¡Hola! Les comento que ayer tuve la oportunidad de ir a ver la pelicula de "The Hobbit" y esta increible,
¡se las recomiendo! Hasta mañana. Les mando besitos de amor!
El sábado por la mañana amaneció temprano y luminoso...,
demasiado luminoso, y demasiado temprano, diablos. Bubú despertó a Lali a las
seis maullándole al oído.
—Vete —murmuró ella al tiempo que se tapaba la cabeza con la
almohada.
Bubú maulló de nuevo y golpeó la almohada con la pata. Lali captó
el mensaje: o se levantaba, o el gato iba a sacar las uñas. Apartó a almohada
hacia un lado y se sentó en la cama mirando al minino.
—Eres muy malo, ¿sabes? No pudiste hacer esto mismo ayer por
la mañana, ¿verdad? No, tienes que esperar hasta que yo tenga el día abre y no
tenga que madrugar.
El gato permaneció impasible ante aquella regañina. Era algo
típico de los gatos; hasta el más sucio y desaliñado de ellos estaba convencido
de su innata superioridad. Lali lo rascó por detrás de las orejas y un grave
ronroneo se extendió por todo su cuerpo. Sus ojos amarillos y oblicuos se
cerraron de placer.
—Ya verás —le dijo—. Voy a convertirte en un adicto a esta
costumbre de rascarte y después voy a dejar de hacerlo. Vas a sufrir síndrome
de abstinencia, amigo.
Él bajó de la cama de un salto y se dirigió hacia la puerta
abierta del dormitorio. Al llegar se detuvo un momento para mirar atrás, como
si quisiera asegurarse de que Lali en efecto se había levantado. Lali bostezó y
apartó los cobertores. Por lo menos, no la molestó el ruidoso coche del vecino
durante la noche, y además había bajado la persiana para que no entrase la luz
del día, de modo que había dormido profundamente hasta el toque de diana de
Bubú. Levantó la persiana y atisbo por entre los visillos para observar el
camino de entrada que discurría al lado del suyo. Allí estaba el destrozado
Pontiac marrón.
Eso quería decir que o bien estaba agotada y había dormido
como un lirón, o bien el vecino se había comprado un silenciador. Decidió que
lo del agotamiento y el lirón era más probable que el silenciador recién
comprado.
Era obvio que Bubú opinaba que estaba perdiendo tiempo,
porque le lanzó un maullido de advertencia. Suspirando, Lali se retiró el pelo
de la cara y fue hacia la cocina a trompicones. «Trompicones» era la palabra
adecuada, porque Bubú la ayudó a avanzar de aquel modo metiéndose entre sus
tobillos a cada paso. Necesitaba desesperadamente un café, pero sabía por
experiencia que el gato no la dejaría en paz hasta que le diera de comer. Abrió
una lata de comida, la vertió en un cuenco y la depositó en el suelo. Mientras
el gato estaba ocupado, dejó preparada una cafetera y se dirigió hacia la
ducha.
Se quitó la ropa que usaba para dormir en verano,
consistente en una camiseta y unas bragas —en el invierno sumaba a aquello unos
calcetines—, se metió debajo del chorro caliente de la ducha y dejó que éste la
despertara del todo. Algunas personas eran aves madrugadoras; otras eran búhos nocturnos.
Lali no era ninguna de las dos cosas. No funcionaba bien hasta haber tomado una
ducha y una taza de café, y de noche le gustaba estar en la cama a las diez
como muy tarde. Bubú estaba alterando el orden natural de las cosas con sus
exigencias de que le diera de comer antes de hacer ninguna otra cosa. ¿Cómo
había podido su madre hacerle esto a ella?
—Sólo quedan cuatro semanas y seis días —musitó para sí.
¿Quién hubiera pensado que un gato que normalmente era tan cariñoso iba a
convertirse en semejante tirano cuando no estaba en su entorno habitual?
Después de una larga ducha y dos tazas de café, sus sinapsis
cerebrales empezaron a conectarse y comenzó a recordar todas las cosas que
tenía que hacer. Comprarle al tipejo de al lado un cubo de la basura nuevo...
vale. Hacer la compra... vale. Hacer la colada... vale. Cortar el césped...
vale. Se sintió un poco emocionada por el último punto de la lista. Tenía
césped que cortar, ¡su propio césped! Desde que se fue de su casa había vivido
en apartamentos, ninguno de los cuales incluía un jardín.
Por lo general había un diminuto parche de hierba entre la
acera y el edificio, pero era el servicio de mantenimiento el que siempre
se encargaba de cortarlo. Diablos...
er... caramba, eran unos parches tan pequeños que podrían podarse incluso con
unas tijeras.
Pero su nuevo hogar traía su propio césped incluido.
Previendo ese momento, había invertido en una cortadora de césped nuevecita,
modernísima y de propulsión automática, garantizada para que su hermano Patricio
se pusiera verde de envidia. Patricio tendría que comprarse una cortadora tipo
cochecito para superar la de ella, y como su césped no era en absoluto más
grande, una cortadora tipo cochecito sería un regalo carísimo para su ego. Lali
se imaginó que su mujer Ornella intervendría antes de que él cometiera
semejante estupidez.
