Vistas de página en total

martes, 18 de diciembre de 2012

Capitulo 5.

¡Hola! Antes que nada quiero agradecer a Juli♥ por recomendarme ayer, ¡Gracias linda! 
¡Bienvenida a las nuevas lectoras! Espero que les guste la adaptacion, bueno es todo por hoy, nos vemos mañanas. Les mando besitos de amor!

—Tendría que lavar los platos la mitad de las veces sin que nadie le pidiera que lo hiciera —dijo Rochi  poniendo una mano encima de la mesa y atrayendo miradas de curiosidad.

Cuando todas lograron dejar de reír el tiempo suficiente para hablar con coherencia, Euge  se puso a garabatear en el cuaderno.

—Muy bien, número uno: lavar los platos.

—No, oye, lavar los platos no puede ser la primera condición —protestó Lali—. Antes que eso tenemos otras cosas más importantes.

—Ya —dijo Cande—. Hablando en serio, ¿cómo creemos que debería ser un hombre perfecto? Yo nunca lo he pensado de esa forma. Tal vez me resultara más fácil si tuviera claro lo que me gusta de un hombre.

Todas hicieron una pausa.

— ¿El hombre perfecto? ¿En serio? —Lali arrugó la nariz.

—En serio.

—Esto va a requerir pensar un poco —declaró Euge.

—Para mí, no —dijo Rochi al tiempo que la risa desapareció de su rostro—. Lo más importante es que quiera en la vida lo mismo que quieres tú.

Todas se sumieron en un pozo de silencio. La atención que habían suscitado sus risas en las mesas de alrededor se desplazó hacia otros blancos más prometedores.

—Que quiera en la vida lo mismo que tú —repitió Eugenia al tiempo que lo escribía—. ¿Ésta es la primera condición? ¿Estamos todas de acuerdo?

—Esa condición es importante —dijo Lali—. Pero no estoy segura de que sea la primera.

—Entonces, ¿cuál es la primera para ti?

—La fidelidad. —Pensó en su segundo prometido, el muy cabrón—. La vida es demasiado corta para malgastarla con una persona de la que no te puedes fiar. Una debería poder confiar en que el hombre al que ama no va a mentirle ni engañarla. Si se tiene eso como base, se puede trabajar en lo demás.

—Para mí, eso es lo primero —dijo Cande en voz baja.

Rochi reflexionó un momento.

—De acuerdo —dijo por fin—. Si Pablo no fuera fiel, yo no querría tener un hijo con él.

—Yo lo suscribo —dijo Eugenia—. No soporto a un tipo que juega con dos barajas. Número uno: que sea fiel. Que no mienta ni engañe.

Todas asintieron.

— ¿Qué más? —Permaneció con el bolígrafo apoyado en el cuaderno.

—Ha de ser agradable —sugirió Rochi.

— ¿Agradable? —dijo Euge incrédula.

—Sí, agradable. ¿Quién desea pasar toda la vida con un tipo antipático?

— ¿O ser vecina suya? —musitó Lali, y asintió para indicar que estaba de acuerdo—. Me parece bien. No suena muy emocionante, pero pensad en ello. Yo creo que el hombre perfecto debe ser amable con los niños y con los animales, ayudar a las viejecitas a cruzar la calle, no insultarte cuando tu opinión sea diferente de la suya. Ser agradable es tan importante que bien podría ser la condición número uno.

Cande afirmó con la cabeza.

—Muy bien —dijo Euge—. Demonios, hasta me habéis convencido. Yo creo que no he conocido nunca a un tipo agradable. Número dos: agradable. —Lo anotó—. ¿Número tres? Aquí tengo mi propia idea al respecto. Quiero un hombre que sea de fiar. Si  dice que va a hacer algo, que lo haga. Si tiene que reunirse conmigo a las siete en un determinado lugar, ha de estar allí a las siete, no llegar tranquilamente a las nueve y media o incluso no presentarse. ¿Estamos todas de acuerdo en esto?

Las cuatro levantaron la mano en un voto afirmativo, y la condición «de fiar» pasó a ocupar la casilla número tres.

— ¿Número cuatro?

—Lo evidente —dijo Lali—. Un trabajo estable.

Eugenia hizo una mueca de disgusto.

—Ay. Ésa ha tocado una fibra sensible. —En aquel momento Bruck estaba sentado sin hacer nada, en lugar de trabajar.

—Un trabajo estable está incluido en lo de ser de fiar —señaló Rochi—. Y estoy de acuerdo, es importante. Mantener un empleo estable es señal de madurez y de sentido de la responsabilidad.

—Un trabajo estable —dijo Euge al tiempo que escribía.

