¡Les mando besitos de amor!
Twitter: @LlaveDeCristal
La tarde desapareció de repente. De lejos, en la calle, le
llegó el grito de un niño que rompía a reír. Pasó un coche. El ruido
amortiguado de unas tijeras de podar alcanzó sus oídos. Todo aquello pareció lejano
y desconectado de la realidad. Lo real era la boca de Peter sobre la suya,
aquella lengua que se enredaba con la suya, el aroma masculino de su cuerpo que
penetraba por sus fosas nasales y le llenaba los pulmones. Y el sabor... oh,
aquel sabor. Peter sabía a chocolate, como si acabase de comer una chocolatina.
Sintió deseos de devorarlo.
Lali reparó en que estaba aferrándose con los puños a la tela
mojada. De una en una, sin interrumpir el beso, separó las manos de la camiseta
de Peter y las colocó alrededor de su cuello, permitiéndole acomodarse más
plenamente contra ella, desde el hombro hasta la rodilla.
¿Cómo era posible que un simple beso la excitara de aquella
forma? Pero no era un simple beso; Peter empleaba todo su cuerpo, rozándole los
pezones contra su pecho hasta que la fricción los hizo erguirse, duros y
sensibles, moviendo el bulto que formaba su erección contra el estómago de ella
en un ritmo lento y sutil que de todos modos resultaba más potente que una ola
marina.
Lali oyó el sonido salvaje y ahogado que surgió de su propia
garganta e intentó trepar por el cuerpo de Peter, elevarse hasta una posición
en la que aquel bulto surtiera el máximo efecto. Estaba ardiendo, abrasada de
calor, medio enloquecida por aquel súbito embate de necesidad y frustración
sexual.
Peter todavía sostenía la manguera en una mano. Rodeó a Lali
con los brazos y la levantó los pocos centímetros que hacían falta. El chorro
de agua se arqueó peligrosamente, salpicó a Bubú y lo hizo saltar a un lado con
un bufido de enfado, luego chocó contra el coche y los empapó aún más a ellos
dos. Pero a Lali no le importó. Tenía la lengua de Peter dentro de su boca y
las piernas alrededor de las caderas de él, y aquel bulto estaba justo donde
quería que estuviera.
Peter se movió —otro de aquellos roces sutiles— y Lali a
punto estuvo de alcanzar el climax allí mismo. Hundió las uñas en la espalda de
Peter y emitió un sonido gutural al tiempo que se arqueaba en sus brazos.
Peter apartó su boca de la de ella. Estaba jadeante, con una
expresión ardiente y salvaje en los ojos.
—Vamos adentro —dijo en un tono tan grave y ronco que casi
resultó ininteligible, poco más que un gruñido.
—No —gimió Lali—. ¡No te pares! —Oh, Dios estaba cerca, muy
cerca. Volvió a arquearse contra él.
— ¡Por Dios santo! —Peter cerró los ojos. Apenas podía
reprimir una expresión contraída por el deseo—.
Lali, no puedo follarte aquí
fuera. Tenemos que entrar.
¿Follar? ¿Dentro?
¡Dios del cielo, estaba a punto de hacerlo con él y aún no
había empezado a tomar la píldora!
— ¡Espera! —chilló presa del pánico, empujando contra sus
hombros y desenrollando las piernas para ponerse a dar patadas—. ¡Para!
¡Suéltame!
— ¿Que pare? —dijo él, desconcertado—. ¡Pero si no hace ni
un segundo me has dicho que no pare!
—He cambiado de idea. —Aún seguía empujándolo en los hombros.
Aún seguía sin conseguir absolutamente nada.
— ¡No puedes cambiar de idea! —Ya parecía desesperado.
—Sí que puedo.
— ¿Tienes herpes?
—No.
— ¿Sífilis?
—No
— ¿Gonorrea?
—No.
— ¿Sida?
— ¡No!
—Entonces no puedes cambiar de idea.
—Lo que tengo es un óvulo maduro.
Aquello era probablemente una mentira. Una mentira casi con
toda seguridad. Era muy probable que le viniese el período al día siguiente, de
modo que aquel pequeño óvulo ya había dejado de ser viable hacía mucho, pero no
deseaba arriesgarse a una posible descendencia. Si quedaba algo de vida en el
espiral de ADN, el esperma de Peter se lanzaría por ella. Había cosas que eran
hechos comprobados. Lo del óvulo maduro hizo detenerse a Peter. Tras meditar
sobre ello, sugirió:
—Puedo utilizar un condón.
Ella lo fulminó con la mirada; por lo menos, eso esperaba
hacer. Hasta el momento Peter continuaba notablemente intacto.
—Los condones sólo tienen una tasa de éxito de entre un noventa
y un noventa y cuatro por ciento, lo cual significa que, como mínimo, su índice
de fallos es del seis por ciento.
—Bueno, eso es una probabilidad muy remota.
Otra mirada fulminante.
— ¿Ah, sí? ¿Te imaginas lo que sucedería si siquiera uno de
tus pequeños merodeadores asaltase a mi chica?
—Que se liarían el uno con el otro y pelarían igual que dos
gatos salvajes dentro de un saco.
—Eso es. Igual que hemos hecho nosotros.
Peter compuso una expresión de horror. Soltó a Lali y dio un
paso atrás.
—Estarían dentro del saco antes de presentarse el uno al
otro siquiera.
—Nosotros no nos hemos presentado —se sintió impulsada a
señalar Lali.
—Mierda. —Peter se pasó una mano por la cara—. Soy Peter
Lanzani.
—Ya sé quién eres, me lo ha dicho la señora Kulavich. Yo me
llamo Lali Esposito.
—Lo sé. Me lo ha dicho ella. —dijo mirándola— Te sienta bien
el nombre. ¿Y cuál es ese problema que tienes con... ¿Quién era? Ah, sí. Ana ,
Patricio, todo el mundo en el trabajo, los reporteros y Bubú. ¿Por qué tienes problemas
con los reporteros?
Lali quedó impresionada por la memoria que tenía. Ella misma
no habría sido capaz de repetir una lista de nombres que le hubieran gritado
mientras la mojaban con agua fría.
—Ana es mi hermana mayor. Está furiosa conmigo porque mi
madre me pidió a mí que cuidara de Bubú y ella quería hacerse cargo de ese
honor. Patricio es mi hermano. Está furioso conmigo porque mi padre me pidió a
mí, en vez de él, que cuidara de su coche. Y Bubú ya sabes quién es.
Peter miró más allá de ella.
—Es el gato que está pisando tu coche.
— ¡Cómo...!
Lali se volvió horrorizada. Bubú estaba pisoteando todo el
capó del Viper. Lo apartó de un empujón antes de que él tuviera tiempo de
esquivarla, y lo devolvió indignada al interior de la casa. Acto seguido regresó
corriendo al coche y se inclinó para inspeccionar el capó en busca del menor
arañazo.
—Me parece que a ti tampoco te gusta ver un gato encima de
tu coche —dijo Peter con un gesto de
suficiencia.
Lali intentó lanzarle otra mirada fulminante, aunque se
había fijado en que lo del óvulo ya había conseguido fulminarlo bastante.
—No se puede comparar mi coche con el tuyo —gruñó, y después
observó sorprendida el camino de entrada vacío. No había ningún Pontiac marrón.
Pero Peter estaba allí—. ¿Dónde está tu coche?
—El Pontiac no es
mío. Es propiedad de la ciudad.
Lali se sintió débil de puro alivio. Gracias a Dios. Habría
supuesto un duro golpe para su autoestima si se hubiera acostado con el
propietario de aquel desecho. Por otra parte, tal vez necesitara servirse del Pontiac
como freno mental para sus impulsos sexuales. Si lo hubiera visto allí
aparcado, probablemente el episodio que acababa de tener lugar no se habría ido
tanto de las manos.
— ¿Y cómo has venido a casa? —le preguntó, mirando
alrededor.
—Tengo mi todoterreno guardado en el garaje. Así no se
ensucia de polvo ni de polen, ni de cagadas de pájaros.
— ¿Un todoterreno? ¿Qué todoterreno?
—Un Chevy.
— ¿Con tracción en las cuatro ruedas? —Le parecía el típico
dueño de un vehículo cuatro por cuatro.
Él rió con cierta suficiencia.
— ¿Es que los hay de otra clase?
—Cielos —suspiró—. ¿Puedo verlo?
—No hasta que terminemos nuestras negociaciones.
— ¿Qué negociaciones?
—Negociaciones sobre cuándo vamos a terminar lo que acabamos
de empezar.
Lali lo miró
boquiabierta.
— ¿Estás diciendo que no vas a permitirme ver tu todoterreno
hasta que acceda a acostarme contigo?
—Exacto.
— ¡Estás loco si crees que yo tengo tantas ganas de ver tu
todoterreno!
—Es de color rojo.
—Cielos —gimió Lali. Él se cruzó de brazos.
—O accedes, o nada.
— ¿No quieres
pensarlo mejor?
