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viernes, 28 de diciembre de 2012

Capitulo 12.

¡Hola! Lo prometido es deuda, aqui les dejo otro capitulo♥ ¡Bienvenida a las nuevas lectoras! Gracias a la chica de /Caparatodos que me recomendo, ¡besos genia! Acabo de hacerme Twitter, asi que a las personas que quiera que les avise solo ponganme sus twitter y yo con gusto les avisare ¡Les mando besitos de amor!
Twitter: @LlaveDeCristal



A pesar de haberse entretenido a charlar con él, aún llegó temprano a trabajar, lo cual le dio tiempo para salir con cuidado del coche. Hoy el cartel que colgaba sobre los botones del ascensor rezaba: FALLAR NO ES UNA OPCIÓN; VIENE INCLUIDO EN TU SOFTWARE. No sabía por qué, pero pensó que a la dirección le sentaría peor aquel cartel que el del día anterior, pero probablemente todos los pirados y locos de las dos primeras plantas lo encontrarían graciosísimo.

La oficina se fue llenando gradualmente. Las conversaciones de aquella mañana giraban exclusivamente alrededor al artículo aparecido en el boletín, divididas al cincuenta por ciento entre el contenido del mismo y la especulación sobre la identidad de las cuatro autoras. La mayoría opinaban que el artículo entero había sido producto de la inventiva del autor, que las cuatro amigas eran ficticias, lo cual favorecía estupendamente a Lali. Mantuvo la boca cerrada y los dedos cruzados.

—He escaneado el artículo y se lo he enviado a mi primo de Chicago —oyó decir a uno que pasaba por el pasillo. Estaba bastante segura de que aquel individuo no estaba hablando de un artículo del Detroit News.

Genial. Aquello se estaba extendiendo.

Como hizo una mueca de dolor con sólo pensar en tener que entrar y salir del coche varias veces para ir a almorzar, se contentó con tomar unas galletas de mantequilla de cacahuete y un refresco en la sala de café. Podría haberle pedido a Rochi o a alguna de las otras que le trajera algo para almorzar, pero no tenía ganas de dar explicaciones de por qué tenía problemas para meterse en el coche. Decir que se había encarado con un borracho sonaría a fanfarronada, cuando en realidad lo que pasó es que estaba demasiado furiosa para pensar en lo que hacía.

En aquel momento entró Leah Street y sacó del frigorífico el pulcro paquete que constituía su almuerzo. Tomó un emparedado (pechuga de pavo y lechuga con pan integral), una taza de sopa de verduras (que calentó en el microondas) y una naranja. Lali suspiró, debatiéndose entre la envidia y el odio. ¿Cómo podía gustar a alguien una persona que era tan organizada? Las personas como Leah estaban en el mundo para hacer que todos los demás parecieran ineficaces. Si lo hubiera pensado antes también ella podría haberse traído el almuerzo, en lugar de tener que conformarse con galletas de mantequilla de cacahuete y una tónica sin azúcar.

— ¿Te importa que me siente contigo? —le preguntó Leah, y Lali experimentó una punzada de culpabilidad. 
Dado que eran las dos únicas personas que había en la sala, debería haber invitado a Leah a sentarse. La mayoría de la gente de Hammerstead se habría sentado sin más, pero quizá Leah se había visto mal recibida tantas veces que ya se sentía en la obligación de preguntar.

—Claro —respondió Lali, tratando de poner un poco de calor en el tono de voz—. Me encantaría tenerte de compañía.

Si fuera católica, desde luego tendría que confesarse por haber dicho aquello; era una mentira aún más grande que decir que su padre no tenía ni idea de coches.

Leah dispuso su almuerzo nutritivo y atractivo, y se sentó a la mesa. Dio un pequeño mordisco al emparedado y masticó con delicadeza, se limpió la boca, y acto seguido tomó una cucharada igualmente pequeña de sopa, tras lo cual se limpió la boca otra vez. Lali la observó hipnotizada. Imaginaba que los Victorianos debían de tener los mismos modales a la mesa. Ella tenía buenos modales, pero al lado de Leah se sentía como una salvaje.