Hoy llevaría a cabo su primer corte de césped. Apenas podía
esperar a sentir la potencia de aquel monstruo rojo vibrando en sus manos
mientras decapitaba todos aquellos tallos de hierba. Siempre se había sentido
sumamente atraída por las máquinas rojas. Pero lo primero es lo primero. Tenía
que hacer una escapada al supermercado para comprar un cubo de la basura nuevo
para el vecino. Una promesa era una promesa, y Lali siempre procuraba cumplir
su palabra.
Un rápido cuenco de cereales más tarde, se puso unos
vaqueros y una camiseta, se calzó un par de sandalias y se puso en camino.
¿Quién iba a pensar que iba a costar tanto encontrar un cubo de La basura
metálico? El supermercado tenía sólo cubos de plástico. Se compró uno para sí
misma, pero no creyó tener derecho a cambiar el tipo de cubo de la basura de su
vecino. De allí fue a una tienda de materiales para casa y jardín, pero tampoco
consiguió nada. Si hubiera comprado ella el cubo metálico que tenía, sabría
dónde encontrar otro, pero fue un regalo de su madre con motivo del estreno de
la casa. Así era mamá, la reina de los regalos prácticos.
Para cuando por fin dio con un cubo de la basura metálico y
grande, en una tienda de materiales de ferretería, eran las nueve y la
temperatura ya estaba pasando de ser calurosa a volverse incómoda. Si no segaba
pronto la hierba, tendría que aguardar a que se pusiera el sol para que cediera
un poco el calor.
Decidió que la compra de comestibles podía esperar, encajó
el cubo de la basura en el minúsculo asiento trasero de su coche y enfiló hacia
el sur por Van Dyke hasta llegar a Ten Mile Road, y allí giró a la derecha.
Minutos más tarde entró en su calle y sonrió al ver las
pulcras casas viejas que se alzaban a la sombra de grandes árboles. Al salir
del coche, la vecina del otro lado de la casa se acercó hasta la valla blanca
de tablones puntiagudos, que llegaba a la altura de la cintura y separaba ambas
propiedades.
—¡Buenos días! —saludó la señora Kulavich.
—Buenos días —contestó Lali. Había conocido a aquella
agradable pareja el día en que se instaló, y al día siguiente la señora
Kulavich le había llevado una gran fuente de estofado y unos fragantes bollos
caseros. Si el tipejo del otro lado pudiera parecerse un poco a los Kulavich,
Lali habría estado en el séptimo cielo, aunque no era capaz de imaginárselo
siquiera trayendo bollitos caseros.
Se acercó a la valla para charlar como buena vecina.
—Hace un día precioso, ¿verdad? —Gracias a Dios que hacía
buen tiempo, porque de lo contrario el mundo estaría muy necesitado de
conversación.
—Oh, hoy va a ser un día achicharrante. —La señora Kulavich
le mostró una sonrisa abierta y blandió la paleta de jardinero que sostenía en
la mano enguantada—. Tengo que arreglar el jardín temprano, antes de que
empiece a hacer demasiado calor.
—Lo mismo he pensado yo al ir a cortar el césped esta mañana.
—Lali se percató de que los demás tuvieron la misma idea. Ahora que se fijaba,
oía el rumor de una cortadora de césped tres casas más allá y otra al otro lado
de la calle.
—Buena idea. Procure no sofocarse demasiado; mi George
siempre humedece una toalla y se la pone en el cuello cuando corta el césped,
aunque nuestros nietos lo ayudan y ya no lo hace tan a menudo como antes. —Le
guiñó un ojo—. Yo creo que ahora enciende la vieja cortadora sólo porque le
apetece hacer algo masculino.
Lali sonrió, e iba a despedirse cuando se le ocurrió una
idea, y se volvió hacia la anciana.
—Señora Kulavich, ¿conoce usted al hombre que vive al otro
lado de mi casa? — ¿Y si aquel tipejo le había mentido? ¿Y si no era policía?
Casi se lo imaginaba riéndose a carcajadas a su costa, mientras ella pasaba de
puntillas a su alrededor procurando ser simpática.
— ¿Peter? Claro que sí. Lo conozco desde siempre. Ahí vivían
sus abuelos, sabe. Era gente
encantadora. Me alegré mucho de que Sam viniera a vivir a esa casa
cuando su abuela falleció por fin el año pasado. Me siento mucho más segura
teniendo un policía tan cerca. ¿Usted no?
Bueno, aquello tiraba por el suelo su teoría. Lali logró
esbozar una sonrisa.
—Sí, por supuesto.
Fue a decir algo acerca del extraño horario que tenía, pero
vio cómo brillaban los ojos azules de la señora Kulavich y se mordió la lengua.
Lo último que necesitaba era que su anciana vecina creyera que sentía interés
por aquel tipo y menos que pudiera decírselo a él, ya que era obvio que había
una buena relación entre ambos. Se ocupó de eso añadiendo:
—Creía que podía ser un traficante de drogas, o algo así.
Jajajajaaja Como le va a decir eso? Yo me hubiera callado la boca. Un simple adios señora y adentro de la casa! Jajajajaja
ResponderEliminarQuiero mas!
Muy buena la nove :)
Un beso linda!
me encanto
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