—He dicho que debemos negociar una cita, no que tengamos que
hacerlo ahora. No podrías pagarme con nada el hecho de que yo me acerque a tu
óvulo.
Lali le dirigió una mirada especulativa.
—Te enseñaré mi
generador si tú me enseñas tu todoterreno.
Peter negó con la cabeza.
—No hay trato.
No había hablado a nadie del coche de su padre. Que sus amigas
supieran, su padre simplemente estaba obsesionado con el sedán de la familia.
Pero se trataba de la pieza de negociación más interesante de todas, el as que
uno tiene guardado en la manga, el que proporciona una ganancia segura. Además,
Peter era policía; seguramente no pasaría nada por meterlo a él en el ajo, así
sabría que su garaje necesitaba protección a todas horas. El seguro del coche
ascendía a una fortuna, pero también se trataba de un vehículo irreemplazable.
—Te dejaré ver el coche de mi padre si tú me dejas ver tu
todoterreno —dijo con aire malicioso.
A pesar de sí mismo, Peter la observó con interés.
Probablemente la expresión que vio en ella le reveló que el coche de su padre
se salía de lo común.
— ¿De qué marca es?
Lali se encogió de hombros.
—No doy esa
información en público.
Peter se inclinó y le acercó el oído. —Susúrramela.
Lali apretó la boca contra su oído y se sintió desfallecer
al percibir el cálido aroma masculino que flotó hasta sus fosas nasales.
Susurró dos palabras.
Peter se irguió de manera tan brusca que chocó contra la
nariz de ella.
— ¡Vaya!
Lali se frotó la nariz dolorida.
—Déjame verlo —dijo él con la voz ronca.
Ella se cruzó de brazos en una imitación de la anterior
postura de Peter.
— ¿Cerramos el trato? Tú ves el coche de mi padre, y yo veo
tu todoterreno.
— ¡Diablos, hasta puedes conducir mi todoterreno! —Se volvió
y miró hacia el garaje de Lali como si fuera el Santo Grial—. ¿Está ahí dentro?
—Sano y salvo.
— ¿Es un original? ¿No es una copia?
—Original.
—Dios —jadeó, dirigiéndose ya hacia el garaje.
—Voy por la llave. —Lali corrió al interior de la casa en
busca de la llave del candado, y al regresar encontró a Peter esperando con
impaciencia.
—Ten cuidado de abrir la puerta sólo lo justo para entrar
—le advirtió—. No quiero que se vea desde la calle.
—Sí, sí. —Peter tomó la llave y la introdujo en el candado.
Entraron en el oscuro garaje, y Lali buscó a tientas el
interruptor de la luz. Se encendieron las luces del techo e iluminaron un bulto
bajo y alargado cubierto por una loneta.
— ¿Cómo lo consiguió? —preguntó Peter medio susurrando, como
si estuvieran dentro de una iglesia, al tiempo que buscaba con la mano el borde
de la funda de tela.
—Formaba parte del equipo que lo desarrolló.
Peter la miró fijamente.
— ¿Tu padre es Carlos Esposito?
Lali afirmó con la cabeza.
—Dios mío —suspiró él, y levantó la lona.
Un grave gemido salió de su garganta.
Lali sabía bien qué
estaba sintiendo. Ella siempre se quedaba sin aliento al contemplar aquel
automóvil, y eso que lo conocía de toda la vida. No era particularmente
llamativo. En aquella época la pintura de los coches no era tan brillante como la
de hoy en día. Era una especie de gris plateado, austero, sin los lujos que hoy
dan por sentado los consumidores. No había ningún posavasos a la vista.
—Dios mío —repitió Peter, inclinándose para observar los
instrumentos. Tuvo mucho cuidado de no tocar el coche. La mayoría de la gente,
un noventa y nueve por ciento, no habría podido resistirse; algunos habrían
sido lo bastante descarados como para pasar una pierna por encima de la baja
carrocería y deslizarse en el asiento del conductor. Peter trató el coche con la reverencia que merecía,
y Lali experimentó una extraña sensación que le oprimió el corazón. Sintió un ligero
vahído, y todo empezó a volverse borroso excepto el rostro de Peter. Se
concentró en respirar, parpadeando rápidamente, y al cabo de un momento el
mundo volvió a encajar en su sitio.
Cielos. ¿Qué estaba pasando?
Peter cubrió de nuevo el coche con la misma ternura con que
una madre cubriría a un niño dormido. Sin pronunciar palabra, se sacó las
llaves del bolsillo de los vaqueros y se las tendió a Lali.
Ella las cogió y luego se miró la ropa.
—Estoy mojada.
