Bueno aqui les dejo el primer capitulo. Hasta mañana.
Les mando besitos de amor!
Warren,
Michigan, 2000
Lali
Esposito se despertó de mal humor.
Su vecino,
la plaga del barrio, había llegado a su casa a las tres de la madrugada
haciendo un ruido insoportable. Si su automóvil tenía un silenciador, hacía
mucho tiempo que había dejado de funcionar. Por desgracia, su dormitorio estaba
situado en el mismo lado de la casa que el camino de entrada del vecino; ni siquiera
tapándose la cabeza con la almohada pudo amortiguar el ruido de aquel Pontiac de
ocho cilindros. El vecino cerró la portezuela de golpe, encendió la luz del
porche de la cocina —la cual, por algún malvado designio, estaba colocada de
forma que le daba a ella directamente en los ojos si se nimbaba de frente a la ventana,
tal como era el caso—, dejó que la puerta de rejilla golpeara tres veces al
entrar, salió de nuevo unos minutos más tarde, luego volvió a entrar en la
casa, y evidentemente se olvidó de la luz del porche, porque momentos después
se apagó la luz de la cocina, pero aquella
maldita bombilla del porche permaneció encendida.
Si antes de
comprar aquella casa hubiera sabido que iba a tener aquel vecino, jamás de los
jamases habría cerrado la operación. En las dos semanas que llevaba viviendo
allí, aquel tipo había conseguido él sólito estropearle toda la alegría que le
había causado el hecho de comprarse su primera casa. Era un borracho. ¿Pero por
qué no podía ser un borracho feliz?, se preguntó con amargura. No, tenía que
ser un borracho hosco y desagradable, de los que hacían que una tuviera miedo
de dejar salir al gato cuando él estaba en casa. Bubú no era gran cosa como
gato —ni siquiera era suyo—, pero su madre le tenía mucho cariño, de modo que Lali
no quería que le sucediera nada mientras estuviera temporalmente bajo su
custodia. Jamás podría volver a mirar a su madre a la cara si sus padres
regresaran de las vacaciones de sus sueños, un viaje de seis semanas por
Europa, y se encontraran con que Bubú había muerto o desaparecido.
De todos
modos, el vecino ya se la tenía jurada al pobre gato, porque había encontrado
huellas de sus pisadas en el parabrisas y el capó del coche. A juzgar por el
modo en que reaccionó, uno pensaría que tenía un Rolls nuevo en vez de un
Pontiac de diez años con el parachoques cubierto de manchas de suciedad que
resbalaban por ambos lados.
Por suerte
para ella, se marchaba a trabajar a la misma hora que él; por lo menos, en
principio creyó que él se iba a trabajar. Ahora pensaba que probablemente iba a
comprar más bebida. Si es que trabajaba, desde luego tenía un horario de lo más
extraño, porque hasta el momento no había logrado discernir pauta alguna en sus
entradas y salidas.
De todas
formas, había intentado mostrarse simpática el día en que él descubrió las huellas
del gato; incluso le sonrió, lo cual, teniendo en cuenta el modo en que él la
increpó porque su fiesta de inauguración lo había despertado — ¡a las dos de la
tarde!—, le supuso un gran esfuerzo. Pero el tipo no prestó la menor atención a
aquel sonriente ofrecimiento de paz, sino que en cambio saltó furioso de su
automóvil casi en el mismo momento de haber puesto las posaderas en el asiento.
— ¿Qué le
parece si prohibiera a su gato que se suba a mi coche, señora?
A Lali se le
congeló la sonrisa en la cara. Odiaba desperdiciar una sonrisa, sobre todo con
un individuo sin afeitar, malhumorado y que tenía los ojos inyectados en
sangre. Le vinieron a la mente varios comentarios feroces, pero los reprimió.
Al fin y al cabo, ella era nueva en el barrio y con aquel tipo ya había empezado
con mal pie. Lo último que deseaba era declararle la guerra. Así que decidió
probar una vez más con la diplomacia, aunque era obvio que aquel método no
había funcionado durante la fiesta de de inauguración.
—Lo siento
—dijo, manteniendo un tono tranquilo—. Procuraré vigilarlo. Estoy cuidándolo
hasta que vuelvan mis padres, así que no va a estar aquí mucho tiempo. —Sólo
otras cinco semanas.
