Bueno, aqui empiesa la adaptacion, espero que les guste, hasta mañana.
Les mando besitos de amor!
— ¡Esto es ridículo! —Agarrando con fuerza el bolso hasta
que los nudillos se le pusieron blancos, la mujer dirigió una mirada furiosa al
director de la escuela, situado al otro lado de la mesa—. Ha dicho que no tocó
el hámster, y mi hijo no miente. ¡Faltaría más!
J. Clarence Cosgrove llevaba seis años de director de la
Escuela Media Ellington, y antes de eso veinte años de profesor. Estaba
acostumbrado a tratar con padres enfurecidos, pero aquella mujer alta y delgada
que estaba sentada frente a él y el niño tan pacífico que ocupaba otro asiento
junto a ella lo estaban poniendo nervioso. Odiaba emplear lenguaje vulgar, pero
es que los dos eran raritos. Aunque sabía que era perder el tiempo, intentó
razonar con ella.
—Había un testigo...
—La señora Whitcomb le obligó a decir eso. Corin nunca jamás
habría hecho daño a ese hámster, ¿verdad que no, cariño?
—No, madre. —El pequeño lo dijo con una voz casi
sobrenatural, de tan dulce que era, pero sus ojos mostraban una expresión fría
cuando se posaron sin parpadear en el señor Cosgrove, como si estuvieran
sopesando el efecto que causaba en él aquella negativa.
— ¿Lo ve? ¡Ya se lo había dicho! —exclamó la mujer en tono
triunfante.
El señor Cosgrove lo intentó de nuevo.
—La señora Whitcomb...
—... no le ha gustado Corin desde el primer día de colegio.
Es ella a quien debería usted interrogar, no a mi hijo. —La mujer tenía los
labios apretados de rabia—. Hace dos semanas hablé con ella de la inmundicia
que está metiendo en la cabeza a los niños, y le dije que mientras yo no
pudiera controlar lo que decía a los demás niños, de ningún modo pienso
permitir que hable de —lanzó una mirada fugaz a Corin— sexo a mi hijo. Ése es
el motivo por el que ha hecho esto.
—La señora Whitcomb cuenta con un excelente historial como
profesora. Ella jamás haría...
— ¡Pues lo ha hecho! ¡No me diga lo que no haría esa mujer
cuando es evidente que lo ha hecho! Mire, ¡no me extrañaría lo más mínimo que
ella misma hubiera matado al hámster!
—Ese hámster era su mascota personal, lo trajo a la escuela
para enseñar a los niños lo de...
—Aun así pudo matarlo. Dios santo, si no era más que una
rata grande —dijo la mujer en tono despectivo—. Aun en el caso de que lo
hubiera matado Corin, lo cual no es cierto, no entiendo que se haya armado tanta
bulla. Mi hijo está siendo perseguido —recalcó la palabra— y yo no pienso
consentirlo. O se encarga de esa mujer, o lo haré yo por usted.
El señor Cosgrove se quitó las gafas y limpió las lentes
despacio, sólo para tener algo que hacer mientras trataba de pensar en un modo
de neutralizar el veneno de aquella mujer antes de que ella echase a perder la
carrera de una buena profesora. Razonar con ella quedaba descartado; hasta
aquel momento no le había permitido terminar ni una sola frase. Miró a Corin;
el niño continuaba observándolo fijamente, con una expresión angelical que
contradecía por completo aquella frialdad de sus ojos.
— ¿Puedo hablar con usted en privado? —preguntó a la mujer.
Ella pareció desconcertada.
— ¿Para qué? Si está pensando que va a convencerme de que mi
querido Corin...
—Será sólo un momento —la interrumpió el director ocultando
la leve sensación de alivio que experimentó al ser él quien interrumpiera esa
vez. A juzgar por la expresión de la mujer, a ésta no le gustó en absoluto—.
Por favor. —Añadió ese ruego, aunque casi le costaba ser educado.
—Está bien —repuso ella de mala gana—. Corin, cariño, ve
afuera y quédate al lado de la puerta, donde pueda verte tu madre.
—Sí, madre.
El señor Cosgrove se levantó y cerró firmemente la puerta
después de que el niño saliera. La mujer pareció alarmarse ante aquel giro de
los acontecimientos, por no poder ver a su hijo, y se levantó a medias de la
silla.
—Por favor —repitió el director—. Siéntese.
—Pero Corin...