—Ya lo sé —replicó él—. Me he fijado en tus pezones.
Lali lo miró boquiabierta y se apresuró a colocar las manos
encima de las pertinentes porciones de su camiseta mojada.
— ¿Por qué no has dicho algo? —exclamó acalorada.
Peter emitió un
sonido burlón.
— ¿Crees que estoy loco?
— ¡Te mereces que conduzca tu todoterreno sin cambiarme de
ropa!
Él se alzó de hombros.
—Después de haberme dejado ver este coche, más tus pezones,
creo que te lo debo.
Ella quiso alegar que no le había dejado ver sus pezones,
que él los había mirado sin permiso; pero entonces se acordó de que ella había
visto mucho más que los pezones de él aquella mañana, y decidió no sacar el
tema a colación. Como si él fuera a darle a elegir.
—Además —señaló—, tú me has visto la polla. Eso tiene que
valer más puntos que los pezones.
—Ja —respondió Lali—. El valor está en el ojo del que mira.
Y yo te dije que te taparas, si recuerdas.
— ¿Después de todo el tiempo que llevabas mirando?
—Sólo lo suficiente para llamar a la señora Kulavich para
que me diera tu número —replicó ella en tono ofendido, porque era la verdad. ¿Y
qué si había tenido que charlar un minuto con la señora Kulavich?—. Y por lo
visto, a ti no te pareció que fuera tan importante como para taparlo. No, lo
exhibiste por ahí como si fueras a echar una carrera.
—Pretendía excitarte.
— ¡Nada de eso! No sabías que yo estaba mirando.
Él enarcó una ceja. Lali le lanzó las llaves.
— ¡Ya no pienso conducir tu todoterreno ni aunque me lo
pidas de rodillas! ¡Seguro que tiene piojos dentro! Grosero, asqueroso...
repugnante exhibicionista de penes...
Peter atrapó las llaves con una sola mano.
— ¿Estás diciendo que no te excitaste?
Lali iba a contestarle que no había experimentado ni una
pizca de excitación, pero su lengua se negó a pronunciar lo que habría sido la
mentira más grande de toda su vida.
Peter sonrió maliciosamente.
—Ya decía yo.
Sólo había una forma de recuperar la ventaja. Lali apoyó las
manos en las caderas y dejó que sus pezones pujaran contra las telas mojadas
del sujetador y la camiseta. Igual que un misil guiado por láser, la mirada de
Peter se clavó en la pechera de la camiseta. Lali lo vio tragar saliva.
—Estás jugando sucio —dijo Peter con voz ronca.
Lali soltó una risita a modo de venganza por la risita de
él.
—Acuérdate de eso —le dijo, y dio media vuelta para salir
del garaje.
Él pasó a su lado.
—Voy yo primero —dijo—. Quiero ver cómo sales a la luz del
sol.
Lali volvió a ponerse las manos encima de los pechos.
—Aguafiestas —musitó Peter al tiempo que se colaba por la
estrecha abertura. Pero entonces volvió a entrar, tan bruscamente que Lali
chocó contra él.
—Tienes dos problemas —le dijo.
— ¿Ah, sí?
—Sí. Primero, te has dejado el grifo del agua abierto, con
lo cual te van a clavar en la factura.
Lali lanzó un suspiro. A aquellas alturas, el camino de
entrada debía de estar inundado. Era obvio que Peter la había descentrado del
todo, de lo contrario no habría sido tan descuidada.
— ¿Cuál es el segundo problema?
—Tienes el patio lleno de esos reporteros de los que
hablabas.
—Oh, mierda —gimió Lali.
Orro otro otro
ResponderEliminarAME RECONTRA AME Este capítulo! Fue re sjklafdghladkskghdfklghdfkjg
ResponderEliminarY si me acuerdo lo que puedes hacer! Que conteste que yo puedo hacer lo mismo eh! Encima la intriga me esta matando, pero solo por VOS me las estoy aguantando -.-
Tenemos que hablar che! Colgamos mal!
QUIERO MAAAAAAAAAAAAS!
Peter la va ayudar! :)
AHHHHHHHHHHH Me di cuenta de algo :D o sea volví a releer el argumento y los primeros caps, por cierto no subiste el argumento entero -.- Jajaja y me di cuenta de como viene la mano y que todavia falta la parte mas interesante de todo este enrredo :) Y que el nene ese trabaja con las chicas ¿no? O como era la mano...? Bue, algo más entendí y ahora voy a estar mucho mas atenta a los minimos detalles #Ponele Jajaja
Besitos!
quiero mas me encanta la nove¡¡¡
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