El vecino
contestó con un gruñido ininteligible, volvió a entrar en el coche cerrando de
un portazo y se alejó haciendo rugir el potente motor con un ruido de mil
demonios. Lali ladeó la cabeza, escuchando. La carrocería del Pontiac ofrecía
un aspecto deplorable, pero el motor sonaba suave como la seda. Había muchos
caballos debajo de aquel capó.
Era evidente
que la diplomacia no funcionaba con aquel tipo.
Pero allí
estaba ahora, despertando a todo el vecindario a las tres de la madrugada con
aquel maldito automóvil. La injusticia de ese hecho, después de que él la había
sermoneado por haberlo despertado en mitad de la tarde, hizo que le entraran
ganas de ir hasta su casa y pulsar el botón del timbre hasta que él estuviera
tan levantado y despierto como todos los demás.
Sólo que
había un pequeño problema. Le tenía un poquitín de miedo.
Y eso no le
gustaba. Lali no estaba acostumbrada a retroceder ante nadie, pero aquel
individuo la ponía nerviosa. Ni siquiera sabía cómo se llamaba, porque las dos
veces que se habían visto no fueron encuentros de los de «Hola, me llamo fulano
de tal». Lo único que sabía era que era un personaje de aspecto desaliñado y
que por lo visto no tenía un empleo fijo. En el mejor de los casos, era un
borracho, y los borrachos pueden ser
mezquinos y destructivos. En el caso peor, estaría metido en algo ilegal, lo
cual agregaba a la lista el calificativo de peligroso.
Era un
individuo grande y musculoso, con cabello oscuro y tan corto que casi parecía
un skinhead. Cada vez que lo veía tenía el aspecto de no haberse afeitado en
dos o tres días. Si a eso se le añadían los ojos inyectados en sangre y el mal
genio, la palabra que le venía a la cabeza era «borracho». El hecho de que
fuera grande y musculoso no hacía sino incrementar su nerviosismo. Aquel barrio
le parecía muy seguro, pero ella no se sentía segura teniendo a semejante tipo
por vecino.
Gruñendo
para sus adentros, saltó de la cama y bajó la persiana de la ventana. Con los
años se acostumbró a no cerrar las persianas, ya que era posible que no se
despertase con el despertador, pero sí con la luz del sol. El amanecer era
mejor que un molesto sonido metálico para levantarse de la cama. Como varias
veces se había encontrado el despertador tirado por el suelo, supuso que la
habría reanimado lo suficiente para atacarlo, pero no lo bastante para
despertarla del todo.
Ahora su
sistema consistía en usar visillos y una persiana; los visillos impedían que se
viera el interior del dormitorio a no ser que estuviera la luz encendida, y
levantaba la persiana sólo después de haber apagado la luz para dormir. Si hoy
llegaba tarde a trabajar, sería por culpa del vecino, por obligarla a depender
del despertador en vez del sol.
De vuelta a
la cama tropezó con Bubú. El gato dio un
salto con un maullido de sorpresa, y Lali estuvo a punto de sufrir un infarto.
— ¡Dios
santo! Bubú, me has dado un susto de muerte.
No estaba
acostumbrada a tener un animal doméstico en casa, y siempre se le olvidaba
mirar dónde pisaba. No comprendía por qué demonios habría querido su madre que
ella le cuidara el gato, en vez de hacerlo Ana Laura o Patricio. Los dos tenían
niños que podían jugar con Bubú y tenerlo entretenido. Como no había colegio
por ser las vacaciones de verano, siempre había alguien en cualquiera de las
dos casas, casi todo el día y todos los días.
Pero no;
Bubú tenía que quedarse con Lali. Poco importaba que ella estuviera soltera,
trabajase cinco días a la semana y no tuviera costumbre de tener animales
domésticos. De todas maneras, si tuviera uno, no sería como Bubú. Éste había
puesto mala cara desde que lo castraron, y desahogaba su frustración con los
muebles. En una sola semana había destrozado el sofá hasta el punto de que Lali
tendría que tapizarlo de nuevo.
Y ella
tampoco le gustaba a Bubú. Le gustaba cuando él se encontraba en su auténtica
casa y se acercaba para que ella lo acariciase, pero no le gustaba nada estar
su casa. Ahora, cada vez que Lali intentaba acariciarlo, él arqueaba el lomo y
le bufaba.
