarlo. Tal vez él
jugara a mantener aquella fantasía, pero siempre iba vestido con un estilo muy
europeo, y había quien le había oído hablar con cierto acento británico.
Además de eso era un gilipollas.
Algunas personas lo son por naturaleza; otras se lo ganan a
pulso. Ashford deWynter combinaba ambas cosas.
No le ofreció a Lali que tomara asiento, pero ella se sentó
de todos modos, con lo cual recibió un ceño fruncido por su atrevimiento.
Sospechaba cuál era el motivo de aquella pequeña conferencia y quería estar
cómoda mientras él la machacaba.
—Señorita Esposito—comenzó, con una expresión peculiar, como
si olfateara algo desagradable.
—Señor deWynter —repuso ella.
Otro ceño fruncido, de lo cual Lali dedujo que no era su
turno de hablar.
—La situación que se vive a la entrada de la empresa se ha
vuelto insostenible.
—Estoy de acuerdo. Tal vez, si usted probara con una orden
judicial... —Dejó que la sugerencia surtiera efecto, pues sabía que él no
poseía autoridad para conseguir dicha orden aunque hubiera razón para ello, lo
cual dudaba. La «situación» no estaba poniendo en peligro a nadie, y los
reporteros no estaban obstaculizando el paso de los empleados.
El ceño fruncido se transformó en una mirada de furia.
—Su inclinación a hacer chistes no es bien recibida. Sabe
muy bien que esta situación es obra de usted. Resulta indecorosa y molesta, y
la gente está descontenta.
Por «gente» debía
entenderse «sus superiores».
— ¿Por qué es obra mía? —preguntó Lali en tono manso.
—Esa vulgar Lista que ha escrito...
A lo mejor Leah Street y él habían sido separados al nacer,
musitó Lali para sí.
—La Lista no es mía más que lo es de Eugenia Suarez. Ha sido
producto de una colaboración. — ¿Qué le pasaba a todo el mundo para que la
hicieran a ella la única responsable de la Lista? Y una vez más, ¿qué era
aquella misteriosa «autoridad»? Si gozaba de semejante poder, a lo mejor debía
empezar a usarlo más a menudo. Podría hacer que la gente le permitiera pasar
primero en las cajas del supermercado, o que su calle fuera la primera en
limpiarse tras una nevada.
—Señorita Esposito —dijo Ashford deWynter en tono
dominante—. Por favor.
Aquello quería decir: por favor, no me tome por idiota. Pero
ya era tarde; Lali ya lo tomaba por idiota.
—Su vena de humor es muy apreciada —añadió—. Es posible que
no sea usted la única que ha participado en esto, pero es innegable que ha sido
la principal instigadora. Por lo tanto, le corresponde a usted rectificar la
situación.
Aunque pudiera
quejarse de Dawna ante sus amigas, Lali no estaba dispuesta a mencionar el nombre
de otra persona a deWynter. Éste ya conocía los otros tres nombres. Si decidía
creer que la mayor parte de la culpa era de ella, no había nada que pudiera
decir para hacerlo cambiar de opinión.
—Está bien —dijo—. A la hora de comer saldré a la entrada y
les diré que usted no aprueba toda esta publicidad y que quiere que despejen la
propiedad de Hammerstead o de lo contrario ordenará que los detengan.
DeWynter parecía haberse tragado un pez.
—Ah... No me parece la mejor manera de resolver las cosas.
— ¿Qué sugiere usted?
Ahí quedaba eso. El semblante del supervisor quedó
totalmente inexpresivo.
Lali ocultó su alivio. Su ego habría quedado hecho trizas si
deWynter hubiera sido capaz de pensar una solución factible cuando ella no
había sido capaz de sugerir una ni siquiera no factible.
—Ha llamado una persona del programa Buenos días, América —prosiguió
Lali—. La mandaré a hacer gárgaras. También se espera que llamen de la revista
People, pero simplemente no atenderé la llamada.
Toda esa publicidad gratis no
puede ser buena para la empresa...
— ¿La televisión? ¿La televisión nacional? —preguntó
débilmente deWynter. Estiró el cuello igual que un pavo—. Ah... Sería una
oportunidad maravillosa, ¿no?
Lali se encogió de hombros. No sabía si sería maravillosa o
no, pero no se podía negar que era una oportunidad. Por supuesto, acababa de
meterse ella misma en una encerrona; publicidad era precisamente lo que no
quería. No cabía la menor duda de que tenía un grave defecto de personalidad,
ya que no podía soportar permitir que Ashford deWynter se impusiera a ella en
nada.
—Tal vez debiera proponer la idea a la autoridad que corresponda
—sugirió al tiempo que se levantaba del asiento. Si tenía suerte, alguien de
las altas esferas vetaría la idea.
DeWynter se debatía entre la emoción y la renuencia a
permitir que ella supiera que tenía que pedir permiso, como si Lali no supiera
exactamente cuál era su puesto y cuánta autoridad conllevaba el mismo. Se
encontraba en el término medio de los mandos intermedios, y eso era todo lo que
iba a dar de sí.