—No le pasará nada. —Otra interrupción que se marcaba por su
parte, pensó. Volvió a su sillón, tomó un bolígrafo y dio con él unos
golpecitos sobre la secante de su escritorio, mientras intentaba pensar en una
forma diplomática de exponer el tema. Entonces comprendió que no existía
ninguna forma que fuera lo bastante diplomática para aquella mujer, y decidió
entrar a tumba abierta—. ¿Ha pensado alguna vez en llevar a Corin a que lo vea
un profesional? Un buen psicólogo infantil...
— ¿Está loco? —dijo ella con el rostro convulso en un acceso
instantáneo de rabia, al tiempo que se ponía en pie—. ¡Corin no necesita ningún
psicólogo! No le pasa nada. El problema lo tiene esa zorra, no mi hijo. Debería
haberme imaginado que esta entrevista iba a ser una pérdida de tiempo, que usted
iba a ponerse de parte de ella.
—Yo deseo lo mejor para Corin —dijo él, consiguiendo
mantener un tono de voz calmado—. El hámster es sólo el último incidente que ha
tenido lugar, no el primero. Se han venido dando una serie de conductas
perturbadoras que constituyen algo más que simple una travesura...
—Los demás niños están celosos de él —acusó la mujer—. Sé
que esos pequeños sinvergüenzas se meten con él y que esa zorra no hace nada
para evitarlo o protegerlo. El niño me lo cuenta todo. Si cree usted que voy a
permitir que se quede en este colegio para que lo acosen...
—Tiene usted razón —replicó el director suavemente. En el
tablero de puntuaciones las interrupciones de ella superaban en número a las
suyas, pero ésta era la más importante—. Probablemente lo mejor sea cambiar de
colegio, llegados a este punto. Corin no encaja aquí. Puedo recomendarle
algunos buenos colegios privados...
—No se moleste —saltó ella al tiempo que se encaminaba
rápidamente hacia la puerta—. No veo por qué piensa usted que yo voy a fiarme
de una recomendación suya. —Y con aquella última andanada, abrió la puerta de
un tirón y agarró a Corin por el brazo—. Vamos, cariño. Ya no vas a tener que
regresar nunca más a este sitio.
—Sí, madre.
El señor Cosgrove se acercó a la ventana y observó cómo
madre e hijo se introducían en un un viejo Pontiac de dos puertas, amarillo y
con manchas marrones de óxido que picaban el lado izquierdo del parachoques
delantero. Había resuelto su problema inmediato, el de proteger a la señora
Whitcomb, pero era muy consciente de que el problema más importante acababa de
salir andando de su despacho. Que Dios ayudara a los profesores del próximo
colegio al que fuera a parar Corin. Quizá más adelante alguien tomara cartas en
el asunto y enviara al niño a un profesional antes de que estuviera todo
perdido... a no ser que ya fuera demasiado tarde.
Dentro del automóvil, la mujer condujo furiosa, en un tenso
silencio, hasta que perdieron de vista el colegio. Entonces se detuvo junto a
una señal de STOP y, sin previo aviso, propinó a Corin una bofetada con tal
fuerza que la cabeza le golpeó contra la ventanilla.
—Maldito idiota —dijo apretando los dientes—. ¡Cómo te
atreves a humillarme así! A que me llamen al despacho del director y me hablen
como si fuera imbécil. Ya sabes lo que te espera cuando lleguemos a casa, ¿no?
¿No lo sabes? —Las últimas palabras las pronunció gritando.
—Sí, madre. —El niño mostraba un semblante inexpresivo, pero
en sus ojos brillaba algo que casi podría ser un placer anticipado.
Su madre aferró el volante con ambas manos, como si
intentara estrangularlo.
—Vas a ser perfecto, aunque tenga que enseñártelo a golpes.
¿Me oyes? Mi hijo será perfecto.
—Sí, madre —contestó Corin.
Ok, esa mujer esta loca! :O
ResponderEliminarQUIERO MAS! :)
Si podes pone la opción para que pueda seguir tu blog, asi me aparece cuandos subis :)
un beso
Ah y tambien seria mejor si sacas el verificador de que no sos un robot! Porque es bastante molesto! Jajaja besos
Eliminar1) A esa mujer le chifla el moño, me da miedo :|
ResponderEliminar2)Muchas gracias por empezar a subir nove! :)
3) Me ENCANTOOO
4)Si estoy con Juli, si le podes sacar el verificador estar buenisimo porque creo etarsegura de que no soy robot ¬¬ jajajajaja :P
@LuciaVega14
entendi mal o que el niño era masoquista???
ResponderEliminar