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lunes, 17 de diciembre de 2012

Capitulo 4.

Espero que les este gustando la novela, mas adelante se vienen cosas que no se pueden perder por nada del mundo!
Les mando besitos de amor!




— ¡Qué me dices! —Todas parecían incrédulas, pero es que la descripción que Lali les había hecho del individuo, ojos enrojecidos, barba desaliñada y ropa sucia, no sonaba muy propia de un policía.

—Supongo que los polis pueden ser tan borrachos como cualquiera —dijo Rochi  un tanto dubitativa—. Más que cualquiera, diría yo.

Lali frunció el entrecejo recordando el encuentro de aquella mañana.

—Ahora que lo pienso, no olía a nada. Tenía todo el aspecto de llevar tres días borracho, pero no olía a alcohol. Mierda, no quiero pensar que pueda tener ese mal humor cuando ni siquiera está con resaca.

—A pagar —dijo Euge.

—¡Maldita sea! —exclamó Lali exasperada consigo misma. Había hecho el trato con ellas de que pagaría a cada una un cuarto de dólar cada vez que soltara una grosería, en la suposición de que eso le proporcionaría un incentivo para dejar de hablar mal.

—A pagar otra vez —rió Rochi extendiendo la mano.

Gruñendo, pero teniendo cuidado de no maldecir, Lali extrajo cincuenta centavos para cada una de sus amigas. Últimamente se aseguraba de llevar abundante cambio encima.

—Por lo menos no es más que un vecino —dijo Cande en tono consolador—. Puedes evitarlo.

—Hasta el momento no se me está dando demasiado bien —reconoció Lali, mirando la mesa con el ceño fruncido. Entonces se irguió, decidida a no seguir permitiendo que aquel tipejo dominase su vida y sus pensamientos como los había dominado durante las dos últimas semanas—. Ya basta de hablar de él. ¿Tenéis algo interesante que contar, chicas?

Cande se mordió el labio y una sombra de aflicción cruzó su semblante.

—Anoche llamé a Victorio, y contestó una mujer.

—Oh, mierda. —Eugenia se inclinó por encima de la mesa para acariciarle la mano a Cande, y Lali experimentó un fugaz sentimiento de envidia por la libertad verbal de su amiga.

El camarero escogió aquel momento para distribuir unos menús que no necesitaban porque se sabían de memoria todo lo que había. Hicieron los correspondientes pedidos, él recogió los menús sin abrir, y cuando se alejó todas se acercaron más a la mesa.

— ¿Qué vas a hacer? —preguntó Lali. Era una experta en romper relaciones, así como en ser abandonada. Su segundo prometido, el muy cabrón, había esperado hasta la noche anterior a la boda, la noche del ensayo, para decirle que no podía continuar adelante. A Lali le costó cierto tiempo superar aquello..., y no estaba dispuesta a pagar dinero por  groserias que había pensado pero no había llegado a pronunciar en voz alta. De todos modos, ¿acaso la palabra «cabrón» era un groseria? ¿Existía alguna lista oficial que ella pudiera consultar?

Cande se encogió de hombros. Estaba a punto de echarse a llorar y procuraba parecer indiferente.

—No estamos prometidos, ni siquiera nos vemos de manera exclusiva. No tengo ningún derecho de quejarme.

—No, pero puedes protegerte y dejar de verlo —replicó Rochi con suavidad—. ¿Merece la pena sufrir así por él?

Euge lanzó un resoplido.

—Ningún hombre lo merece.

—Amén —dijo Lali, pensando todavía en sus tres compromisos rotos.

Cande pellizcó nerviosamente su servilleta con sus dedos largos y esbeltos.

—Pero cuando estamos juntos, él... actúa como si le importara de verdad. Es dulce y cariñoso, y muy considerado...

—Todos lo son, hasta que consiguen lo que quieren. —Euge apagó su tercer cigarrillo—. Hablo por experiencia personal, como puedes comprender. Diviértete con él, pero no esperes que cambie.

—Ésa es la verdad —dijo Rochi con tristeza—. Nunca cambian. Es posible que finjan durante un tiempo, pero cuando calculan que ya te tienen enganchada y bien atada, se relajan y sale de nuevo la cara del señor Hyde.

Lali rió.

—Eso parece que lo hubiera dicho yo.

—Pero sin incluir palabrotas —señaló Eugenia.

Rochi hizo un gesto con la mano como para desechar aquellas bromas. Cande lucía una expresión aún más desgraciada que antes.

— ¿De modo que debería aguantar formar parte del rebaño, o bien dejar de verlo?

—Pues... sí.

— ¡Pero no debería ser así! Si yo le importo, ¿cómo pueden interesarle todas esas otras mujeres?

—Oh, es fácil —repuso Lali—. La serpiente de un solo ojo carece de gusto.

—Cariño —dijo Eugenia dando a su voz de fumadora el tono más amable que pudo—, si estás buscando al hombre perfecto, vas a pasarte la vida entera desilusionada, porque no existe. Tienes que conseguir lo mejor que puedas, pero siempre habrá problemas.

—Ya sé que no es perfecto, pero...

—Pero tú quieres que lo sea —terminó Rochi.

Lali sacudió la cabeza en un gesto negativo.

—Eso no va a suceder —anunció—. El hombre perfecto es pura ciencia ficción. Claro que nosotras tampoco somos perfectas —añadió—, pero la mayoría de las mujeres por lo menos lo intentan. A mí simplemente no me han funcionado las relaciones. —Calló durante unos instantes y luego dijo en tono desconsolado—: Aunque no me importaría tener un esclavo sexual.

Las otras tres estallaron en risas, incluso Cande.

—A mí tampoco me importaría —dijo Eugenia—. ¿Dónde podría conseguir uno?

—Prueba en Esclavos Sexuales, S.A. —sugirió Rochi, y todas volvieron a reír.

—Seguro que existe una página web —dijo Cande.

—Pues claro que existe. —Lali mostraba un semblante totalmente inexpresivo—. La tengo incluida en mi lista de Favoritos: www.esclavossexuales.com.

—No tiene más que indicar sus requisitos y podrá alquilar al hombre perfecto por horas o por días. —Rochi agitó su vaso de cerveza dejándose llevar por el entusiasmo.

—¿Un día? Seamos realistas. —Lali lanzó un silbido—. Una hora es pedir un milagro.

—Además, el hombre perfecto no existe, ¿no os acordáis? —dijo Euge.

—Uno de verdad, no; pero un esclavo sexual tendría que fingir ser exactamente lo que una desee, ¿no?

Euge no iba a ninguna parte sin su maletín de cuero. Lo abrió y extrajo de él un cuaderno y un bolígrafo que dejó de golpe sobre la mesa.

—Con toda seguridad, sí. Veamos, ¿cómo sería el hombre perfecto?

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