Nada más regresar a su mesa, Lali convocó un consejo de
guerra. Cande, Euge y Rochi accedieron a reunirse para el almuerzo en el
despacho de Euge.
Explicó la situación actual a Gina y pasó el resto de la
mañana, con la ayuda de Gina, encajando y esquivando llamadas.
A la hora del almuerzo, las cuatro amigas, fortalecidas con
una selección de galletas sin sal y refrescos sin azúcar, se congregaron en el
despacho de Euge.
—Yo creo que podemos declarar la situación oficialmente
fuera de control —dijo Lali con pesadumbre, tras lo cual informó a todas acerca
de la hermana de Gina y de las llamadas que había recibido aquella mañana de la
NBC y de la revista People, tal como había pre-dicho Gina.
Todas volvieron la vista hacia Rochi.
Rochi se encogió de hombros.
—No me parece que
merezca la pena tratar de apagar el fuego en este momento. Pablo está enterado.
Anoche no vino a casa.
—Oh, cariño —dijo Euge en tono compasivo alargando una mano
para tocar a Rochi en el brazo—. Cuánto lo siento.
Rochi tenía los ojos enrojecidos, como si se hubiera pasado
la noche llorando, pero parecía tranquila.
—Yo no lo siento —dijo—. Esto no ha hecho más que sacar las
cosas a la luz. O me quiere o no me quiere. Si no me quiere, debe salir de mi
vida inmediatamente y dejar ya de hacerme perder el tiempo.
—Vaya —dijo Cande, mirando a Rochi con el asombro dibujado
en sus bellos ojos—. Ahí tú, pequeña.
— ¿Y tú? —preguntó Lali a Euge—. ¿Has tenido algún problema
con Bruck?
Euge contestó con una sonrisa irónica, de estar de vuelta de
todo:
—Con Bruck siempre hay problemas. Digamos simplemente que ha
reaccionado al estilo típico de Bruck, vociferando y bebiendo cerveza a lo
bestia. Cuando salí de casa esta mañana aún estaba durmiendo.
Seguidamente, todas miraron a Candela.
—No he sabido nada de Victorio —dijo ella, y sonrió a Lali—.
Tenías razón en lo de las ofertas para medírsela y los chistes. Yo me estoy
limitando a decir a todos que voté por treinta centímetros, pero que vosotras
quisisteis reducir la cifra. En general, eso los deja fríos.
Cuando dejaron de reír, Euge dijo:
—Muy bien, mi idea de
conceder una entrevista no ha funcionado. Qué demonios, ¿qué os parece si dejamos
de intentar guardar silencio y nos divertimos un poco con todo esto?
—DeWynter va a proponer a los de arriba la idea de obtener
publicidad de alcance nacional gratis —dijo Lali.
— ¿Y no van a lanzarse a por ella igual que una mujer
hambrienta sobre una chocolatina? —se burló Rochi —. Estoy con Euge. Vamos a
sacar la lista a la luz y a divertirnos de verdad; ya sabéis, añadirle unas cuantas
cosas, extendernos en discusiones y explicaciones.
Patricio y Ana se iban a enfadar, pensó Lali. Bueno, peor
para ellas.
—Qué demonios —dijo.
—Qué demonios —la secundó Cande.
Se miraron unas a otras, sonrieron y Euge sacó lápiz y
papel.
—Bien podemos empezar ya mismo a darles una historia que
merezca la pena sacar en los medios.
Rochi sacudió la cabeza con gesto melancólico.
—Esto va a atraer a todos los locos del país. ¿Alguna de
vosotras recibió anoche llamadas absurdas? Un tipo, creo que era hombre, pero
pudo ser una mujer, me dijo susurrando: « ¿Cuál de las cuatro eres tú?». Quería
saber si yo era la A.
Candela dijo sorprendida:
—Oh, yo también he recibido una llamada de ésas. Y hubo dos que colgaron y que pensé que
pudiera tratarse del mismo tipo. Pero tienes razón; por la forma en que susurraba,
no se distinguía muy bien si era hombre o mujer.
—Yo tenía cinco llamadas en el contestador de personas que
colgaron sin decir nada —comentó Lali—. Desconecté el teléfono.
—Yo salí—dijo Euge—. Y Bruck estrelló el contestador contra
la pared, de modo que de momento no recibiré mensajes. Esta tarde compraré uno
nuevo de camino a casa.
—Así que probablemente las cuatro hemos recibido llamadas
del mismo individuo —dijo Lali, un tanto inquieta y agradecida por el hecho de
tener a un policía de vecino.
Rochi se encogió de hombros y sonrió.
—Es el precio de la fama —dijo.
holis primera en firmar wiii muy buena la nove noe
ResponderEliminarademas policia se olvido de decir lali que esta muy bueno jaajj
ResponderEliminarestube pensando un rato y creo q se quien es m el de las llamadas
ResponderEliminarsoy noe
Eliminara divertirse con la lista jajajaj
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