—Debe tener sentido del humor —dijo Cande.

— ¿Algo más que reírse con Cantinflas? —preguntó Lali. Todas estallaron en risitas.

— ¿Qué tienen que ver los hombres con eso? —preguntó Rochi poniendo los ojos en blanco—. ¡Y bromas respecto de funciones corporales! Pon eso en primer lugar, Euge, ¡nada de bromas en el cuarto de baño!

—Número cinco: sentido del humor —rió Euge, escribiendo—. Para ser honrada, no creo que podamos decir qué tipo de humor debe tener.

—Claro que podemos —corrigió Lali—. Va a ser nuestro esclavo sexual, ¿no te acuerdas?

—Número seis. —Eugenia las llamó al orden dando unos golpecitos con el bolígrafo contra el borde de su vaso—. Volvamos al trabajo, señoras. ¿Cuál es la condición número seis?

Todas se miraron entre sí y se alzaron de hombros.

—El dinero no está mal —sugirió por fin Rochi—. No es una condición imprescindible en la vida real, pero esto es una fantasía, ¿no es así? El hombre perfecto debe tener dinero.

— ¿Tiene que ser asquerosamente rico o simplemente gozar de holgura económica?

Aquello requirió pensar un poco más.

—A mí, particularmente, me gusta que sea asquerosamente rico —dijo Eugenia.

—Pero si fuera tan rico, querría ser él quien mandara en todo. Estaría acostumbrado a ello.

—Eso no va a suceder de ninguna manera. De acuerdo, que tenga dinero está bien, pero no demasiado dinero. Holgado. El hombre perfecto debe tener holgura económica.

Cuatro manos se alzaron en el aire, y la palabra «dinero» quedó escrita en la casilla número seis.

—Como esto es una fantasía —dijo Lali—, debe ser guapo. No un adonis de caerse muerta, porque eso podría suponer un problema. Cande es la única de nosotras que es lo bastante guapa para mantener el tipo al lado de un hombre atractivo.

—No se me está dando muy bien, creo yo —repuso Cande con una pizca de amargura—. Pero sí, para que el hombre perfecto sea perfecto de verdad, tiene que dar gusto mirarlo.

—Muy bien, pues la condición número siete es: que dé gusto mirarlo. —Cuando hubo terminado de escribir, Eugenia levantó la vista sonriente—. Voy a ser yo la que diga lo que todas estamos pensando. Ha de ser estupendo en la cama. No basta con que sea bueno; tiene que ser estupendo. Ha de ser capaz de ponerme el vello de punta y volverme loca. Debe tener la resistencia de un purasangre de carreras y el entusiasmo de un muchacho de dieciséis años.

Todas reían a carcajadas cuando el camarero dejó los platos sobre la mesa.

— ¿Qué es lo que tiene tanta gracia? —quiso saber.

—No lo entenderías —consiguió decir Rochi.

—Ya entiendo —dijo con un gesto significativo—. Estáis hablando de hombres.

—Pues no, estamos hablando de ciencia ficción —replicó Lali, con lo cual provocó nuevas carcajadas. La gente de las demás mesas volvió a mirarlas con curiosidad, intentando averiguar qué podía ser tan gracioso.

El camarero se fue. Eugenia se inclinó sobre la mesa.

—Y antes de que se me olvide, ¡quiero que mi hombre perfecto tenga unas medidas de veinticinco centímetros!

— ¡Dios santo! —Rochi fingió desmayarse y se abanicó con la mano—. ¡Qué no podría hacer yo con veinticinco centímetros! O más bien, ¡lo que podría hacer yo con veinticinco centímetros!

Lali estaba riendo tan fuerte que tenía que apretarse los costados. Le costó mucho mantener bajo el tono de voz, y dijo entre risas:

— ¡Vamos! Cualquier cosa que esté por encima de los veinte centímetros es puramente de exhibición. Existe, pero no se puede usar. Es posible que esté bien para verlo en un vestuario, pero afrontémoslo: esos cinco centímetros de más son sobras.

— ¡Sobras! —exclamó Cande apretándose el estómago y partiéndose de risa—. ¡Dice que son sobras!

—Oh, Dios mío. —Eugenia se secó los ojos al tiempo que escribía rápidamente—. Esto marcha. ¿Qué más debe tener nuestro hombre perfecto?

Rochi agitó la mano débilmente.

—A mí —sugirió entre risitas—. Puede tenerme a mí.

—Si no te ponemos la zancadilla nosotras para que no lo alcances —dijo Lali, y levantó su vaso.

Las otras tres levantaron el suyo, y entrechocaron los cristales con un alegre sonido—. ¡Por el hombre perfecto, dondequiera que se encuentre!

1 comentario: