¡Perdon! Encerio, lo lamento mucho. Ayer estuve haciendo en la tarde unos asuntos familiares, y cuando llegue ya era tarde, y ¡estaba totalmente cansada! Asi que encerio, perdon. Hoy si o si subo 3 capitulo, lo pro-me-to! ¡Ya mas de 1000 visitas! Muchisimas gracias a todas, son las mejores. Hasta mas tarde, ¡Les mando besitos de amor!
Lali se despertó temprano la mañana siguiente, sin la ayuda
del despertador ni del sol. La despertó el simple acto de darse la vuelta,
porque todos los músculos de su cuerpo lanzaban gritos de protesta. Sentía las
costillas doloridas, la rodilla le escocía, le dolían los brazos cada vez que
los movía; hasta el trasero lo notaba sensible. No tenía todos aquellos dolores
y molestias desde la primera vez que fue a patinar sobre ruedas.
Se incorporó lentamente con un gemido hasta quedar sentada
en la cama y asomó las piernas por el borde del colchón. Si ella estaba así de
mal, ¿cómo estarían los ancianos? A ellos no los habían golpeado, pero debió de
resultarles más dura la caída al suelo.
Para unos músculos doloridos era mejor el frío que el calor,
pero no se sentía lo bastante valiente para enfrentarse a una ducha fría.
Prefería encararse con un borracho agresivo en cualquier momento que estar
desnuda debajo de un gélido chorro de agua. Al final llegó a un acuerdo consigo
misma aceptando una ducha templada, y luego fue cerrando gradualmente el agua
caliente. Pero no le sirvió de nada llegar poco a poco al agua fría; la soportó
durante unos dos segundos, y después salió de la ducha mucho más deprisa de lo
que había entrado.
Temblando, se secó rápidamente y se envolvió en su larga
bata azul con cremallera en la parte frontal. Rara vez se molestaba en
ponérsela durante el verano, pero hoy le resultó muy agradable. Aquella mañana
no tenía ninguna prisa, ya que se había levantado demasiado temprano, lo cual
le vino bien porque sus músculos doloridos dejaron claro que, aquel día, nada
de prisas. Se entretuvo largo tiempo con el café, cosa rara en un día
laborable, y en vez de arreglarse con cereales fríos tal como hacía normalmente,
metió una tortita congelada en la tostadora y cortó unas cuantas fresas para
poner encima. Al fin y al cabo, una mujer que había luchado en una reyerta se
merecía algún caprichito de más.
Después de terminarse la tortita, tomó otra taza de café y
se levantó un poco la bata para examinar la rodilla despellejada. Se había
aplicado hielo, tal como le habían dicho, pero continuaba teniendo un bonito moratón,
y además sentía la rodilla entera rígida y dolorida. No podía pasarse el día
repantigada con un montón de bolsas de hielo, de modo que sacó un par de
aspirinas y se resignó a estar incómoda durante un par de días.
La primera sorpresa real del día llegó cuando empezó a
vestirse y se puso un sujetador. Nada más abrochar el cierre frontal, al tensar
la prenda alrededor de sus doloridas costillas, supo que tendría que prescindir
del sujetador. De pie frente al armario, desnuda excepto por las bragas, se
enfrentó a otro dilema:
¿Qué puede ponerse una mujer sin sujetador si no quiere que
nadie sepa que va sin sujetador?
Hasta en una oficina con aire acondicionado, hacía demasiado
calor para llevar una chaqueta puesta todo el día. Tenía unos cuantos vestidos
bonitos, pero sus pezones quedarían claramente visibles debajo de la delgada
tela. ¿No había leído algo acerca de ponerse tiritas encima de los pezones?
Valía la pena intentar cualquier cosa. Tomó dos tiritas, se las pegó sobre los
pezones y a continuación se puso uno de los vestidos y se examinó en el espejo.
Las tiritas resaltaban con toda claridad.
De acuerdo, aquello no funcionaba. Tal vez lograra su
propósito con esparadrapo liso, pero no tenía.
Además, el vestido dejaba ver la rodilla herida, que
mostraba un aspecto fatal. Se quitó las tiritas y volvió a explorar el
contenido del armario.
Al final se conformó con una falda larga de color verde
botella y un jersey de punto blanco que cubrió con una camisa de seda azul
oscuro. Se anudó los faldones de la camisa a la cintura, se puso unas pulseras
de cuentas de colores azul y verde, y quedó más bien impresionada al consultar
al espejo.
—No está mal —dijo, girando para comprobar el resultado—. No
está nada mal.