Al cabo de unos instantes, Leah dijo:

—Supongo que habrás visto el asqueroso boletín de ayer.

Asqueroso era uno de los términos favoritos de Leah, según había observado Lali.

—Imagino que te refieres a ese artículo —dijo, porque no parecía valer la pena andarse por las ramas—. Le eché un vistazo. No lo leí entero.

—Las personas así me hacen sentir vergüenza de ser mujer.

— ¿Por qué? A mí me han parecido sinceras.

Leah dejó el emparedado y miró a Lali con expresión escandalizada.

— ¿Sinceras? Hablaban como si fueran fulanas. Lo único que querían en un hombre era dinero y un enorme... un enorme...

—Pene —terminó Lali, ya que por lo visto Leah no conocía aquella palabra—. Pero yo no creo que fuera eso lo único que querían. Creo recordar algo acerca de fidelidad y fiabilidad, sentido del humor...

Leah desechó todo aquello con un gesto de la mano.

—Cree eso si te apetece, pero el tema central del artículo era el sexo y el dinero. Resultaba obvio. También era malévolo y cruel, no tienes más que pensar cómo se sentirán los hombres que no tienen  ni un... una cosa enorme.

—Pene —interrumpió Lali—. Se llama pene.

Leah apretó los labios.

—Hay cosas de las que no se debe hablar en público, pero ya me he fijado otras veces en que tú tienes la lengua bastante sucia.

— ¡En absoluto! —exclamó Lali acaloradamente—. Reconozco que a veces digo groserias, pero estoy intentando dejar de decirlos, y «pene» no es una palabrota; es el término correcto para designar una parte del cuerpo, igual que decir «pierna». ¿O es que también tienes objeciones respecto a las piernas?

Leah aferró el borde de la mesa con ambas manos, tan fuerte que los nudillos se le pusieron blancos.
Aspiró profundamente antes de decir:

—Tal como iba diciendo, imagina cómo se van a sentir esos hombres. Pensarán que no son lo bastante buenos, que son inferiores en cierto modo.

—Los hay que lo son —musitó Lali. Ella lo sabía bien. Había estado prometida con tres de aquellos tipos inferiores, y no lo decía pensando en sus genitales.

—No se debe hacer que nadie se sienta así —dijo Leah elevando el tono de voz. Dio otro bocado al emparedado y Lali vio, para su sorpresa, que le temblaban las manos. Estaba alterada de verdad.

—Mira, yo creo que la mayor parte de la gente que leyó el artículo lo consideró gracioso —dijo en tono conciliador—. Está claro que pretendía ser un chiste.

—Pues a mí no me lo parece en absoluto. Era grosero, sucio y mezquino.

Se acabó la reconciliación.

—No estoy de acuerdo —replicó Lali de manera tajante, al tiempo que recogía los restos de su comida y los depositaba en un cubo de la basura—. Yo creo que la gente ve lo que quiere ver. Una persona mezquina espera que los demás lo sean también, del mismo modo que las personas que tienen una mente calenturienta ven obscenidades por todas partes.

Leah se puso blanca, y después roja.

— ¿Estás diciendo que yo tengo una mente calenturienta?

—Tómatelo como te venga en gana.

Lali regresó a su despacho antes de que aquella pequeña disputa se convirtiera en una guerra abierta. ¿Qué le estaba pasando últimamente? Primero su vecino, ahora Leah. Según parecía, no era capaz de llevarse bien con nadie, ni siquiera con Bubú. Por supuesto, nadie se llevaba bien con Leah, así que no sabía si contarla a ella, pero desde luego que estaba realizando un importante esfuerzo por hacer buenas migas con Peter. De modo que Peter le caía mal; era evidente que ella también había logrado caerle mal a él.

El problema estribaba en que no tenía práctica en llevarse bien con los hombres; desde la ruptura de su tercer compromiso, se había alejado bastante de ellos.