Además de
todo eso, Ana Laura estaba furiosa con ella porque mamá la había elegido para
cuidar de su querido Bubú. Después de todo, ana Laura era la mayor, y
obviamente la más asentada. No tenía lógica que hubiera escogido a Lali en
lugar de ella. Lali estaba de acuerdo en aquel punto, pero eso no aliviaba sus sentimientos
heridos.
No, en
realidad lo peor de todo era que Patricio, que era un año más joven que Ana
Laura, también estaba enfadado con ella. No por causa de Bubú; Patricio era
alérgico a los gatos. No, lo que lo ponía furioso era que papá hubiera guardado
su preciado coche en el garaje de ella, lo cual significaba que ella no podía
aparcar en su propio garaje, ya que era de una sola plaza, y eso resultaba de
lo más incómodo. Ojalá se hubiera encargado Patricio del maldito coche. Ojalá
hubiera dejado papá el coche en su propio garaje, pero es que le daba miedo
dejarlo solo durante seis semanas. Lalo lo comprendía, pero lo que no
comprendía era por qué la habían escogido a ella para cuidar del gato y del
coche. Ana Laura no entendía lo del gato, Patricio no entendía lo del coche, y
Lali no entendía ninguna de las dos cosas.
De modo que
su hermano y su hermana estaban furiosos con ella, Bubú destrozaba sistemáticamente
su sofá, a ella la aterrorizaba que le ocurriera algo al automóvil de su padre
mientras lo tenía a su cuidado, y aquel borracho de vecino le estaba amargando
la existencia. Dios, ¿por qué se habría comprado una casa? Si se hubiera
quedado en su apartamento, no estaría sucediendo nada de aquello, porque no
tenía garaje y no se permitía que hubiera animales domésticos.
Pero es que
se había enamorado de aquel barrio, de sus casas antiguas, de los años
cuarenta, y del bajo precio que tenían a consecuencia de ello. Había visto una
mezcla de gente, desde familias jóvenes con niños hasta jubilados cuyos
familiares iban a visitarlos todos los domingos. Algunas de las personas de más
edad se sentaban en el porche a tomar el fresco por la noche, saludando a los
que pasaban, y los niños jugaban en los patios sin preocuparse por un posible
tiroteo desde un automóvil. Debería haber examinado a todos los vecinos, pero a
primera vista le había parecido una zona agradable y segura para una mujer sola,
y estaba encantada de haber encontrado una buena casa y sólida a un precio tan
bajo.
Dado que
pensar en su vecino estaba garantizado que le impediría volver a dormirse, Lali
cruzó las manos por detrás de la cabeza y contempló el oscuro techo mientras
pensaba en todas las cosas que quería hacer con la casa. La cocina y el baño
necesitaban modernizarse un poco, lo cual constituía una reforma muy cara que
económicamente no estaba preparada para afrontar. Pero pintar la casa y poner persianas
nuevas haría mucho por mejorar el exterior, y además quería derribar la pared
que separaba el salón y el comedor, y despejar aquel espacio para que el
comedor fuera más una continuación que una habitación independiente, con un
arco que podría pintar con una de esas pinturas de falsa piedra para que pareciera
de roca...
Se despertó
con el molesto pitido del despertador. Por lo menos aquel maldito trasto la
había despertado esta vez, pensó mientras rodaba hacia un costado para
silenciar la alarma. Los números rojos que brillaban ante sus ojos en la
penumbra de la habitación la hicieron parpadear y mirar una vez más.
—Mierda
—gimió disgustada al tiempo que saltaba de la cama. Las seis cincuenta y ocho;
la alarma llevaba casi una hora sonando, lo cual quería decir que era tarde.
Muy tarde.
Jajajajaja Pobre Lali, un desastre! Jajaajaj
ResponderEliminarQuiero mas!
Pobrecita Lali, pero los hermanos no se tienen que neojar con ella sino con sus papas si ella no tiene la culpa de lo qe eligen ellos, y lo del vecino :| qe ganas de mandarlo a la ... ¬¬ yo lo mato si me hace eso! quien sera? sera Coriii :O jajajaja muchas gracias por la nove @LuciaVega14
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