Por suerte, el pelo
no constituía ningún problema. Lo tenía espeso y brillante, de un bonito color
castaño rojizo oscuro, y con mucho cuerpo. Su peinado actual era una especie de
desaliño modificado que no requería más que un ligero cepillado, lo cual era
una suerte, ya que el hecho de levantar los brazos hacía que le dolieran las
costillas. Así que no se entretuvo mucho con el cepillo.
Pero tenía una contusión en la mejilla. Frunció el ceño al
verse en el espejo y se tocó con cuidado la pequeña mancha azul. No le dolía,
pero era claramente de color azul. Rara vez usaba maquillaje — ¿para qué
malgastarlo para ir a trabajar?—, pero hoy tendría que sacar toda la
artillería.
Para cuando salió por la puerta contoneándose con su
elegante y afortunado atuendo, además de toda la pintura de guerra, pensó que
levaba un aspecto simplemente magnífico.
El tipejo —Peter— estaba abriendo la portezuela del coche
cuando Lali salió al exterior. Se volvió y cerró sin prisas la puerta de la
casa, con la esperanza de que el vecino se limitara a entrar en su coche y marcharse,
pero no cayó esa breva.
— ¿Se encuentra bien? —le preguntó. Lali percibió su voz
justo detrás de ella, y a punto estuvo de llevarse un susto de muerte. Reprimió
un chillido y se volvió. Mala idea. Sus
costillas protestaron. Dejó escapar un gemido involuntario y se le cayeron las
llaves al suelo.
— ¡Maldita sea! —gritó cuando logró respirar de nuevo—.
¡Deje de presentarse así, furtivamente!
—Es la única forma que conozco —replicó él con el semblante
inexpresivo—. Si esperara a que se diese la vuelta, ya no sería furtivamente.
—Calló un instante—. Ha dicho una groseria.
Como si necesitara que él se lo señalase. Furiosa, introdujo
la mano en el bolso en busca de un cuarto de dólar y se lo puso en la mano al
vecino.
Él parpadeó mirando la moneda.
— ¿Para qué es esto?
—Es por haber dicho un taco. Tengo que pagar un cuarto de
dólar cada vez que me pillen diciendo uno. Así me motivo a mí misma para no
hablar mal.
—En ese caso, me debe mucho más que veinticinco centavos.
Anoche dijo un par de palabrotas.
Lali torció el gesto.
—No puede regresar al pasado para cobrar. Me vería obligada
a vaciar mi cuenta bancaria. Tiene que pillarme en el momento preciso.
—Ah, bueno, pues sí la pillé. El sábado, cuando estaba
cortando el césped. No me pagó entonces.
En silencio, Lali apretó los dientes y hurgó en el bolso
para buscar otro cuarto de dólar.
Peter se guardó los cincuenta centavos en el bolsillo con un
gesto de satisfacción. En cualquier otro momento, Lali tal vez se hubiera
echado a reír, pero todavía estaba enfadada con él por haberla asustado.
Le
dolían las costillas, y cuando intentó inclinarse para recoger las llaves le
dolieron aún más. No sólo eso, además su rodilla se negaba a flexionarse. Se
incorporó y dirigió a Peter una mirada tal de rabia y frustración, que a él le
tembló la comisura de la boca. Si se ríe, pensó Lali, le doy una patada en la
barbilla. Como todavía estaba en el porche, el ángulo era perfecto.
Pero Peter no se rió. Seguramente, a los policías les
enseñaban que debían ser cautos. Se inclinó para recogerle las llaves.
—La rodilla no quiere doblarse, ¿eh?
—Ni tampoco las costillas —contestó ella gruñona al tiempo
que cogía las llaves y bajaba los tres escalones.
Peter juntó las cejas.
— ¿Qué le pasa en las costillas?
—Aquel tipo me dio un puñetazo.
Él soltó un resoplido de exasperación.
— ¿Por qué no lo dijo anoche?
— ¿Por qué? No están rotas, sólo contusionadas.
—Está totalmente segura, ¿no? ¿No cree que puede ser que
tenga una fisura?
—No me lo parece.
—Claro, tiene tanta experiencia en fisuras de costillas que
ya sabe la sensación que producen.
Lali apretó la mandíbula.
—Las costillas son mías, y yo digo que no tienen fisuras.
Fin de la discusión.
—Dígame una cosa —dijo él en tono conversacional, paseando a
su lado mientras ella se dirigía ofendida, lo mejor que pudo, hacia su coche—.
¿Hay algún día en que no se meta en una pelea?
—Los días en que no lo veo a usted —contraatacó Lali—. ¡Es
usted quien ha empezado! Yo estaba preparada para ser una buena vecina, pero
usted me ladra cada vez que me ve, incluso aunque yo le pedí disculpas cuando
Bubú se subió a su coche. Además, creí que era usted un borracho.