Pero ¿qué mujer no habría hecho lo mismo, con semejante historial? Tres compromisos y tres rupturas a los veintitrés años de edad no constituían precisamente un carrerón. Y no era porque ella fuera un adefesio; tenía un espejo, el cual reflejaba una mujer guapa y esbelta que tenía casi hoyuelos en las mejillas y casi una hendidura en la barbilla. 

Fue muy popular en el instituto, tan popular que se prometió con Brett, la estrella del equipo de béisbol, en el último curso. Pero ella deseaba ir a la universidad y Brett quería probar fortuna con el béisbol, y sin saber cómo ambos se distanciaron. La carrera de Brett en el béisbol fue imposible también.

Luego llegó Alan. En aquella época Lali tenía veintiún años y estaba recién salida de la universidad. Alan esperó hasta la noche anterior a la boda para hacerla saber que estaba enamorado de una ex novia, y que salió con ella sólo para demostrar que había superado de verdad su anterior noviazgo, pero que no había funcionado, lo siento, sin rencor, ¿eh?

Claro. Ni lo sueñes, cabrón.

Después de Alan, con el tiempo, se comprometió con Warren, pero quizá para entonces ya se había vuelto demasiado desconfiada para comprometerse de verdad. Por la razón que fuera, cuando él se lo pidió y ella respondió que sí, ambos parecieron dar marcha atrás y la relación terminó muriendo gradualmente.

Los dos quedaron agradecidos de enterrarla por fin.

Suponía que podría haber seguido adelante y casarse con Warren, pese a la falta de entusiasmo por ambas partes, pero se alegraba de no haberlo hecho. ¿Y si hubieran tenido hijos, y luego se hubieran separado? Si tenía hijos alguna vez, Lali quería que fuese en el seno de un matrimonio sólido, como el de sus padres.

Nunca había pensado que el final de aquellos compromisos fuera culpa suya; dos de ellos habían sido por decisión mutua, y el otro estaba claro que había sido culpa de Alan, pero... ¿no le pasaría algo a ella? Por lo visto no había suscitado deseo sexual, ni mucho menos devoción, en los hombres con los que había salido.

La sacó de aquellos sombríos pensamientos la aparición de Rochi asomando la cabeza por la puerta del despacho. Estaba pálida.

—Ha venido un reportero de News a hablar con Dawna —dijo impulsivamente—. Dios, ¿crees tú que...?

Rochi miró a Lali; Lali miró a Rochi.

—Mierda —dijo Lali disgustada, y Rochi se encontraba tan alterada que ni siquiera exigió el cuarto de dólar que le correspondía.

                                

Aquella noche, Corin tenía la vista fija en el  boletín, leyendo una y otra vez el artículo. Era una obscenidad, pura obscenidad. Le temblaban las manos, lo cual hacía bailar las pequeñas palabras. ¿Es que no sabían lo mucho que dolía aquello? ¿Cómo eran capaces de reírse?

Le entraron ganas de arrojar el boletín a la basura, pero no pudo. Se consumía de angustia. No podía creer que de hecho estuviera trabajando con las personas que habían dicho todas aquellas cosas que tanto daño hacían, que se burlaban y aterrorizaban...

Aspiró profundamente. Tenía que controlarse, eso era lo que le habían dicho los médicos. Tú tómate las pastillas y contrólate. Y así lo hizo. Había sido bueno, muy bueno, durante mucho tiempo. En ocasiones incluso consiguió olvidarse de sí mismo.
Pero ya no. Ahora no podía olvidar. Esto era demasiado importante.

¿Quiénes serían?

Necesitaba saberlo. Tenía que saberlo.

3 comentarios:

  1. y aparecio el chico del inicio creo q ya estoy empezando a enteneder e gustaa espero el proximo saludooooos
    gabi

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  2. quien es corin
    ya me perdi
    pero me encanta la novela
    besos

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  3. maaaaaaassssss aunqe me enredde un poco

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