Peter se detuvo con la sorpresa dibujada en el rostro.
— ¿Un borracho?
—Ojos inyectados en sangre, ropa sucia, llegaba a casa a
primeras horas de la mañana, haciendo un montón de ruido, siempre de mal humor
como si tuviera resaca... ¿Qué otra cosa podia pensar?
Él se pasó una mano por la cara.
—Lo siento, no lo pensé. Debería haberme duchado, afeitado y
puesto un traje antes de salir a decirle que estaba haciendo un ruido capaz de
despertar a un muerto.
—Habría bastado con que hubiera cogido unos vaqueros
limpios. —Abrió la portezuela del Viper y empezó a pensar en otro problema:
¿Cómo iba a meterse en aquel pequeño cohete de techo tan bajo?
—Estoy renovando los armarios de la cocina —explicó él tras
una breve pausa—. Con las horas que trabajo últimamente, tengo que ir
haciéndolo poco a poco, y a veces me quedo dormido con la ropa sucia puesta.
— ¿No se le ha ocurrido ninguna vez dejar los armarios hasta
el ¿La en que no trabaje y dormir un poco más? Tal vez así mejorase su
carácter.
—A mi carácter no le pasa nada.
—No, si es el de un perro rabioso. —Abrió la puerta, arrojó
dentro su bolso y trató de mentalizarse para el esfuerzo de deslizarse detrás
del volante.
—Bonito cacharro —dijo él, echando un vistazo al Viper.
—Gracias. —Lali lanzó una mirada al Pontiac y no dijo nada.
A veces el silencio resultaba más caritativo que las palabras.
Él vio la mirada y sonrió abiertamente. Lali deseó que no
hubiera hecho tal cosa; aquella sonrisa lo hizo parecer casi humano. Ojalá no
estuvieran ambos allí fuera, a la luz del sol, porque veía lo tupidas que eran
sus pestañas negras y las estrías marrones de sus ojos. De acuerdo, era un
hombre atractivo, cuando no tenía los ojos enrojecidos y no gruñía.
De pronto los ojos de él adoptaron una expresión fría.
Levantó una mano y tocó con suavidad la mejilla de Lali.
—Tiene un hematoma ahí.
—Me cag... —Lali se interrumpió antes de pronunciar la palabrota—.
Creía que lo había disimulado.
—Lo ha hecho bastante bien. No lo he visto hasta que se ha
puesto al sol. —Se cruzó de brazos y la miró con el ceño fruncido—. ¿Tiene
alguna otra herida?
—Sólo los músculos un poco doloridos. —Contempló el Viper con
pesadumbre—. Me da miedo meterme en el coche.
Peter observó el automóvil y después a Lali, que, agarrada a
la puerta abierta, alzaba lentamente la pierna derecha y la introducía en el
coche. Lanzó un suspiro, como si hiciera acopio de fuerzas para realizar una
tarea desagradable, y sostuvo a Lali del brazo para que se apoyara mientras se
sentaba con gran esfuerzo detrás del volante.
—Gracias —dijo ella, aliviada de que la operación hubiera
finalizado.
—De nada. —Peter se agachó en cuclillas en el espacio de la
puerta abierta—. ¿Desea presentar cargos por agresión?
Lali frunció los labios.
—Yo le pegué primero.
Pensó que tal vez él le disparase otra sonrisa. Dios,
esperaba que no; no quería ver otra tan pronto. A lo mejor empezaba a pensar
que su vecino era humano
—Eso es cierto —convino él. Se puso de pie y cerró la
portezuela por ella—. Le vendrá bien un masaje para aliviar el dolor muscular.
Y un baño caliente.
Lali lo miró escandalizada.
— ¿Caliente? ¿Quiere decir que esta mañana me he dado una ducha
fría para nada?
Él rió levemente, y Lali deseó de todo corazón que no lo
hubiera hecho. Poseía una risa profunda y agradable, y dientes muy blancos.
—El frío es bueno también. Pruebe a alternar frío y calor
para relajarse. Y dése un masaje si puede.
Lali no creía que
Hammerstead tuviera un balneario oculto en el edificio, pero sí que podría
realizar unas cuantas llamadas y pedir hora para aquella tarde, cuando saliera
de trabajar. Asintió con un gesto.
—Buena idea. Gracias.
Él asintió también y terminó de cerrar la puerta,
apartándose del coche. Alzó una mano para despedirla y seguidamente se encaminó
hacia su propio automóvil. Antes siquiera de haber abierto la puerta del mismo,
Lali ya conducía el Viper calle abajo.
me encanta aunq no comprendo aun q tiene q ver el prologo, espero el capitulo q prometiste!
ResponderEliminarsoy nueva lectora saludos gabi